sábado, 30 de enero de 2021

Cosas serias


[De] de todos los grandes momentos de [Fred] Astaire, éste [de Follow the Fleet, 1936] quizá sea el que tenga el motivo más extraño. Como preludio a la danza, asistimos al breve drama en que, tras perder mucho dinero en el juego, sale del casino y mientras camina con una pistola en la mano, con la que planea volarse los sesos, ve a una mujer con un vestido de noche subiendo a un parapeto; la agarra antes de que llegue a saltar, arroja su pistola y entonces comienza el número de canto y baile. Así descrito ese momento, desprendido de nuestra experiencia de él, podemos preguntarnos cómo pueden hacer todo eso sin morirse de risa. Sin embargo, cuando vivimos la experiencia de ese momento, o cuando recordamos momentos similares, sabemos que Astaire ha reflexionado como nadie en aquello que constituye la motivación de la danza, en aquello que proporciona sus ocasiones; por eso, quizá lo mejor sea que reflexionemos un poco más sobre el presente caso.

El breve drama de apertura, donde las acciones musicalizadas no son ni habladas ni cantadas ni bailadas, evoca la condición del mimo, aquello que los isabelinos llamaban “pantomima” o “espectáculo mudo” (dumb-show), como aquel al cual recurren los actores en la obra dentro de la obra de Hamlet, quienes interpretan su escena en silencio antes de recitar sus papeles. Si consideramos este preludio o esta invitación a la danza no danzada como una suerte de profecía o parábola de la comprensión que tiene Astaire de su manera de bailar, es posible concebir que de tal modo proclama que el objetivo de la danza es sustraernos, no a la vida, sino a la muerte. Aunque la idea de sustraerse a la vida sea una concepción de la danza y de la comedia, y presumo que del arte en general, más corriente que la idea expresada por Astaire en la que la danza salva de la muerte, no es por ello menos metafísica. La concepción de Astaire, según la cual la danza consiste en entrar en pista, como respuesta a esa vida de consecuencias inexorables que resultan ser las consecuencias de placeres desesperados, esa concepción sería, pues, la traducción concreta de aquello que quería decir un pensador como Nietzsche cuando habla de la danza (por ejemplo, cuando Zaratustra nos conjura con estas palabras: “Levantad vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba!, ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines”), algo que debe de haber aprendido, creo yo, entre otras cosas, de Emerson, en un pasaje como el que sigue (extraído de otro ensayo de la primera serie de los Ensayos de Emerson): “Todo cuanto creíamos bien establecido tiembla y se estremece; y las literaturas, las ciudades, los climas, las religiones abandonan sus fundamentos y bailan ante nuestros ojos”. ¿Acaso un número de baile de Fred Astaire y Ginger Rogers proyectado en una pantalla puede tener tal calidad? Hablamos aquí de cosas serias. Stanley Cavell, El cine ¿puede hacernos mejores?

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