domingo, 10 de junio de 2018

Arte y selección natural



por Denis Dutton


Charles Darwin no fue el primer pensador en sugerir que los organismos vivos evolucionaron a lo largo del tiempo. El filósofo presocrático Anaximandro presentó una teoría bastante parecida hace dos mil quinientos años, y este concepto era ampliamente aceptado en tiempos de Darwin. No podemos afirmar que la originalidad de Darwin residiera en la idea de que toda vida animal está relacionada entre sí, ni que partes de organismos o sus pautas de conducta conduzcan a la supervivencia: en la época de Darwin, los teólogos apelaban constantemente a estos hechos para demostrar la mano de Dios en asuntos de la naturaleza. La teoría de la evolución de Darwin triunfó porque propone un mecanismo físico para que la evolución sea inteligible y posible a la vez: el desarrollo de la especie por un proceso  de mutación aleatoria y retención selectiva que ha pasado a la posteridad con el nombre de “seleccn natural”.

A grandes rasgos, podemos decir que la selección natural despojó al naturalismo religioso de su única viga de apoyo. Darwin descubr un proceso puramente físico que podía generar organismos biológicos que funcionan como si hubieran sido diseñados de manera consciente. De hecho estaban “diseñados”, pero en un sentido diferente: el suyo era un diseño ciego y aleatorio distinto a los procesos conscientemente intencionales. Hoy en día, los creacionistas bíblicos siguen insistiendo en la necesidad de que la intención divina explique como mínimo algunos rasgos del mundo natural, como por ejemplo la compleja meticulosidad del nido de un pájaro tejedor o el ojo humano. Es poco probable que una persona que tenga conocimientos en materia de evolución encuentre interesante la postura creacionista. Pero cuando se aplica la evolución a la mente humana y a la vida cultural y artística –máximos exponentes de las capacidades de planificación y acción racionales e intencionales–, las cuestiones de diseño y propósito vuelven a salir a la luz, aunque ni siquiera los defensores más sofisticados del darwinismo lo aprecien como tal. Una cosa es relacionar la estructura y la función del sistema inmunitario o el oído interno con los principios evolutivos, y otra muy distinta suponer que la evolución pueda guardar relación con los cuadros de Alberto Durero o la poesía de Gerard de Nerval. Darwin creía que existían conexiones importantes en la evolución de las prácticas artísticas humanas. […]. [Quiero] analizar una cuestión importante: ¿son las artes, en sus diversas formas, adaptaciones por derecho propio, o pueden entenderse mejor como subproductos de adaptaciones?

La psicología evolutiva es el estudio de la historia de las funciones adaptativas y de desarrollo de la mente, incluido el modo en que esas funciones conforman los productos culturales de la mente. La psicología evolutiva se aferra a la esperanza, tal como explica Steven Pinker, “de entender el diseño o propósito de la mente” –sus rasgos individuales, sus prejuicios y capacidades–, pero “no en un sentido místico o teleológico, sino en el sentido del simulacro de ingeniería que impregna el mundo natural”. La ingeniería en cuestión debe tener como objetivo estricto la supervivencia o la reproducción; no puede ser algo que, por ejemplo, solo sirva para mejorar la calidad de vida de un organismo o lo vea como algo deseable. Este hecho fundamental limita de manera considerable el alcance de la explicación evolutiva. Tal como indica Pinker: “La biología evolutiva descarta, por ejemplo, las adaptaciones que favorecen el bien de las especies, la armonía del ecosistema o la belleza por sí misma; beneficia a las entidades en vez de a los replicantes que crean las adaptaciones (es decir, caballos que se adaptan a las sillas de montar), una complejidad funcional sin un beneficio reproductivo (o sea, una adaptación para contar los dígitos de pi), y las adaptaciones anacrónicas que benefician a un organismo en una clase de entorno distinto del que empezó a funcional (una habilidad innata para leer o un concepto innato de carburador o trombón). Es decir, para hallar una explicación evolutiva de un fenómeno biológico o mental no basta con señalar los posibles beneficios del fenómeno en las personas, la sociedad o la humanidad en su conjunto.

Por ejemplo, solemos pensar que las artes son beneficiosas porque nos otorgan una sensación de bienestar y comodidad. El arte nos puede ayudar a adentrarnos en la psicología humana, ayuda a los enfermos convalecientes en un hospital, o nos ayuda a apreciar mejor el mundo natural. Puede unir a distintas comunidades, o bien mostrarnos las virtudes de cultivar nuestra individualidad. El arte puede ofrecer consuelo en momentos de crisis vitales, calmar los nervios, o producir una catarsis psicológica beneficiosa, una purga emocional que esclarece la mente o edifica el alma. Aunque todas esas afirmaciones fueran ciertas, no podrían validar en sí mismas una explicación darwiniana de las artes, a menos que estuvieran relacionadas de algún modo a la supervivencia y la reproducción. Aquí el problema radica en la tentación de acomodarse en sentimientos tiernos sobre las artes y luego caer en la falacia de la lógica clásica: “Las adaptaciones evolutivas son ventajosas para nuestra especie. Las artes son ventajosas para nuestra especie. Por lo tanto, las artes son adaptaciones evolutivas”.

¡Vaya! Los antibióticos y el aire acondicionado son ventajosos para nosotros, pero a diferencia del ojo, que también aporta sus ventajas, no son adaptaciones evolutivas. Nuestras vidas están repletas de aparatos y ventamos que hemos diseñado o hemos heredado como resultado de las tradiciones y tecnologías de nuestra cultura. Estos beneficios están siempre abiertos y son variables. Sin embargo, las adaptaciones evolutivas son una subclase relativamente pequeña, pero de gran importancia, en la larga lista de cosas de las que nos podemos beneficiar. Estas adaptaciones pueden darnos dolor o placer, pueden suscitar emociones, y pueden jugar a nuestro favor o no, pero forman parte de nuestra naturaleza y personalidad porque suponían ventajas reproductivas y de supervivencia en el pasado remoto del Homo sapiens. Constituyen una lista estable y finita que no ha cambiado mucho desde las sabanas del Pleistoceno. Constituyen una fuente de predilecciones y deseos humanos generales que actúan como puntos de apoyo y de origen de cadenas causales que motivan y validan los bienes y las prácticas (incluidas las tecnológicas) que constituyen nuestra cultura.

¿Por qué me gustan los bombones? En parte, porque son dulces y grasosos. ¿Por qué me gustan los dulces y la grasa? No hay una respuesta clara a esta pregunta cuando la sometemos a análisis: piensa todo lo que quieras en ello, pero el autoanálisis y la introspección jamás te dirán por qué disfrutas de esos gustos. Por suerte, la evolución nos dio en el mundo ancestral la capacidad y el deseo de ayudarnos a sobrevivir y a reproducirnos, pero la explicación que da la evolución acerca de por qué tenemos esos gustos nunca fue parte del trato.

De El instinto del arte. Belleza, placer y evolución humana. Paidós, Madrid, 2010.

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