Nunca se acaba de
aprender en lo que al arte se refiere. Siempre existen cosas nuevas por
descubrir. Las grandes obras de arte parecen distintas cada vez que se las
contempla. Parecen tan inagotables e imprevisibles como los seres humanos. Es
un emocionante mundo en sí mismo con sus particulares y extrañas leyes, con sus
aventuras propias. Nadie debe creer que lo sabe todo de él, porque nadie ha
podido conseguir tal cosa. Nada, sin embargo, más importante que esto
precisamente; para gozar de esas obras debemos tener una mente limpia, capaz de
percibir cualquier indicio y hacerse eco de cualquier armonía oculta; un
espíritu capaz de elevarse por encima de todo, no enturbiado con palabras
altisonantes y frases hechas. Es infinitamente mejor no saber nada acerca del
arte, que poseer esa especie de semi conocimiento del esnobismo. El peligro es
muy frecuente. Hablar diestramente acerca del arte no es muy difícil, porque
las palabras que emplean los críticos han sido usadas en tantos sentidos que ya
han perdido toda precisión. Pero mirar un cuadro con ojos limpios y aventurarse
en un viaje de descubrimiento, es una tarea mucho más difícil, pero también,
mucho mejor recompensada. Es difícil precisar cuánto podemos traer con nosotros
al regreso. – Ernst Gombrich (Historia del Arte, Madrid: Alianza Editorial,
1972)
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