martes, 12 de abril de 2011

Un organismo vivo


En el Nº 3 de Sin aliento (el diario del BAFICI) entrevistan al crítico estadounidense Kent Jones, co-realizador de A Letter to Elia junto a Martin Scorsese:


¿Cuál creés que es la mejor manera de describir el estado actual de la crítica de cine?

Estancada. Estancada en el lenguaje de un bizarro formalismo que deconstruye a las películas en secciones o bloques estáticos y que está muy lejos de las eternamente cambiantes entidades en movimiento que son. Estancada en el momento del autorismo, que ha dado lugar a una adicción a las polémicas y a las oposiciones polémicas, y a una salvaje sobrevaloración de los rankings, las listas y en el revisionismo de lo canónico. Estancada en lo peor del moralismo, que tiene el pésimo hábito de condenar y coronar a realizadores y utiliza la palabra “político” de forma frecuente sin tener la menor idea de su significado más allá del universo de la cultura cinematográfica.

Por otro lado, veo que hay muchos cinéfilos jóvenes talentosos y entusiastas, y creo que es genial que puedan interactuar a través de Internet. Las tendencias antes mencionadas son extremadamente seductoras: no hay nada más adictivo que el juicio moral de autoridad. Me recuerdan a las trampas de hadas de la novela On Wings of Song, de Thomas Disch, que cautivan a las almas inocentes con ilusiones de una belleza y una complejidad sin límites. Espero que algunos puedan encontrar la salida a eso.

¿Cuál creés que es –si creés que existe– la responsabilidad más grande de la crítica de cine actual respecto a cómo cambió la forma de ver cine?

Describir al cine como un organismo que vive y respira dentro de los ambientes vivientes de la propia historia del cine en constante evolución: la historia de los gestos, la historia del pensamiento; y dentro del extraño flujo del pasado y del presente. Creo que eso significa escribir. Lo cual significa dejar tu ego de lado. Manny Farber me dijo: “Quiero salirme de él y hacer que el objeto mismo adquiera una especie de asombro religioso”. No tengo objeciones a eso.

¿Cuál fue el momento en el que decidiste convertirte en crítico de cine?

Para mí, el hecho de hacer películas, de escribir sobre ellas, de escribirlas para mí y para otros; es todo lo mismo. Ha sido un proceso evolutivo que comenzó cuando era niño, y es algo muy personal. Porque tiene que ver con una manera de mirar, un deseo de transmitir (un lindo término que Claude Lanzmann suele utilizar) un instante de percepción recordado, un momento, de la forma más completa posible. Por ejemplo, yo crecí en Nueva Inglaterra. Y tengo recuerdos vívidos de comienzos de la primavera, de salir y ver el brillo del sol reflejado por la nieve derretida alrededor del césped. Y en algún momento, bien al comienzo, sentí la necesidad de aferrarme a las experiencias de esos instantes en el tiempo, de ver y sentir y oler a la tierra mientras se calentaba, de transmitirlos, de darles una forma. No todos sienten esa necesidad, supongo; por lo menos no de forma tan poderosa. Depende de las circunstancias. Y, de alguna manera, esto evolucionó hasta convertirse en la necesidad de transmitir lo que yo experimentaba en el cine, de ver cómo otra gente siente la misma necesidad y la lleva a cabo. Así que podría decir que fue el jugar en la nieve a comienzos de marzo y luego entrar a ver una película de Humphrey Bogart.

¿Qué le dirías a alguien que quiere ser crítico?

No hay sistemas o jerarquías o unidades de medida a los cuales recurrir. Además de las palabras de Manny, me gusta mucho esta cita de Adorno: “Ninguna teoría, ni siquiera aquella que es verdad, está a salvo de la perversión que lleva a la falsa ilusión luego de renunciar a la relación espontánea con el objeto”. Sólo está el oficio de escribir. Eso es lo romántico del asunto.

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