viernes, 1 de abril de 2011

Domingos locos

Por otra parte, Scott se sentía feliz cuando atraía a la gente humillándose en público. Ésa era su norma, en especial cuando se trataba de gente de mucho talento y éxito. En 1920, al enterarse de que Edith Wharton estaba en la editorial, irrumpió en el despacho de Charles Scribner y se puso de rodillas a los pies de la escritora, como homenaje literario. En 1928 amenazó con tirarse por la ventana de un apartamento parisiense como tributo al genio de James Joyce, con quien estaba cenando. Cuando Hemingway se encontraba cerca, Fitzgerald se degradaba de una manera especialmente embarazosa. Al menos dos veces –durante una fiesta de los Murphy en honor de Hemingway en Juan-les-Pins y en una cena con Wilson y Hemingway en Nueva York–, se dedicó a andar por el suelo a cuatro patas.

En 1931, Fitzgerald, que había bebido demasiado en una fiesta dominical organizada por Irving Thalberg y Norma Shearer en Hollywood, decidió divertir a los actores y directores presentes con su humorística canción titulada “Perro”. Sus esfuerzos le valieron un estrepitoso abucheo. Fitzgerald utilizó el incidente –un tanto transformado para mejorarlo en su réplica narrativa– en su excelente relato Domingo loco, al igual que utilizó otras humillaciones sufridas en su propias carnes en Suave es la noche. Debió de costarle escribir semejantes confesiones. Hasta resulta penoso leerlas.

Según Arnold Gingrich, Fitzgerald poseía “la tendencia celta, extraña y casi mística, a disfrutar de la mala suerte, como otras personas disfrutan de la mala salud”. En su opinión, Scott estaba tan fascinado por el fracaso como Ernest enamorado del éxito. “Si una cosa marchaba mal en su vida, y siempre parecía que algo no marchaba [...], entonces todo iba mal y daba la impresión de que le gustaba contarlo”. Max Perkins creía que esa característica fue la que le empujó a escribir los ensayos de El crack-up, y que de esa manera puso en peligro su carrera. Era, según la maravillosa palabra de Samuel Johnson, un “buscapenas” que sentía placer dramatizando sus derrotas.

A la vista de todo ello se puede definir a Fitzgerald como un masoquista absoluto: es decir, una persona que “disfruta”, “siente placer” o “se alegra” de sus fracasos y humillaciones. Pero a veces conviene revisar esos términos. Shirley Panken afirmó en The Joy of Suffering (La dicha de sufrir) que “lo que podría significar es una necesidad de drama, de crisis, de sensación, de estímulo, esto es, necesidad de alta tensión, que sirve para resaltar la identidad de cada cual o asumir un espúreo sentimiento de vitalidad”. La situación de Fitrzgerald parece vencerse por el lado de la necesidad de drama. En un momento de profunda intimidad, Rosemary Hoyt le dice a Dick Diver: “Oh, qué actores somos tú y yo”, y las interpretaciones a las que se dedica Diver a lo largo de la novela lo confirman.

-Scott Donaldson, Hemingway contra Fitzgerald. Siglo XXI. Madrid, 2002.

(Encontrado en Neorrabioso)

3 comentarios:

  1. Y si, tal vez Fitzgerald simplemente buscaba adrenalina para escribir, como también la buscaba Hemingway, pero de un modo menos "heroico" que éste. La bebida y la autohumillación aseguran que se ha llegado a un límite y que el drama está servido....pero qué curioso, el tipo tenía resto para escribir y transformar ese drama. Podía ser un gigantesco proceso de autodefensa o una estudiada manipulación de su parte, pero no hay duda de que al cabo del tiempo le dio resultado en términos literarios. Y seguramente también vitales, porque recién conociendo la propia naturaleza se puede adoptar alguna estrategia para soportarla.

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  2. Lo fallido como arte. En eso, nadie le ganó.

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