Por Quim Monzó
En principio, Bernardo Bertolucci quería que el papel de Jeanne en El último tango en París lo interpretase Dominique Sanda, pero ésta quedó embarazada y, puestos a buscar a otra actriz, decidió que fuese desconocida, o casi. Escogió a Maria Schneider por su cara aniñada, su melena de rizos y su cuerpo voluptuoso. Según Bertolucci, Schneider era “como una lolita pero más perversa”.
El último tango en París me parece una de las grandes películas del siglo XX, una historia desgarrada, una idea tristísima perfectamente estructurada. Pero los actores que la protagonizaron siempre recriminaron a Bertolucci haberles fastidiado la vida. Marlon Brando explicaba que había puesto demasiado de sí mismo en el papel y se pasó quince años sin dirigirle la palabra. Maria Schneider se quejaba de que quería ser una gran actriz y que el escándalo que provocó el filme se lo impidió. Ahora, tras su muerte, Bertolucci ha declarado que le hubiese gustado pedirle perdón antes de morir: “Su muerte ha llegado demasiado pronto, antes de que pudiese abrazarla tiernamente y pedirle perdón al menos una vez. Maria me acusó de haberle robado su juventud y sólo ahora me pregunto si no había algo de verdad en eso”.
Pues no, no hay verdad en eso. Bertolucci, a ella, no le robó la juventud, del mismo modo que no obligó a Brando a dar de sí más de lo que en principio estaba dispuesto a dar. Fue Brando quien no pudo evitar darlo: el personaje lo merecía. Y si Maria Schneider no supo aprovechar el trampolín que El último tango en París le brindaba fue porque, con franqueza, como actriz era más bien floja. En El último tango en París está sublime, porque su papel de tontita apetitosa le iba que ni pintado, y casi no necesitaba actuar. Le bastaba con estar ahí, delante de la cámara. Basta ver que, en su otra única película importante –El pasajero, de Michelangelo Antonioni, con Jack Nicholson–, quedaba definitivamente claro su relativo valor como actriz. Me fascina la gente que culpa a otros de sus carencias, sin darse cuenta de que los únicos responsables son ellos mismos.
Hace unos años, en Italia pasaban un spot protagonizado por Rocco Siffredi. Anunciaba patatas Amica Chips, jugando con la ambigüedad de la palabra patata, que en italiano es la misma que en catalán [vagina]. Junto a una piscina y rodeado de chicas esculturales, Siffredi toma una patata de la bolsa y dice: “Yo he comido muchas patatas: gustosas, fragantes... No puedo vivir sin ellas. Las he probado todas: americanas, alemanas, holandesas... Pero ninguna como esta. ¡Fíate de uno que las ha probado todas! Amica Chips”. Al verlo pensé inmediatamente en Maria Schneider. Qué pena que nunca hubiese protagonizado un spot parecido, pero de mantequilla. De mantequilla Cadí, por ejemplo.
Descanse en paz.
-La Vanguardia
No hay comentarios:
Publicar un comentario