miércoles, 11 de agosto de 2010

Algunos comentarios sobre lo gracioso que es Kafka

por David Foster Wallace


Una de las razones de que esté dispuesto a hablar en público sobre un tema para el que estoy extremadamente poco cualificado es que me otorga la oportunidad de leer para ustedes un relato de Kafka que ya he dejado de enseñar en las clases de literatura y que echo de menos poder leer en voz alta. Se titula “Una pequeña fábula”:

—Caramba —dijo el ratón—, el mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que me daba miedo. Yo corrí y corrí sin parar y me alegré de ver por fin las paredes lejanas a un lado y a otro. Pero esas largas paredes se han estrechado tan deprisa que ya estoy en el último cuarto, y ahí en el rincón está la trampa en la que tengo que meterme.

—Solamente tienes que cambiar de dirección —dijo el gato, y se lo comió.

Algo que a mí me frustra rotundamente cuando estoy intentando leer a Kafka ante estudiantes universitarios es que me resulta casi imposible hacerles ver que Kafka es gracioso. O apreciar la forma en que el humor está entremezclado con la poderosa fuerza de sus relatos. Porque, por supuesto, los grandes relatos y los grandes chistes tienen mucho en común. Los dos dependen de lo que los teóricos de la comunicación llaman a veces “exformación”, que es cierta cantidad de información vital eliminada de una comunicación pero evocada por la misma de tal manera que causa una explosión de conexiones asociativas con el receptor. A esto se debe probablemente el hecho de que el efecto tanto de los relatos como de los chistes a menudo resulte repentino y percusivo, como la apertura de una válvula que lleva tiempo atascada. No es casual que Kafka hablara de la literatura como de “un hacha con la que cortamos los mares congelados que tenemos dentro”. Tampoco es accidental que el logro técnico de los grandes relatos se denomine a menudo “compresión”, ya que tanto la presión como la liberación se encuentran de antemano dentro del lector. Lo que Kafka parece capaz de hacer mejor que cualquier otro es orquestar el aumento de la presión de tal forma que se vuelve intolerable en el momento preciso en que se libera.

La psicología de los chistes ayuda a explicar una parte del problema que supone enseñar a Kafka. Todos sabemos que no hay mejor manera de vaciar un chiste de su magia peculiar que intentar explicarlo: señalar, por ejemplo, que Lou Costello está confundiendo el nombre propio Who por el pronombre interrogativo inglés who, etcétera. Y todos sabemos la extraña antipatía que producen en nosotros esas explicaciones, una sensación no tanto de aburrimiento como de ofensa, como si se hubiera pronunciado una blasfemia. Esto se parece mucho a lo que siente un profesor cuando pasa un relato de Kafka por los engranajes del análisis crítico estándar de un curso de licenciatura: hay que seguir atentamente la trama, decodificar símbolos, exfoliar los temas, etcétera. Kafka, por supuesto, estaría en una posición privilegiada para apreciar la ironía de someter sus relatos a esa especie de maquinaria crítica de elevada eficacia, el equivalente literario a arrancar los pétalos y molerlos y pasar el mejunje resultante por un espectrómetro para explicar por qué una rosa huele tan bien.

Franz Kafka, al fin y al cabo, es el escritor de relatos cuyo “Poseidón” imagina a un dios del mar tan abrumado por el papeleo administrativo que nunca consigue navegar ni nadar, y cuyo “En la colonia penitenciaria” concibe la descripción como un castigo y la tortura como edificante y al crítico supremo como un rastrillo de púas cuyo golpe de gracia es una estaca en la frente.

Otro obstáculo, hasta para los buenos estudiantes, es que —a diferencia, por ejemplo, de lo que pasa con Joyce o Pound— las asociaciones exformativas que crea la obra de Kafka no son intertextuales ni siquiera históricas. Las evocaciones de Kafka son más bien inconscientes y casi más bien subarquetípicas, esas cosas primordiales e infantiles de las que derivan los mitos. Es por eso por lo que solemos calificar sus relatos más extraños de “pesadillescos” más que “surrealistas”. Las asociaciones exformativas en Kafka también son a la vez simples y extremadamente ricas, y a menudo resulta casi imposible elaborar discursos sobre las mismas: imaginen, por ejemplo, pedirle a un estudiante que despliegue y organice las diversas redes de significados que hay detrás de ratón, mundo, correr, paredes, estrecharse, cuarto, ratonera, gato y gato se come a ratón.

Por no mencionar el hecho de que la clase particular de humor que Kafka despliega es profundamente ajeno a los estudiantes cuyas resonancias neurales son americanas. Lo cierto es que el humor de Kafka no usa casi ninguna de las formas y códigos particulares del entretenimiento americano contemporáneo. No hay juegos de palabras recurrentes ni acrobacias aéreas verbales, y casi nada que tenga que ver con chistes ni con sátira mordaz. En Kafka no hay humor sobre funciones corporales, ni dobles sentidos sexuales, ni intentos estilizados de rebelarse ofendiendo a las convenciones. Nada de bufonadas pynchonianas con pieles de plátano ni adenoides traviesos. No hay priapismo a lo Philip Roth ni metaparodia a lo John Barth ni quejas continuas como las de Woody Allen. No hay ninguna de las inversiones de opereta de las modernas comedias de situación. Tampoco hay niños precoces ni abuelos malhablados ni compañeros de trabajo cínicamente insurgentes. Y tal vez lo más extraño de todo, las figuras de autoridad de Kafka nunca son simples bufones huecos a los que ridiculizar, sino que resultan siempre absurdos y temibles y tristes, todo al mismo tiempo, como el teniente de “En la colonia penitenciaria”.

Lo que quiero decir no es que su ingenio sea demasiado sutil para los estudiantes americanos. De hecho, la única estrategia medio eficaz que se me ha ocurrido para explorar el humor de Kafka pasa por sugerirles a los estudiantes que gran parte del mismo en realidad es poco sutil, o más bien antisutil. Lo que afirmo es que la gracia de Kafka se basa en una especie de literalización radical de verdades que solemos tratar en forma de metáforas. Les transmito mi opinión de que algunas de nuestras intuiciones colectivas más profundas parecen expresables únicamente como figuras retóricas, y les digo que es por eso por lo que a esas figuras retóricas las llamamos “expresiones”. Respecto a La metamorfosis, entonces, puedo invitar a los estudiantes a reflexionar sobre lo que estamos expresando realmente cuando nos referimos a alguien como “asqueroso” o “repulsivo” o decimos que alguien está obligado a “comer mierda” como parte de su trabajo. O a releer “En la colonia penitenciaria” a la luz de expresiones inglesas como tongue-lashing (“echar bronca”, literalmente “azotar con la lengua”) o tore him a new asshole (“le dio una buena tunda”, literalmente “le perforó un agujero nuevo en el culo”), o el refrán “Al llegar la mediana edad, todo el mundo tiene la cara que se merece”. O a abordar “Un artista del hambre” basándose en tropos del estilo “hambriento de atención” o “hambriento de amor”, o al doble sentido de la expresión “negación de uno mismo”, o hasta basándose a un dato tan inocente como el hecho de que resulta que la raíz etimológica de la palabra “anorexia” es la palabra griega que significa “nostalgia”.

Esto suele acabar interesando a los estudiantes, lo cual es genial; pero la culpa deja al profesor un poco tembloroso, porque la táctica de la comedia entendida como la literalización de la metáfora no logra contener ni de lejos la alquimia más profunda por la cual la comedia de Kafka es siempre también tragedia, y esta tragedia es siempre también un placer inmenso y reverente. Esto normalmente conduce a una hora atroz durante la cual doy marcha atrás y aviso a los estudiantes de que, pese a todo su ingenio y su voltaje exformativo, los relatos de Kafka no son fundamentalmente chistes, y que el humor negro más bien simple y lúgubre que enmascara tantas de las declaraciones personales de Kafka —cosas como “Hay esperanza, pero no para nosotros”— no es lo que conforma el eje de sus historias.

Lo que los relatos de Kafka tienen es más bien una grotesca, magnífica y completamente moderna complejidad, una ambivalencia que se convierte en la lógica multivalente inclusiva del, entre comillas, “inconsciente”, que yo personalmente creo que no es más que una forma sofisticada de llamar al alma. El humor de Kafka —que no solo no es neurótico sino que es antineurótico, heroicamente cuerdo— es, en última instancia, humor religioso, pero religioso al estilo de Kierkegaard y Rilke y los Salmos, una espiritualidad desgarradora contra la cual hasta la gracia sanguinaria de la señora O’Connor parece un poco fácil, y las almas en juego prefabricadas.

Y es esto, creo yo, lo que hace que el ingenio de Kafka sea inaccesible para unos niños a quienes nuestra cultura ha educado para que vean las bromas como entretenimiento y el entretenimiento como algo reconfortante. No es que los estudiantes no “comprendan” el humor de Kafka, sino que los hemos enseñado a ver el humor como algo que se comprende, de la misma forma que les enseñamos que el “yo” es algo que se tiene sin más. No es de extrañar que no puedan apreciar el chiste que hay en el centro mismo de Kafka: que la horrible pugna por establecer un “yo” humano resulta en un “yo” cuya humanidad es inseparable de esa pugna horrible. Que nuestro viaje interminable e imposible hacia el hogar es de hecho nuestro hogar. Es difícil de explicar con palabras cuando uno está frente a la pizarra, créanme. Se les puede decir a los alumnos que tal vez sea bueno que no “comprendan” a Kafka. Se les puede pedir que imaginen que sus relatos tratan todos de una especie de puerta. Que nos imaginemos acercándonos y llamando a esa puerta, cada vez más fuerte, llamando y llamando, no solo deseando que nos dejen entrar sino también necesitándolo; no sabemos qué es pero lo sentimos, esa desesperación total por entrar, por llamar y dar porrazos y patadas. Y que por fin esa puerta se abre... y se abre hacia fuera: que durante todo el tiempo ya estábamos dentro de lo que queríamos. Das ist komisch.

1999

(En Hablemos de langostas)

7 comentarios:

  1. A los efectos de no entorpecer la lectura y evitar que el post fuera kilométrico, he eliminado tres llamadas al pie que, como suele ocurrir con DFW, ofician de ensayos autónomos más que de comentarios o ampliación de las referencias. Perdón.

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  2. Me resulta difícil apreciar el humor de Kafka porque me produce una especie de desesperación leerlo (casi no pude con America de la angustia que me provocaba y Gregorio Samsa y su abandono e infortunio para mi es tristisimo).
    Por otra parte como trasmitirle a alumnos o a cualquier otra persona que tienen que apreciar el humor de un texto/creacion : que difícil!! me acuerdo que hace años hablaba con una compañera de facultad sobre la película basada en el cuento de Cortazar La autopista del Sur , ella me dijo que le había resultado cómica , para mi había sido terrible, y la violación en el camión le pegunté y me contestó ah no se a mi la película me resultó cómica. La risa como escudo protector de emociones mas fuertes?

    No se , yo para leer a Kafka tengo que estar muy bien de animo, creo, como los daltónicos , a veces no veo todos los colores.

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  3. Peter hizo la "gran Montero" editando el texto de DFW!!!! Pero igual se lo perdonamos porque puesto a escribir DFW es salado (imagino que por eso los alumnos no aquilatan ni a Kafka ni tal vez a los mismísimos Abott y Costello: aquel sketch era memorable)y porque leer blanco sobre negro y en letra chica da laburo!!
    A mi Kafka me produjo siempre una risa nerviosa, que para ser risa o sonrisa debía "traducir" su texto, un poco como la trampita que DFW hace con sus estudiantes. El tipo se colocaba en un nivel al que no estamos acostumbrados, como si tuviéramos que lidiar con un Gregorio escritor y tomárnoslo con naturalidad, y algo dentro de uno se rebela a tomárselo así. Hay una pregunta constante dentro de mí mientras leo a Kafka que es "¿por qué lo hace así?" (y supongo que detrás está la pregunta ¿cómo lo hace así?).
    Igual, el "humor" debe ser una de las características textuales más difíciles de consensuar y una de las más buscadas en el entendido de que engancha al lector; precisamente si, como dice DFW, no hay que esforzarse en "comprenderlo", pues nada. Que Kafka provoque lo que tenga que provocar o que duerma en paz su época de silencio. Tal vez a los estudiantes le resultaba más atractivo (una vez que lo captaban, claro) el discurso del difunto DFW, todo un exquisito, que la prosa dura, oficinesca y desfalleciente de Kafka. En cierto modo, a mí también.

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  4. Mire que es mala, Lajack. "La gran Montero"...

    Justamente porque resulta difícil encontrarle el humor a K, como dice Elevaz, desde que leí este texto me resultó llamativo el punto de vista de DFW, siempre varios grados por encima de mi inteligencia. De hecho, ante cada texto de DFW me siento uno de esos estudiantes.

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  5. No se trata sólo del humor. Porque es cierto que existe un humor desgarrador que no está solamente en Kafka, y que hasta podría hallarse en la tradición hispana. Textos antiguos como Celestina, o Lazarillo, lo confirman. Que toma distintos carriles, más o menos sutiles, más o menos de golpe y porrazo, sí. Pero todos se basan en tomar la desgracia humana y hacer humor en torno a ella.

    Hay autores que nos parecen más cercanos que otros. En algunos casos tiene que ver con el estilo personal del creador. En otros, con la peculiaridad del lector. Pero también están los ligues vinculados con una cadena de pensamiento propia de una cultura.
    Le decía a lajack hace un tiempo, y esto lo hemos conversado más de una vez, que siendo estudiante hallaba que había críticos literarios, pensadores de la teoría literaria, que me resultaban mucho más fáciles de aprehender. Otros me costaban un esfuerzo mucho mayor. De a poco me fui dando cuenta que no debía trabajar demasiado para entender, en general, las posturas de los críticos españoles. Y no es que fueran menos profesionales ni más facilongos ni nada de eso, no no no, se trataba de otra cosa, de las asociaciones mentales inconscientes que vamos estableciendo mientras vamos leyendo. Es evidente que mi camino mental es el mismo que el de esos españoles. Sin embargo, me resultaba salado "captar" a los alemanes.

    Tal vez el tema de la comprensión del humor pase también por ese tipo de parámetros. Debo reconocer que la narrativa de Kafka me gusta muchísimo, y me parece fascinante en su complejidad (personalmente opino que es un genio) pero siempre la he sentido distante. Quizás tenga que ver con ese mundo oscuro que nos señala en cada una de sus obras, o tenga que ver con su estilo distanciador, pero con otros escritores siento una empatía o proximidad de otra índole, que no es el tipo de contacto que tengo con la narrativa de Kafka. Puedo sufrir con el protagonista, pero no me siento identificada con ellos. Es como si todo saliera de una dimensión paralela, extraña, fría y distante. Bellísima y terrible, pero distante.

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  6. Ah, Lorre, ahora podría hacer otro post donde aparezcan los llamados que nos birló, y capaz que ahí lo perdonamos, jejejejeee...

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  7. Excelente artículo de David Foster Wallace. Es una lástima que mucha gente este leyendo esta obra por medio de traducciones bajadas de internet que se encuentran mutiladas o con crasos errores de ortografía, y que incluso estas traducciones sean subidas de forma inescrupulosa Amazon y estén siendo vendidas sin revisión alguna. Nuestra editorial ha publicado una traducción directa del alemán, fiel, actualizada y completa de Die Verwandlung de Franz Kafka e invito cordialmente a todos los que gusten de la obra kafkiana a darle una mirada.
    Se puede bajar una muestra gratuita aquí:
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