lunes, 1 de julio de 2024

El gran Albert

 El revés y el derecho' de Albert Camus

Albert Camus viene de una familia pobre; Jean-Paul Sartre es hijo de burgueses. Camus nunca creyó haber nacido para la gloria; Sartre pensaba que ésta le correspondía de forma natural. Camus se confronta con la miseria en los barrios pobres de Argel; Sartre, en las bibliotecas, leyendo a Hegel y a Marx. Camus aprendió en la calle, privado de estudios superiores por la tuberculosis; Sartre es un producto puro de la École Nórmale Supérieure, formateado por y para el examen de la agrégation. Camus conoce de muy joven el tormento de la enfermedad y vive toda la vida bajo este signo; Sartre se pasa la vida maltratando a su cuerpo con el tabaco, el alcohol, las drogas, las anfetaminas, la mugre, la suciedad. Camus juega al fútbol como arquero y admite haber aprendido sobre la filosofía y la fraternidad en las canchas; Sartre boxea y se rompe la cara mientras disfruta romper la de su adversario. A Camus le gustan el sol, el mar Mediterráneo, el sol de Argelia; Sartre es un parisino neto, y precisamente de Saint-Germain des Prés, la forma más provincial que puede llegar a adoptar un parisino. Camus es solar; Sartre, nocturno. Camus quiere alistarse desde 1939, pero su estado de salud le valdrá el rechazo por parte de las autoridades; Sartre descubre la Resistencia y el compromiso una vez que la guerra ha terminado. Camus se opuso a la depuración; Sartre formó parte del comité de depuración. Camus es antisoviético y, de forma visceral, no soporta el totalitarismo; Sartre acompaña a todos los totalitarismos, mientras sean de izquierda, piensa que ''todo anticomunista es un perro". Camus argumenta y se justifica constantemente; Sartre agrede, acusa, ataca, calumnia. Camus escribió El hombre rebelde y él fue uno; Sartre coescribió El hombre tiene razón para rebelarse, pero se rebeló únicamente de manera infantil, visceral y constante contra la burguesía, el mundo de su padrastro que le robaba a la madre. Camus no defiende ningún tipo de terrorismo; Sartre lo defiende cuando es palestino, si lo practica la banda de Baader, la "justicia proletaria", o si es maoísta, incluso cuando corre el riesgo de mandar al patíbulo al escribano de Bruay-en-Artois. Camus explica en Reflexiones sobre la pena capital por qué se opone a la pena de muerte; en Actuel, Sartre la defiende por razones políticas. Camus quería una solución pacífica para Argelia a través de una fórmula federalista, defendida con fervor por los socialistas libertarios; Sartre apoyaba el terrorismo del Frente de Liberación Nacional y justificaba -hay que releer el prefacio de Aden Arabie- que se ejecutase a los blancos asimilados a los colonizadores. Camus era libertario, sin haberlo declarado nunca; Sartre fue autoritario, aunque en sus últimos años de existencia, ¡haya confesado sin vergüenza alguna que siempre fue libertario! Camus era un individuo solitario, lo que no le impedía ser solidario, como lo prueba su rol de jefe de redacción en Combat; Sartre era el líder de una jauría -véase su dirección en Les Temps Modernes-. Camus era un sensorial epidérmico, una sensibilidad frágil, a flor de piel, un sismógrafo existencial; Sartre era un conceptual puro, un cerebral sin estados de ánimo. Camus era un demócrata, Sartre no. Camus murió en la flor de la vida, como un cometa brillante; Sartre vivió muerto al menos la última década de su vida -lean o relean La ceremonia de los adioses-. Camus fue un filósofo intempestivo, que tuvo razón demasiado temprano pero que hoy la historia valida; durante este siglo y medio, Sartre se terminó convirtiendo en un "filósofo para el último año del bachillerato". Camus, privado de consagración demasiado rápido, hoy lo ha conseguido; a Sartre sólo le queda el pasado. Para Navidad, no sean idiotas: pidan que les regalen -o regalen...- El hombre rebelde.

--Michel Onfray

Imágenes gastadas

Con frecuencia he hablado de lo que denomino el imaginario inadecuado de la civilización de hoy. Tengo la impresión de que las imágenes que hoy nos rodean están gastadas; hemos abusado de ellas y han quedado inútiles y exhaustas. Renguean y se arrastran detrás del resto de nuestra evolución cultural. Cuando miro las postales en las tiendas para turistas y las imágenes y las publicidades que nos bombardean desde las revistas, o enciendo la televisión, o entro en una agencia de viajes y veo esas láminas enormes, todas con la misma, tediosa imagen del Gran Cañón del Colorado, sinceramente siento que allí está surgiendo algo peligroso. El mayor peligro, a mi entender, es la televisión, porque hasta cierto grado arruina nuestra visión y nos vuelve tristes y solitarios. Nuestros nietos nos culparán por no haber arrojado granadas de mano contra las estaciones de TV por causa de los comerciales. La televisión mata nuestra imaginación y terminamos atiborrados de imágenes gastadas debido a la incapacidad de demasiadas personas para buscar imágenes nuevas, frescas.

Como especie hemos tomado conciencia de ciertos peligros que nos amenazan. Comprendemos, por ejemplo, que el poder nuclear entraña un peligro real para la humanidad, que la superpoblación del planeta es el peligro mayor. Hemos entendido que la destrucción del medio ambiente es otro peligro, enorme. Pero sinceramente creo que la falta de un imaginario adecuado es un peligro de igual magnitud. Es un defecto tan grave como la falta de memoria. ¿Qué les hemos hecho a nuestras imágenes? ¿Qué les hemos hecho a nuestros paisajes degradados? Ya lo he dicho antes y volveré a repetirlo mientras tenga voz: si no desarrollamos imágenes adecuadas nos extinguiremos como los dinosaurios. Observe por ejemplo la representación de Jesús en nuestra iconografía: no ha cambiado desde el kitsch tipo helado de vainilla de la escuela de pintura del Nazareno de fines del siglo XIX. Esas imágenes por sí solas son prueba suficiente de que la Cristiandad agoniza. Necesitamos imágenes concordantes con nuestra civilización y nuestros condicionamientos más íntimos, y por esta razón me gustan las películas que buscan imágenes nuevas sin importarme hacia dónde se dirijan o qué historia estén contando. Debemos excavar como arqueólogos y registrar minuciosamente nuestros paisajes degradados para encontrar algo nuevo.

--Werner Herzog

(En Herzog por Herzog, El cuenco de plata, 2014)