Lo aprendí con solamente veintiún o veintidós años
(…). Y aquello (…) me puso por encima de la media, el hecho de entender aquella
verdad a una edad en que la mayoría de la gente solamente está empezando a
sospechar los principios básicos de la vida adulta: el hecho de que la vida no
te debe nada; de que el sufrimiento adopta muchas formas; de que nadie te
cuidará jamás como lo hacía tu madre; de que el corazón humano está chiflado.
Aprendí que el mundo de los hombres tal como
existe hoy en día es una burocracia. Se trata de una verdad obvia, por
supuesto, aunque también es una verdad que causa enorme sufrimiento a quienes
no la conocen.
Pero lo que es más importante, descubrí –de la
manera en que un hombre aprende realmente las cosas importantes– el verdadero
talento que se requiere para triunfar en una burocracia. Me refiero a triunfar
de verdad: a que te vaya bien, a marcar la diferencia, a servir. Descubrí la
clave. La clave no es la eficiencia, ni la probidad, ni la reflexión, ni la
sabiduría. No es la astucia política, el don de gentes, el cociente intelectual
puro y duro, la lealtad, la amplitud de miras ni ninguna de esas cualidades que
el mundo burocrático llama virtudes y que busca con sus test. La clave es
cierta capacidad que subyace a todas estas cualidades, más o menos igual que la
capacidad de respirar y bombear la sangre subyace a todos los pensamientos y
acciones.
-David Foster Wallace, El Rey Pálido