por Leila
Guerriero
Pero hoy es abril y ha sido un buen día. Hice una
entrevista con una mujer a quien voy a volver a ver en dos semanas y varios llamados
telefónicos que dieron buenos resultados. Compré frutas, conseguí un estupendo
curry en polvo. Hay nardos en los floreros de la cocina. Corrí al atardecer. Me
siento leve, un poco feroz, arbitraria. De modo que, si hoy me preguntaran, les
diría: corran.
Les diría: sientan los huesos mientras corren como sentirán
después las catástrofes ajenas: sin acusar el golpe. Aguanten, les diría. Pasen
por las historias sin hacerles daño (sin hacerse daño). Sean suaves como un
ala, igual de peligrosos. Y respeten: recuerden que trabajan con vidas humanas.
Respeten.
Escuchen a Pearl Jam, a Bach, a Calexico. Canten a gritos canciones
que no cantarían en público: Shakira, Julieta Venegas, Raphael. Vayan a las
iglesias en las que se casan otros, sumérjanse en avemarías que no les
interesan: expónganse a chorros de emoción ajena.
Sean invisibles: escuchen lo que la gente tiene para
decir. Y no interrumpan. Frente a una taza de té o un vaso de agua, sientan la incomodidad
atragantada del silencio. Y respeten.
Sean curiosos: miren donde nadie mira, hurguen donde nadie
ve. No permitan que la miseria del mundo les llene el corazón de ñoñería y de
piedad.
Sepan cómo limpiar su propia mugre, hacer un hoyo en la
tierra, trabajar con las manos, construir alguna cosa. Sean simples, pero no se
pretendan inocentes. Conserven un lugar al que puedan llamar “casa”.
Tengan paciencia porque todo está ahí: sólo necesitan la complicidad
del tiempo. Aprendan a no estar cansados, a no perder la fe, a soportar el
agobio de los largos días en los que no sucede nada.
Maten alguna cosa viva: sean responsables de la muerte.
Viajen. Vean películas de Werner Herzog. Quieran ser Werner Herzog. Sepan que
no lo serán nunca.
Pierdan algo que les importe. Ejercítense en el arte de
perder. Sepan quién es Elizabeth Bishop.
Equivóquense. Sean tozudos. Créanse geniales. Después aprendan.
Tengan una enfermedad. Repónganse. Sobrevivan. Quédense hasta
el final en los velorios. Tomen una foto del muerto. Tengan memoria, conserven
los objetos. Resístanse al deseo de olvidar.
Cuando pregunten, cuando entrevisten, cuando escriban: prodíguense.
Después, desaparezcan.
Acepten trabajos que estén seguros de no poder hacer, y háganlos
bien. Escriban sobre lo que les interesa, escriban sobre lo que ignoran,
escriban sobre lo que jamás escribirían. No se quejen.
Contemplen la música de las estrellas y de los carteles de
neón.
Conozcan esta línea de Marosa di Giorgio, uruguaya: “Los
jazmines eran grandes y brillantes como hechos con huevos y con lágrimas.”
Vivan en una ciudad enorme.
No se lastimen.
Tengan algo para decir.
Tengan algo para decir.
Tengan algo para decir.
Revista
“Sábado”, El Mercurio, Chile, abril 2011