Con frecuencia he hablado de lo que denomino el imaginario inadecuado de la civilización de hoy. Tengo la impresión de que las imágenes que hoy nos rodean están gastadas; hemos abusado de ellas y han quedado inútiles y exhaustas. Renguean y se arrastran detrás del resto de nuestra evolución cultural. Cuando miro las postales en las tiendas para turistas y las imágenes y las publicidades que nos bombardean desde las revistas, o enciendo la televisión, o entro en una agencia de viajes y veo esas láminas enormes, todas con la misma, tediosa imagen del Gran Cañón del Colorado, sinceramente siento que allí está surgiendo algo peligroso. El mayor peligro, a mi entender, es la televisión, porque hasta cierto grado arruina nuestra visión y nos vuelve tristes y solitarios. Nuestros nietos nos culparán por no haber arrojado granadas de mano contra las estaciones de TV por causa de los comerciales. La televisión mata nuestra imaginación y terminamos atiborrados de imágenes gastadas debido a la incapacidad de demasiadas personas para buscar imágenes nuevas, frescas.
Como especie hemos tomado conciencia de ciertos peligros que nos amenazan. Comprendemos, por ejemplo, que el poder nuclear entraña un peligro real para la humanidad, que la superpoblación del planeta es el peligro mayor. Hemos entendido que la destrucción del medio ambiente es otro peligro, enorme. Pero sinceramente creo que la falta de un imaginario adecuado es un peligro de igual magnitud. Es un defecto tan grave como la falta de memoria. ¿Qué les hemos hecho a nuestras imágenes? ¿Qué les hemos hecho a nuestros paisajes degradados? Ya lo he dicho antes y volveré a repetirlo mientras tenga voz: si no desarrollamos imágenes adecuadas nos extinguiremos como los dinosaurios. Observe por ejemplo la representación de Jesús en nuestra iconografía: no ha cambiado desde el kitsch tipo helado de vainilla de la escuela de pintura del Nazareno de fines del siglo XIX. Esas imágenes por sí solas son prueba suficiente de que la Cristiandad agoniza. Necesitamos imágenes concordantes con nuestra civilización y nuestros condicionamientos más íntimos, y por esta razón me gustan las películas que buscan imágenes nuevas sin importarme hacia dónde se dirijan o qué historia estén contando. Debemos excavar como arqueólogos y registrar minuciosamente nuestros paisajes degradados para encontrar algo nuevo.
--Werner Herzog
(En Herzog por Herzog, El cuenco de plata, 2014)
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