El intercambio libre de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, se está volviendo cada día más restringida. Mientras podemos esperar eso de la derecha radical, la censura también se está expandiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia hacia puntos de vista opuestos, una moda de vergüenza pública y ostracismo, y la tendencia a disolver asuntos políticos complejos con una cegadora certeza moral. Defendemos el valor de un robusto e incluso cáustico contra-discurso de todas partes. Pero actualmente es demasiado habitual escuchar llamados para una veloz y severa retribución en respuesta a las transgresiones percibidas del habla y el pensamiento. Más preocupante incluso es que líderes institucionales, en un espíritu de control de daños entrando en pánico, están dando apresurados y desproporcionados castigos en vez de considerar reformas. Editores son despedidos por publicar artículos controvertidos; libros son retirados por presunta falta de autenticidad; periodistas son impedidos de escribir sobre ciertos temas; profesores son investigados por citar obras literarias en clase; un investigador es despedido por hacer circular un estudio que pasó la revisión de pares; y los líderes de organizaciones son expulsados por lo que a veces resultan simples errores. Cualesquiera sean los argumentos en torno a cada incidente particular, el resultado ha sido una constante estrechez de los límites de lo que puede ser dicho sin la amenaza de represalias. Ya estamos pagando el precio en mayor aversión al riesgo entre los escritores, artistas y periodistas que temen por sus sustentos si se apartan del consenso, o siquiera si no están de acuerdo con el recelo suficiente.
Este ambiente sofocante va a terminar por dañar las causas más vitales de nuestro tiempo. La restricción al debate, ya sea por un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente hiere a quienes carecen de poder y vuelve a todos menos capaces de participar democráticamente. La forma de vencer las ideas erróneas es por exposición, argumento, y persuasión, no intentando silenciar o desear que desaparezcan. Rechazamos cualquier elección falsa entre justicia y libertad, ya que no puede existir la una sin la otra. Como escritores necesitamos una cultura que nos brinde espacio para la experimentación, para tomar riesgos e incluso cometer errores. Necesitamos preservar la posibilidad de estar en desacuerdo de buena fe, sin consecuencias profesionales terribles. Si no vamos a proteger aquello en lo que nuestro trabajo depende, no deberíamos esperar que el público o el estado lo defiendan por nosotros.
Martin AmisAnne Applebaum
Margaret Atwood
John Banville
Louis Begley
Ian Buruma
Noam Chomsky
Jeffrey Eugenides
Caitlin Flanagan
Francis Fukuyama,
Michael Ignatieff
Daniel Kehlmann
Enrique Krauze
Nicholas Lemann
Mark Lilla
Greil Marcus
Wynton Marsalis
George Packer
Steven Pinker
J.K. Rowling
Salman Rushdie
Andrew Solomon
Gloria Steinem
Fareed Zakaria
(siguen nombres)
Harper’s Magazine, Julio 7, 2020