por Kurt Vonnegut
Yo vengo de una familia de artistas. Y aquí estoy, ganándome la vida con
el arte. No ha habido rebelión. Es como si hubiera heredado la gasolinera Esso
de la familia. Todos mis antepasados se dedicaron al arte, así que yo no hago más
que ganarme la vida siguiendo la tradición familiar.
Sin embargo, mi padre, que era pintor y
arquitecto, se quedó tan tocado por la Depresión, una época en que no conseguía
ganarse la vida, que creyó que sería mejor para mí que no me dedicara al arte. Me
quería alejar de él porque había descubierto que era una forma absolutamente
inútil de producir dinero. Me dijo que sólo podría ir a la universidad si era
para estudiar algo serio, algo práctico.
En Cornell estudié química porque mi
hermano era un prestigioso químico. A los críticos les parece que uno no puede
ser un artista de verdad si ha tenido formación técnica, como en mi caso. Me
consta que los departamentos de literatura inglesa de las universidades, sin
darse cuenta de lo que hacen, tienen la costumbre de inculcar aversión por los
departamentos de ingeniería, de física y de química. Y esta aversión, diría yo,
se transfiere a la crítica. La mayor parte de nuestros críticos han salido de
los departamentos de literatura y todos ellos muestran mucha desconfianza ante
cualquiera que se interese por la tecnología. Bueno, la cuestión es que estudié
química pero siempre acabo dando clases en departamentos de lengua inglesa, de modo
que he incorporado el pensamiento científico a la literatura. No es algo que se
me haya agradecido mucho.
Se me considera un escritor de ciencia
ficción desde que alguien decretó que yo era un escritor de ciencia ficción. Yo
no quería que me catalogaran como tal, por lo que me pregunté cuál era mi
ofensa para que no se me considerara un escritor serio. Llegué a la conclusión
de que era porque escribía sobre tecnología, y la mayoría de los escritores
estadounidenses de prestigio no saben nada sobre tecnología. Me catalogaron
como escritor de ciencia ficción por el simple hecho de que escribí acerca de
Schenectady, Nueva York. Mi primer libro, La
pianola, trataba sobre Schenectady. Allí sólo hay fábricas enormes y nada
más. Mis colegas y yo éramos ingenieros, físicos, químicos y matemáticos. Y
cuando escribí acerca de la Compañía General Eléctrica y Schenectady, a los
críticos que nunca habían estado allí les sonó a fantasía futurista.
Creo que las novelas que obvian la tecnología
falsean tan gravemente la vida como lo hacían los victorianos al obviar el
sexo.
(De Un hombre sin patria,
Ediciones del
Bronce, Barcelona 2006.
Trad.: Daniel Cortés)
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