lunes, 28 de febrero de 2022

Boca

 


George Orwell

La sala era pequeña y bastante lúgubre. Ya conocen ustedes estos sitios. Paredes de madera de pino, techo de hierro ondulado y la suficiente corriente de aire como para dejarse el abrigo puesto. Los pocos asistentes estábamos sentados en la zona iluminada alrededor del estrado, con unas treinta filas de sillas vacías detrás de nosotros. Y los asientos de todas las sillas estaban llenos de polvo. En el estrado, detrás del conferenciante, había una gran cosa cuadrada, envuelta en un paño, que podía haber sido un enorme ataúd bajo un paño mortuorio, y que en realidad era un piano. Al principio, yo no escuchaba con mucha atención. El conferenciante parecía un don nadie, pero era un buen orador. Tenía la cara pálida, los labios móviles y la voz cascada de las personas que hablan mucho. Como es lógico, hablaba de Hitler y de los nazis. Yo no tenía demasiadas ganas de escucharle —el News Chronicle traía las mismas cosas cada mañana—, pero su voz me llegaba como una especie de br-br-br, y de vez en cuando una frase aislada captaba mi atención.

   —… bestiales atrocidades… odiosas manifestaciones de sadismo… porras de goma… campos de concentración… vergonzosa persecución de los judíos… oscurantismo… civilización europea… actuar antes de que sea demasiado tarde… indignación de todos los pueblos civilizados… alianza de las naciones democráticas… actitud firme… defensa de la democracia… democracia… fascismo… democracia… fascismo… democracia…

   Ya conocen ustedes el disco. Estos tipos pueden hacerlo durar horas y horas. Es igual que un gramófono. Se da vuelta a la manivela, se aprieta el botón y se pone en marcha: democracia, fascismo, democracia… Pero en cierta manera me interesaba observarle. Un hombrecito de aspecto insignificante, de cara pálida y cabeza calva, sentado en un estrado soltando consignas. ¿Qué está haciendo? De manera totalmente abierta y deliberada, está suscitando odio. Está haciendo todo lo que puede para hacernos odiar a unos extranjeros llamados fascistas. Qué raro, pensé, ser conocido como «el señor Fulano, el conocido antifascista». Extraña profesión, el antifascismo. Me imagino que este hombre se gana la vida escribiendo libros contra Hitler. Pero ¿qué hacía antes de que Hitler subiese al poder? ¿Y qué hará si Hitler desaparece algún día? Claro que la misma pregunta se puede hacer hablando de los médicos, los detectives, los cazarratas, etcétera. La voz cascada seguía sonando, y me di cuenta de una cosa. Hablaba con convencimiento. No estaba fingiendo en absoluto; sentía cada una de las palabras que pronunciaba. Estaba tratando de despertar odio en el auditorio, pero aquello no era nada comparado con el odio que sentía él mismo. Cada consigna era el evangelio para él. Si se le abría en canal, todo lo que se le encontraría dentro sería democracia-fascismo-democracia. Debe de ser interesante conocer a un individuo así en la vida privada. Pero ¿tiene vida privada? ¿O se dedica sólo a ir de estrado en estrado levantando odio? Quizá incluso sueña con consignas.

                                                                         en Subir a por aire

No hay comentarios:

Publicar un comentario