martes, 2 de julio de 2013

La ficha


Hay muchas personas que se instalan ahí. Que convierten su vida, el resto de sus vidas, en eso. En hablar de cine, en ver cine, en leer sobre cine, en escribir sobre cine, incluso en hacer cine. De hecho, es probable que para ser una eminencia, en eso o en cualquier cosa, sea imprescindible esa dedicación absoluta con un punto obsesivo. Y estoy seguro de que muchas de esas personas son inmensamente felices así. Yo no pude. Llegó un momento en que comencé a sentir que me estaba perdiendo personas maravillosas solo porque eran ajenas a ese entorno; que todas aquellas ficciones extraordinarias y fascinantes estaban construyendo en torno mío una especie de muro asfixiante que me alejaba de la realidad que vivía el 99% del resto del mundo; que comenzaba a hablar un lenguaje, incluso, que solo un círculo muy cerrado de personas entendía; que la acumulación de imágenes y lecturas sobre las películas comenzaba a estragar la frescura de las propias películas, convirtiéndolas en mero objeto de disección, en una especie de materia muerta esperando la autopsia; que la endogamia propia de quien recibe estímulos de fuentes muy limitadas (un grupo reducido de personas, un grupo reducido de contextos) estaba empobreciendo no solo mi capacidad de análisis de la realidad, sino también mi capacidad de análisis del propio cine, muchas veces afectada ya por tediosos lugares comunes; que, en fin, lo que empezó siendo una fuente de placer inmenso y un cielo abierto a un nuevo mundo, estaba corriendo el riesgo de convertirse en una pequeña cárcel que me aislaba de ese mismo mundo. -Enrique Pérez Romero

(texto completo acá)