por John Carey
En octubre de 2003, Aaron Barschak, el
«comediante terrorista» que se coló en la fiesta del vigesimoprimer cumpleaños del
príncipe William, se presentó ante los magistrados del tribunal de Oxford para
responder al cargo de daños y perjuicios. El tribunal se enteró de que Barschak
había interrumpido una charla de Jake y Dinos Chapman en la Modern Art Gallery
de Oxford. Los hermanos Chapman estaban analizando su exposición The Rape of Creativity: una serie de
cabezas de personajes de cómic superpuestas sobre aguafuertes de Goya. Barschak
arrojó pintura roja a las paredes de la galería, sobre una de las obras y sobre
Jake Chapman al grito de «¡Viva Goya!». Adujo en su defensa que había creado su
propia obra de arte a partir del arte de otro —del mismo modo que los hermanos
Chapman habían adaptado a Goya— y que pretendía aspirar a conseguir el premio Turner.
El juez de distrito Brian Loosley lo declaró culpable, diciendo: «Estamos ante
un grave delito de destrucción gratuita de una obra de arte, así que valoraré
una condena de prisión. Creo que esto ha sido una artimaña publicitaria. […]
Incluso para los cánones modernos, e incluso llevando la imaginación al extremo
de la incredulidad, esto no ha sido la creación de una obra de arte».
Confieso que no espero gran cosa del
juez de distrito Brian Loosley como teórico de estética. No me queda claro de
qué modo dedujo que la protesta de Barschak no era una obra de arte, y que el
invento de los hermanos Chapman sí lo era. Es probable que hubiera pensado que,
dado que Barschak había cometido un delito, no podía haber creado
simultáneamente una obra de arte. Sin embargo, numerosos teóricos han
argumentado que el arte y el crimen están íntimamente unidos, dado que ambos se
erigen contra las normas sociales. Cuando, en 1893, una bomba estalló contra el
Parlamento francés, el dandi, anarquista y poeta Laurent Tailhade, amigo de
Wilfred Owen, proclamó que las víctimas no tenían importancia alguna siempre y cuando
el acto fuera bello. Poco después, otra bomba lo privó del ojo derecho, algo
que hizo reír a todo París. André Breton, líder de los surrealistas, declaró
que el acto surrealista más puro sería disparar un revólver al azar contra una
multitud. Cincuenta años después, el artista californiano Chris Burden tomó
estas palabras al pie de la letra y vació el cargador de un revólver contra un
avión de pasajeros que despegaba del aeropuerto de Los Ángeles, pero falló. Si
el juez de distrito Brian Loosley hubiera tenido en cuenta estos antecedentes
artísticos, quizá habría llegado a la conclusión de que Aaron Barschak era, en
comparación, mucho más ingenioso y absolutamente inofensivo. En cualquier caso,
no creo que las palabras del juez hayan contribuido a descalificar la idea de
Barschak de estar creando su propia obra de arte.
(en ¿Para qué sirven las artes? Debate,
Barcelona, 2007)
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