viernes, 31 de diciembre de 2010

Destiempo

En La Diaria invitaron a cuatro intelectuales a hacer el ejercicio de elucubrar qué hubiera pasado si en 1980 hubiera ganado el SÍ. Aunque todos aportan puntos de vista enriquecedores, el texto de Roberto Appratto es el que mayor coraje demuestra al hacer una lectura del pasado desde este presente dislocado, fábrica de mitificaciones impostoras y traiciones, éstas sí, impunes.

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La dictadura de encima

por Roberto Appratto

Si el 30 de noviembre de 1980 hubiera ganado el Sí, sin duda, el panorama habría sido distinto, fatalmente distinto. Los militares, y todo lo que venía con los militares desde el lado civil, se habrían perpetuado legalmente, como en Chile, por algunos años más. Especular cuántos es inútil: la cuestión es que no habrían vuelto los exiliados cuando volvieron, no habría habido actividad política ni gremial ni sindical, ni canto popular, ni la 30, ni el Obelisco el 27 de noviembre de 1983. Por algún tiempo, al menos, los militares habrían gozado de una impunidad sin límites. No habrían salido el 1º de marzo de 1985 los presos políticos, porque no habría habido debates televisivos al respecto, ni pacto del Club Naval, ni desproscripciones, ni nada que no fuera estrictamente clandestino, tal como lo fue hasta entonces: el aire de derrota se habría extendido hasta lo inverosímil sobre toda la gente de izquierda, se habría prolongado la “propiedad” de los militares sobre Artigas, sobre la tradición, sobre el ser nacional.

Tal vez habría habido Mundialito, pero sin interés compensatorio, como un festejo. Lo que sí ocurrió, el aire inverso, de victoria después del No, de reconquista de un terreno, de redefinición de lo nacional y de la cultura y de la actividad política, gremial y periodística, habría quedado muy lejos en el imaginario colectivo. Eso (los militares, la derecha, la tortura, la proscripción, las destituciones en todos los órdenes) se habría convertido en la única realidad, una realidad oscura, sin participación de nadie: al haber votado el Sí la ciudadanía habría dado su aval a una forma de ser. Ahora bien: esa forma de ser, de derecha, de privilegio del ascenso económico y social, del individualismo sobre todas las cosas, de desprestigio de la cultura, de la tabula rasa para marcar la media intelectual que abasteciera al mercado como único medio de vida, y eso es lo que marca esta reflexión, quedó entre nosotros, permeó la izquierda, convirtió en locura todo reclamo de otra cosa en nombre de la izquierda “de antes del golpe”. ¿El mundo cambió? ¿Las cosas ya no son lo que eran? ¿Y cómo eran? ¿Y cómo son?

La prolongación demoníaca de la dictadura, a poco que uno la piense, se despoje del miedo a lo impensable (la postergación de la restauración democrática, con todo lo que ello implica), realmente ocurrió en algún lugar del inconsciente colectivo. Como si no se pudiera, efectivamente, pensar fuera del marco que la dictadura ofreció para propiciar libertades: toda reivindicación, todo esfuerzo expresivo, toda iniciativa que en última instancia tuviera repercusiones políticas no pudo sacarse de la confrontación con lo que “hasta ese momento” se permitía; como si se les estuviera sacando una tajada a los militares, pero ante su mirada de “permiso”.

La salida, entonces, no fue sana, y no porque yo proponga la prolongación ni considere bueno el Sí, ni quisiera que siguieran los militares; no fue sana, y lo digo en nombre de la izquierda que ya había votado y que seguí votando, y que siguió inspirando cada uno de mis actos y mis deseos, porque se creó un aura de triunfo que auspició la vuelta a la democracia sin autocrítica: como si siempre hubiera estado todo bien. Las tonterías triunfalistas, la hemorragia lírica, la mitificación de la resistencia, la falta de criterio para distinguir lo que convenía de lo que no convenía, la falta de criterio en general para casi todo, se arrastró generación tras generación hasta dejar lugar a quienes no les importaba nada cómo se había salido y, en aras de la realidad nueva, dieron lugar al mercado y al esfuerzo individual, y, lo que es peor, siguen diciendo que lo hacen (por qué no) en nombre, también, de la izquierda.

Se salió mal, no a destiempo; mal, amparados por la derecha, por Tarigo, por Sanguinetti, por Lacalle, por el juicio despectivo de Wilson Ferreira ante el Club Naval, simplemente por el gusto de estar otra vez en un comité de base. O sea: la prolongación, de hecho, ocurrió, y buena parte de nosotros, la gente de izquierda, sigue todavía en pie y en desacuerdo con la cabeza general que le quedó al Uruguay después de eso. No nos pudimos, todavía, sacar a la dictadura de encima.

-La Diaria

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Fin de año con las estrellas soviéticas

Acá se lee:

Lenin había dicho: "Para nosotros el cine es la más importante de todas las artes". Stalin estaba totalmente de acuerdo: de hecho sentía una enorme pasión por el cine, y desde principios de los años 1930 llegó a interesarse personalmente por algunos aspectos de la enorme industria cinematográfica soviética, promoviendo no sólo el realismo socialista sino también comedias de jazz ligeras a las que era especialmente aficionado. Cuando vio Los Alegres Compañeros, dirigida por Grigori Aleksandrov en 1934, su reacción fue tan entusiasta que llamó al director para felicitarle: "¡Después de ver su película me pareció haber pasado un mes de vacaciones!". Stalin animó a Aleksandrov a seguir haciendo comedias de jazz, y el director rodó otros tres musicales entre los que se encontraba el favorito de Stalin, Volga Volga (1938). Al parecer el propio Stalin llegó a escribir la letra de algunas canciones: "Una canción alegra el corazón / Alguna vez te ha arrebatado / Todos los pueblos, grandes y pequeños, adoran la melodía / Mientras las grandes ciudades cantan la canción".

Y así nacieron engendros camp como El circo (1936), dirigida por Aleksandrov, donde una norteamericana, madre de un niño negro, emigra a la URSS huyendo del racismo. En la Madre Rusia es recibida con aceptación y amor por el pueblo soviético, propiciando un final apoteósico con cantos, banderas, desfiles y, faltaba más, gigantografías del camarada Stalin. Una cruza indigesta entre Leni Riefenstahl y los musicales de la Metro.

Probando y comprobando:


Se me ocurre que algo por el estilo es lo que sueña el ICAU desde su lamentable slogan "Un cine, un país". Los viejos camaradas tienen gustos similares.


martes, 28 de diciembre de 2010

Piratería expandida

Por Miguel A. Hernández-Navarro

Hay un cuento de Italo Calvino, “La oveja negra”, que habla de un país donde todos eran ladrones. Un país en el que todo iba bien hasta que llegó un hombre honrado que, al no querer robar, desestructuró y desequilibró una economía fundada en el libre intercambio y la mutación constante de la riqueza. Entre otras cosas, esta historia nos habla de cómo toda ley es contextual y debería fundarse a partir del consenso de la mayoría. Las leyes, igual que las prácticas éticas, deben partir de la experiencia y no imponer un orden restrictivo que convierta a la excepción en norma. Eso es, sin embargo, lo quiere hacer la Ley Sinde*, restringiendo la libre circulación de contenidos en Internet a través del privilegio de la excepción.

Cuando todos somos tratados como delincuentes o piratas, lo que hay que cambiar es lo que entendemos por piratería y delincuencia. Las transformaciones estructurales y tecnológicas introducen también cambios de mentalidad. Sin embargo, aquí parece que nada de esto se ha entendido. Con la invención de la imprenta, los copistas de libros vieron su hegemonía restringida. Y seguro que muchos habrían querido que las imprentas cerrasen o que, en todo caso, tuviesen un ritmo de impresión lento y acomodado a las posibilidades de la copia manual. Afortunadamente, esto no fue así, aunque se perdiese un trabajo y una tradición. Lo que ocurrió fue una revolución, un cambio fundamental en la historia de Occidente que modificó todas las estructuras conocidas. Hoy vivimos en una revolución si cabe mucho mayor. Y no podemos seguir legislando con la cabeza –y el bolsillo– anclados en el pasado.

Sin duda, necesitamos una regulación, sobre todo para que no se lucren las que se están llevando el pastel (que son las operadoras y algunas webs que reciben publicidad), pero lo que no se puede pretender es castrar todo un mundo de posibilidades democráticas. Es necesario repensar el sistema de propiedad intelectual y buscar modos alternativos de retribución por producciones culturales. Si hay gente haciendo negocio con películas, música y libros (esto menos, la verdad), quizá los productores culturales tendrían que tomar ejemplo aquí del enemigo y buscar maneras semejantes de comercio de sus productos. Lo que queda a la vista con las nuevas tecnologías es la plusvalía absoluta que queda en los antiguos modos de producción y distribución. Un libro electrónico o una película se pueden vender por 1 euro y es un negocio rentable. No se puede pretender, como hacen las editoriales, o el iTunes de Apple, que alguien pague 12 euros por un libro electrónico (3 menos que en papel) o 3.99 euros por alquilar una película. Eso se llama “querer hacer negocio”, y querer ganar mucho dinero. Un libro electrónico no tiene los costes de producción, distribución y almacenaje de un libro físico, igual que una película o un disco. Habría, por supuesto, que cambiar los modos de comercio. Las nuevas tecnologías nos llevan hacia economías diferentes que transforman los sistemas establecidos. Esto sería lo deseable. Y son muchos los que apuestan por eso. El problema de todo esto es que, aunque nos digamos todos progresistas y democráticos, todavía estamos anclados en regímenes de singularidad y de comercio que están desapareciendo.

Lo triste es que sea precisamente el mundo de la “cultura” (supuestamente progresista y democrático) el que abandere la lucha en favor de la propiedad (privada) intelectual. Eso demuestra que las industrias culturales son eso, industrias. Y que la cultura, en el fondo, no es sino un producto más del espectáculo del entretenimiento. Eso ni es bueno ni es malo, sino que es una realidad. Que esto de la cultura comprometida es sólo una milonga, un barniz que da brillo a una economía especulativa que es plusvalía pura, igual que la del arte (que sería para otro post, porque es, con mucho, la más perversa de todas). Lo que ocurre aquí es que los actores y cantantes pierden su parte del pastel. Y aquí los que más pierden son los que más tienen. Porque no nos engañemos, los verdaderos interesados son los que viven muy bien de esa plusvalía. Intuyo que Alejandro Sanz seguirá teniendo esta Navidad para comprar el pavo, y a Javier Bardem no le faltará para las langostas. Que sean los de las mansiones en Miami y los Ferrari en la puerta los que nos acusen a los demás de piratas es algo que habría que pensar con detenimiento. Y que, luego, esos mismos (con la misma cara de víctima) critiquen la expansión del capitalismo y aboguen por un mundo justo sin pobreza ni diferencias es algo que ya acaba tocando las narices.

-No (ha) lugar

* Fallido proyecto de ley propuesto por la ministra de cultura de España al que aludimos aquí, con valioso aporte de Mary O'Donnell.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Un tipo genial


'Habría que ajustar las pruebas PISA o ponerlas más sobre la tierra en lo que es la educación pública y privada uruguaya'.
Integrante del Consejo de Educación Secundaria, Daniel Guasco, proponiendo la solución para el estrepitoso fracaso de los estudiantes uruguayos en la prueba que el mundo acepta como parámetro: buscar una prueba distinta, más fácil, adaptada a un sistema que no logra enseñar a sus estudiantes. El País, 22 de diciembre.
-Las frases de El Informante