sábado, 17 de diciembre de 2022

Una carta sobre la justicia y el debate abierto

 100,000 Little Stalinists of Woke Culture - Tablet Magazine

Nuestras instituciones culturales están enfrentando un momento de juzgamiento. Fuertes protestas por justicia racial y social están llevando a postergadas demandas para reformar la policía, junto con llamados más amplios por mayor igualdad e inclusión a través de nuestra sociedad, no menos importante en educación superior, periodismo, filantropía y las artes. Pero este ajuste de cuentas también ha identificado un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y tolerancia de las diferencias a favor de conformidad ideológica. Mientras aplaudimos el primer avance, alzamos nuestras voces contra el segundo. Las fuerzas del iliberalismo están ganando fuerza a través del mundo y tienen un poderoso aliado en Donald Trump, quien representa una real amenaza a la democracia. Pero no hay que permitir que la resistencia se endurezca a sí misma hasta convertirse en su propia marca de dogma o coerción, las cuales ya están siendo explotadas por demagogos de derecha. La inclusión democrática que queremos debe ser alcanzada sólo si hablamos en contra del clima intolerante que se ha instaurado en ambos lados.

El intercambio libre de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, se está volviendo cada día más restringida. Mientras podemos esperar eso de la derecha radical, la censura también se está expandiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia hacia puntos de vista opuestos, una moda de vergüenza pública y ostracismo, y la tendencia a disolver asuntos políticos complejos con una cegadora certeza moral. Defendemos el valor de un robusto e incluso cáustico contra-discurso de todas partes. Pero actualmente es demasiado habitual escuchar llamados para una veloz y severa retribución en respuesta a las transgresiones percibidas del habla y el pensamiento. Más preocupante incluso es que líderes institucionales, en un espíritu de control de daños entrando en pánico, están dando apresurados y desproporcionados castigos en vez de considerar reformas. Editores son despedidos por publicar artículos controvertidos; libros son retirados por presunta falta de autenticidad; periodistas son impedidos de escribir sobre ciertos temas; profesores son investigados por citar obras literarias en clase; un investigador es despedido por hacer circular un estudio que pasó la revisión de pares; y los líderes de organizaciones son expulsados por lo que a veces resultan simples errores. Cualesquiera sean los argumentos en torno a cada incidente particular, el resultado ha sido una constante estrechez de los límites de lo que puede ser dicho sin la amenaza de represalias. Ya estamos pagando el precio en mayor aversión al riesgo entre los escritores, artistas y periodistas que temen por sus sustentos si se apartan del consenso, o siquiera si no están de acuerdo con el recelo suficiente.

Este ambiente sofocante va a terminar por dañar las causas más vitales de nuestro tiempo. La restricción al debate, ya sea por un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente hiere a quienes carecen de poder y vuelve a todos menos capaces de participar democráticamente. La forma de vencer las ideas erróneas es por exposición, argumento, y persuasión, no intentando silenciar o desear que desaparezcan. Rechazamos cualquier elección falsa entre justicia y libertad, ya que no puede existir la una sin la otra. Como escritores necesitamos una cultura que nos brinde espacio para la experimentación, para tomar riesgos e incluso cometer errores. Necesitamos preservar la posibilidad de estar en desacuerdo de buena fe, sin consecuencias profesionales terribles. Si no vamos a proteger aquello en lo que nuestro trabajo depende, no deberíamos esperar que el público o el estado lo defiendan por nosotros.

Martin Amis
Anne Applebaum
Margaret Atwood
John Banville
Louis Begley
Ian Buruma
Noam Chomsky
Jeffrey Eugenides
Caitlin Flanagan
Francis Fukuyama,
Michael Ignatieff
Daniel Kehlmann
Enrique Krauze
Nicholas Lemann
Mark Lilla
Greil Marcus
Wynton Marsalis
George Packer
Steven Pinker
J.K. Rowling
Salman Rushdie
Andrew Solomon
Gloria Steinem
Fareed Zakaria
(siguen nombres)

                                                                               Harper’s Magazine, Julio 7, 2020

sábado, 10 de diciembre de 2022

Experimento

Quiero poner un ejemplo que cada uno es libre de juzgar desde el punto de vista que prefiera; un experimento que además de a mí —y de mis coetáneos— tiene como protagonista a mi hijo Leone, un chico despierto y curioso como yo a su edad, o quizá más. Leone y los chicos de su generación, para ser exactos. Le pedí a Leo que me hiciera una lista lo más completa y detallada posible de las películas que vio el año pasado, 2012. Me refiero a películas nuevas, vistas en el cine, no en la tele. Quiero compararlas con la lista de las películas que vi a su edad, con dieciocho años, en 1975. Quizá me olvide de alguna, pero las que aparecen listadas las vi sin duda. En algunos casos hasta podría citar el cine donde las proyectaban.

Películas vistas en 2012 por mi hijo Leone, con dieciocho años:

  • Los vengadores (Whedon)
  • Blancanieves y la leyenda del cazador (Sanders)
  • El hobbit: Un viaje inesperado (Jackson)
  •  Ted (MacFarlane)
  • Skyfall (Mendes)
  • El caballero oscuro. La leyenda renace (Nolan)
  • Moonrise Kingdom (Anderson)
  • Men in Black 3 (Sonnenfeld)
  •  Siete psicópatas (McDonagh)
  • El enigma del cuervo (McTeigue)
  • El dictador (Charles)

Películas vistas por mí a los dieciocho años, en 1975:

  • Barry Lyndon (Kubrick)
  • Los tres días del Cóndor (Pollack)
  • Picnic en las Rocas Colgantes (Weir)
  •  Amigos míos (Monicelli)
  • El pasajero (Antonioni)
  • Dersu Uzala (Kurosawa) 
  • Secreto oculto en el mar (Penn)
  • Nashville (Altman)
  • Tarde de perros (Lumet) 
  •  Nos habíamos amado tanto (Scola)
  • Fantasma en el paraíso (De Palma)
  • Chinatown (Polanski)
  • El enigma de Kaspar Hauser (Herzog)
  • La conversación (Coppola)
  • La última noche de Boris Grushenko (Allen)
  • Lenny (Fosse)
  • Alicia ya no vive aquí (Scorsese)
  • El hombre que sería rey (Huston) 
  • The French Connection II (Frankenheimer)
  • En el curso del tiempo (Wenders)
  • La pareja despareja (Ross)
  • La esclava del amor (Mijalkov)
  • La matanza de Texas (Hooper)
  • Cuentos inmorales (Borowczyk)
  • Shampoo (Ashby)
  • El sospechoso (Maselli)
  • Cría cuervos (Saura)
  • Atrapado sin salida (Forman)
  • El honor perdido de Katharina Blum (Schlöndorff y Von   Trotta)
  • La historia de Adèle H. (Truffaut)
  • Golpe bajo (Aldrich)
  • Perfume de mujer (Risi)
  • Traigan la cabeza de Alfredo García (Peckinpah)
  • Rojo profundo (Argento)
  • Primera plana (Wilder)
  • Tommy (Russell)
  • El joven Frankenstein (Brooks)
  • Fantozzi (Salce)

Nota: Es indudable que nosotros íbamos a menudo al cine, mucho más de lo que se va hoy en día. Además de ser el entretenimiento más clásico —no es que hubiera muchos más—, ver películas, ver muchas películas, ver todas las películas se consideraba parte integrante de la formación de cualquier chico o chica curioso, al igual que escuchar música y leer revistas y cómics; es más, en aquella época era un componente esencial. El cine todavía era el arte del siglo, arrastraba el siglo XX como un titán que, con los pies clavados en el fondo del océano, remolca un transatlántico averiado. ¡Qué corto fue su ciclo! Tanto como el siglo. Pero en ambas listas lo que salta a la vista no es la demanda, sino la oferta, es decir, la cantidad y la calidad de las películas que un chico podía ver entonces. Y pensar que ya estábamos fuera de la época mítica del cine, que, en teoría, ya había empezado a declinar…

Segunda nota: En la lista de mi hijo no hay ni una película italiana.

 —Edoardo Albinati, La escuela católica (Lumen, 2019)