domingo, 17 de abril de 2011

El papa fugitivo

EUSEBIO VAL | La Vanguardia

Entre Dios y el psicoanálisis. Un papa recién elegido, enfermo de depresión y que huye al sentirse incapaz de ocupar el cargo. Una curia perpleja. La película tendría todos los ingredientes para ser un panfleto irreverente. Pero estamos en la papista Italia, al fin y al cabo, con un director sensible como Nanni Moretti que ha logrado un retrato muy humano, hasta tierno, de su pontífice imaginario y de los entresijos vaticanos, a base de humor, guiños irónicos y lecturas sugerentes para creyentes y agnósticos.

Habemus Papam, que se presenta al festival de Cannes, se estrenó el viernes en 500 cines italianos tras una intensa campaña publicitaria en la RAI, que ha colaborado en la producción. El momento no podía ser más oportuno, en vísperas de la Semana Santa y ante la próxima beatificación de Juan Pablo II, el primero de mayo en Roma, un acontecimiento de impacto global que volverá a colocar a la Iglesia católica bajo el foco de atención.

El filme arranca con imágenes reales de los funerales de Karol Wojtyla y aquellas masas de fieles venerando al carismático papa polaco. Es entonces cuando se pasa a la ficción. El cónclave se reúne en la Capilla Sixtina –en realidad es una reconstrucción hecha en Cinecittà– y se produce la primera ruptura con el tópico. No hay cardenales ambiciosos, ávidos de poder y dispuestos a todo por ser investidos como el sucesor de Pedro, sino todo lo contrario. En el cónclave domina el miedo y la angustia. Todos rezan para que no les caiga la responsabilidad. Al final escogen al cardenal Melville (Michel Piccoli, de 85 años, que borda su papel). Cuando se anuncia su nombramiento, en el balcón de la basílica de San Pedro, con la frase latina ritual “Habemus Papam”, a Melville le da un ataque de pánico.

A partir de ahí se desarrollan una serie de episodios insólitos en un Vaticano que se enfrenta a una emergencia sin precedentes. Desesperados, los cardenales contratan los servicios de un prestigioso psicoterapeuta ateo (Nanni Moretti), con la esperanza de hacer recapacitar al nuevo papa. El facultativo, prácticamente secuestrado entre los muros vaticanos, tiene las manos atadas porque no le dejan psicoanalizar a fondo al ilustre paciente, por miedo a que afloren hechos inconfesables y comprometidos.

“El concepto de alma y de subconsciente no pueden coexistir”, advierte un purpurado. El psicoterapeuta consigue llevarse a Melville, camuflado de civil, en un coche, a la consulta romana de una colega, su ex mujer, quien, desconocedora de la identidad real del enfermo, lo trata como a un hombre normal. El papa electo aprovecha luego para huir. Son esas unas escenas deliciosas de un Melville desorientado, que muestra el lado humano que tiene cualquier persona, aun en las posiciones más poderosas. Viaja en autobús, se presenta en un hotel para pasar la noche y se encuentra que está alojada toda una compañía de teatro, que fue su pasión juvenil.

El papa fugitivo entra en un bar y pide a una chica que le preste su teléfono móvil. En otros momentos desayuna un cruasán, vaga por las calles. En el Vaticano, el núcleo dirigente hace creer al resto que el papa está en su habitación y que mejora. Para ello han obligado a un guardia suizo a dormir en los aposentos papales, comer las viandas que le sirven y mostrar su sombra tras las cortinas. Los cardenales, mientras, amenizan la espera con partidas de naipes y con un grotesco campeonato de voleibol que organiza el psicoterapeuta.

Al igual que Melville, también de los cardenales emerge un lado humano, infantil. Unos se pelean por ganar a las cartas. Otro hace puzzles en su habitación. Unos purpurados australianos sólo tienen interés por hacer turismo por Roma y disfrutar de los cafés.

Cuando Melville retorna al Vaticano y acepta el cargo, parece que todo ha sido una pesadilla. Pero en sus palabras a la multitud, Melville confiesa que no se considera idóneo y renuncia.

Habemus Papam es una alegoría de la dificultad de asumir el poder y un retrato casi cariñoso de la gerontocracia eclesiástica. El Vaticano quiso quedar al margen. Su “ministro” de Cultura, el cardenal Gianfranco Ravasi, fue informado del proyecto aunque prefirió no intervenir. Las que aparecen como estancias pontificias son otros suntuosos palacios romanos. El Vaticano no podía ser un set cinematográfico. Ni con la suave mirada de Moretti.

1 comentario:

  1. ¡ Qué ganas de ver ésta película !, Por lo que pinta seguro que Nanni se despachará con su vitriolo característico. No creo que el Vaticano calle por prudencia. Debe preferir no hablar para no embarrarla..ja,ja.

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