PREGUNTA: ¿Cree Ud. que existe una manera particular
de leer poesía, una “lectura poética”, en el sentido que la estructura del
lenguaje poético (tradición, formas, géneros, etc.) determinaría una actitud
previa en el lector?
RESPUESTA: Sí,
por eso es fácil que cualquier alfabetizado culto haga un poema.
Hay un recetario de señales (diseño gráfico, orden “vertical”, cierto
giro y elocución, el titulaje, etc.) cuya combinación promete que “esto es un poema” y provoca en el
lector una disposición de lectura para la que bien lo ha adiestrado la escuela
(cierta posición de regodeo en la musicalidad del lenguaje, tal veladura de la
decodificación referencial, determinada disposición emocional a recibir
mensajes “elevados”, etc.). A este respecto me gustaría invitar a la
observación de lo que hace la escuela con el niño y la poesía: a la vez que se
castiga la libertad del lenguaje mediante infinidad de recursos, se imponen no
solamente un repertorio de lecturas
parcial sino un estilo de lectura
que clasifica el poema en el lugar de menor atractivo posible: “lo difícil”, lo
tonto, lo solemne, lo “elevado”, lo “sublime”, lo “engolado”, etc. Después de
semejante trabajito de la cultura, es muy difícil disponer a un chico para la
lectura gozosa de los mismos versos de Hernández, o Lugones, o Darío que le
suministraron como parte de un plan de vacunación contra cualquier subrutina de
goce.
–Fogwill, Los libros de la guerra
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