Encontrado acá.
viernes, 31 de julio de 2015
Lista sin título nº 11
·
Alain Corneau
·
Alain Jessua
·
Alain Tanner
·
Alan Rudolph
·
André Delvaux
·
Bertrand Blier
·
Bigas Luna
·
Bill Forsyth
·
Derek Jarman
·
Ermanno Olmi
·
Frank Perry
·
Harry Kümel
·
James Toback
·
Ján Kadár
·
Jerzy Skolimowski
·
Jirí Menzel
·
Júlio Bressane
·
Lina Wertmüller
·
Mario Bava
·
Masaki Kobayashi
·
Michel Deville
·
Miklós Jancsó
·
Ousmane Sembène
·
Reinhard Hauff
·
Robert van Ackeren
·
Tengiz Abuladze
·
Whit Stillman
·
Yoshishige Yoshida
miércoles, 29 de julio de 2015
Forjar un canon
por Paul
Schrader
Prefacio.
El libro que no escribí.
En marzo de
2003, estaba cenando en Londres con Walter Donohue, editor de libros de cine en
Faber y Faber, y otras personas, cuando la conversación derivó hacia el estado
actual de la crítica cinematográfica y la falta de conocimiento general sobre
la historia del cine. Yo les hablé de un ayudante que tuve hace algún tiempo,
al que pedí averiguaciones sobre Montgomery Clift; volvió unos minutos después
preguntándome “¿Dónde queda eso?”. Le contesté que creía que en Hollywood
Hills, y volvió a su motor de búsqueda.
Sí, convenimos
en la cena, hay demasiadas películas, demasiada historia del cine como para que
la abarque un estudiante de hoy. “Alguien”, sugirió un articulista de The Independent, “debería escribir una
versión cinematográfica del libro de Harold Bloom, El canon occidental; y ese alguien”, añadió mirándome, “debería ser
usted”. Yo miré a Walter, que se limitó a añadir: “y, si tú lo escribieses, yo
lo publicaría”. La suerte estaba echada.
domingo, 26 de julio de 2015
Los desengañados
por David Trueba
Haz el amor y no la
crítica. Este es el mandamiento que debe cumplir todo el que escribe sobre
cine. La tinta que ha corrido sobre el asunto a lo largo de estos cien años de
historia es suficiente como para sospechar de las intenciones de muchos y los
resultados de otros. Por eso enfrentarse a la labor de escribir sobre algo o
alguien relacionado con el cine choca casi siempre contra una pila de estudios
cargantes e ineptos.
Escribir sobre la
Generación Perdida en Hollywood se salva del peligro. Claro que hay tomos y tomos
de horror analítico pero, por suerte para nuestros ojos, uno de los libros
claves para entender este movimiento generacional es tan sólo una novela. Una
emocionante y magnífica novela. Una novela de amor y no de crítica. Los desengañados (The Disenchanted, 1959) de Budd Schulberg.
Budd Schulberg es
guionista de películas como On the
Waterfront (Nido de ratas), A Face in the Crowd (Un rostro en la muchedumbre) o Wind Across the Everglades (Infierno verde); novelista autor de
clásicos como ¿Por qué corre Sammy? o
Más dura será la caída: hijo del
primer guionista de la historia de Hollywood, B.P. Schulberg; autor teatral;
soplón de McCarthy; etc.
Cuenta la leyenda que
recién licenciado, el joven Schulberg fue reclutado por su Hollywood paterno y
haciendo las maletas se plantó en la Meca de su infancia. Cuentan que el chaval
tenía talento para escribir y el cine, que al fin y al cabo ha sido el arte por
excelencia, se aprovechó del cachorro de B.P. y lo añadió a la más numerosa
nómina de escritores a sueldo que recuerda la historia de la máquina de
escribir.
Recién salido de la
Universidad, el pequeño Schulberg era obviamente el escritor ideal ¿para qué?:
una película sobre la Universidad ¿Quién quería hacer una película sobre los
deportes universitarios de invierno en Bartmouth? Walter Wanner para la United
Artists, titulada Winter Carnival (Carnaval de invierno). Budd Schulberg
casi se cayó de la silla cuando le informaron del nombre de quien sería su
coguionista. ¿Quién? Francis Scott Fitzgerald.
¡Francis Scott
Fitzgerald! ¿Sabe alguien dónde reside el mecanismo de la admiración? Imagino a
Schulberg ansioso esperando la primera reunión con el escritor vivo por el que
sentía mayor admiración... ¡Y trabajar con él! Debutar escribiendo un guión con
Fitzgerald era para el joven Schulberg como estrenarse en el amor con Michelle
Pfeiffer para un adolescente onanista acneico. ¿Imaginan el resultado? Exacto:
Un fracaso.
Los desengañados cuenta la historia de un guionista que recibe
el encargo de escribir una película universitaria junto al escritor que más
admira en el mundo. ¿Encuentran cierto paralelismo? La idea es recorrer las
universidades del norte recogiendo material.
A medida que el
trabajo avanza, es decir, no avanza, el joven escritor va descubriendo la
realidad personal de su admirado maestro alcohólico, destrozado, desastrado,
enfermo, acabado, egoísta, débil. Y el joven escritor comienza a estar
resentido con el viejo escritor. Y el joven escritor exige del viejo escritor
que no arruine su primer guión, que se hunda él solo y no lo arrastre consigo.
En el final comprende
que no es Manley Halliday, el viejo escritor, quien está contra el mundo, sino
el mundo contra Manley Halliday.
Conclusión: Los desengañados es una magnífica novela,
Winter Carnival una mediocre
película. (Además el guión lo firman Schulberg y Lester Cole, ni rastro de
F.S.F.).
Esta es la regla de
oro de la Generación Perdida en el cine: mediocres películas, grandes novelas.
Lo mejor que Scott
Fitzgerald ha dado al cine son las Historias
de Pat Hobby y El último magnate.
Ningún guión en los que trabajó ha rozado ni mínimamente esa altura y calidad.
Y lo mismo puede
decirse del resto de componentes de la Generación Perdida. Ni siquiera la
adaptación al cine de sus novelas es un grato recuerdo para la retina del
espectador. (Podrá decirse que Faulkner lo hizo maravillosamente en los guiones
de To Have and Have Not (Tener y no tener), The Big Sleep (Al borde del
abismo), o Tierra de faraones (Land of the Pharaohs), pero ¿repasando
la filmografía de Hawks no convienen conmigo en que son tres de sus más flojas
películas?
Sin embargo, la
Generación Perdida inventó el estilo literario, el ritmo, el diálogo que
presidió el cine de su época. Pero no fue a causa de su trabajo en el cine, fue
gracias a la admiración que les profesaban escritores que sí lograron imponerse
en el nuevo medio. Aquel estilo surgía de la edad de oro del periodismo
americano y el cine lo vampirizó absolutamente.
El telegrama de Herman
Mankiewicz a Ben Hecht instándole a dejar Nueva York a cambio de los dólares de
Hollywood, es el pitido inicial de uno de los movimientos migratorios más
importantes y fracasados de la cultura norteamericana. Un sueldo astronómico fue
razón de peso para que escritores, periodistas, autores teatrales, abandonaran
la placidez tertuliana de su copeo neoyorquino y se sumergieran en despachos
infames de cadena de producción, de la Costa Este a la Costa Oeste.
La Generación Perdida
en Hollywood se transformó en la Generación Bebida. Ejemplo:
Nunnally Johnson,
guionista ascendido a productor, recibió en su despacho a William Faulkner a
quien iba a encargar escribir Road to
Glory (El camino a la gloria).
Faulkner traía consigo una bolsita de papel de envolver. Se sentó frente a
Johnson. Extrajo de la bolsita una botella de whisky y al intentar abrirla se
cortó un dedo. Nunnally iba a llamar a un doctor, pero Faulkner le detuvo. Se
envolvió el dedo herido en la bolsa de papel y, sin darle demasiada
importancia, aquellos dos hombres se emborracharon.
Arrasaron las
destilerías y los bares dilapidando sus sueldos y talentos. El tiempo ha
mitificado su paso por Hollywood y ha elevado su literatura justamente a los
altares. Desgraciadamente no todos han sido tan bien tratados.
Hay una sección de la
Generación Perdida realmente perdida en la noche de los tiempos. Quizá no
dejaran novelas a la altura de Hemingway, Fitzgerald o Faulkner, pero sus
páginas prometían más que un simple alcohólico paso por el cine: Ring Lardner
(maestro de la Generación Perdida como periodista y cuentista), Dorothy Parker,
Robert Benchley, Marc Connelly, Herman Mankiewicz, George S. Kaufman, S. J.
Pareiman, aquellos sí que son hoy generación perdida. Nadie les perdonó que se
divirtieran tanto en vida. Perdido significa olvidado, no recordado,
inencontrado, por buscar, fracasado, malgastado... Dudo que haya alguien menos
perdido que Faulkner. Otros, sin embargo, no tuvieron tanta suerte.
Reflexionemos un
instante: La Generación Perdida en Hollywood es un accidente que comienza con
el crash del 29 y termina con dos guerras, la segunda mundial y la privada de
McCarthy. Entre estos años, fueron reclutados casi todos los escritores
afamados de Norteamérica. Fracaso tras fracaso se confirmó la negación de la
Generación Perdida para el cine, pero... ¿quién escribió el cine que ellos
nunca escribieron?
Ben Hecht, Charles MacArthur, Nunnally
Johnson, Dudley Nichols, Donald Ogden Stewart, Samson Raphaelson, Charles
Lederer, Riskin & Ryskind... y otros muchos. Fundadores de la legión de guionistas, padres de muchas obras maestras
del cine. Mientras el sueldo de los grandes escritores se empequeñecía por su
oposición frontal a las reglas del nuevo medio, estos eternos pequeñoescritores-prostituta
llenaron sus bolsillos. Despreciaban el mundo del cine tanto como la Generación
Perdida, pero aceptaron sus reglas y se hicieron con una posición dentro de él.
Demostraron que un buen novelista no es siempre un buen guionista y sus
herederos actuales son la tribu de peterpanes descerebrados culpables de llenar
las butacas de los cines de nuestros días.
“En Hollywood son
capaces de contratar a Dostoievsky para luego obligarle a escribir como Horatio
Alger”, decía Ben Hecht. ¿Por qué ir a Hollywood?: dinero.
¿Por qué había que
despreciar el cine entonces? Por lo mismo que hoy. Un dudoso juntapalabras
cobra por el ligero y descansado trabajo de escribir el guión de una película
quince veces más que un reconocido novelista por dejarse la piel y los ojos en
el doloroso esfuerzo de la prosa. De algún modo habrá que compensar tamaña
injusticia.
Fueron a Hollywood por
el dinero y Hollywood los aplastó. Escribir guiones se convirtió en el nuevo
oficio que daba la mano al oficio más antiguo del mundo.
Ejemplo: Orson Welles
ofrece dinero a Herman Mankiewicz para que acepte retirar su nombre de los
créditos de Citizen Kane. Los
suficientes dólares para enternecer el ludópata y alcohólico corazoncito del
mayor de los Mankiewicz. Este duda si aceptar el soborno de Welles y consulta a
su amigo Ben Hecht. Consejo de Hecht: “Coge el dinero y lárgate”. Pero
Mankiewicz se negó a aceptar el dinero y Welles tuvo que compartir con él la
autoría y el Oscar al mejor guión. Pero Hecht tenía razón: ¿Quién recuerda a fin
de cuentas que Herman Mankiewicz también escribió Citizen Kane?
Alguien le preguntó a
Budd Schulberg si el Manley Halliday de Los
desengañados era realmente Scott Fitzgerald. Respuesta: “Sí, es Fitzgerald,
pero también Red Lewis, Johnnie Weaver, Edwin Justus Mayer, Faulkner, Herman
Mankiewicz, Vinnie Lawrence, Saroyan, mi padre... y yo. Un escritor debe verse
a sí mismo en cada uno de sus personajes. Y las palabras de mi personaje.
Manley Halliday, nunca las he olvidado: ‘Te lo aseguro pequeño, en América nada
fracasa tanto como el éxito ’.”
(Publicado en Archivos
de la Filmoteca nº 9,
Primavera/verano, 1991)
sábado, 25 de julio de 2015
La levedad y el peso
por Milan Kundera
1
La idea del eterno
retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás
filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos
vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito!
¿Qué quiere decir ese mito demencial?
El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para
siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de
antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o
esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual
que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en
nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles
padecimientos, trescientos mil negros.
¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite
incontables veces en un eterno retorno?
Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez
será irreparable.
Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la
historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que
habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten
en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una
pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que
apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente
a cortarle la cabeza a los franceses.
Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa cierta
perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto a como las
conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta
circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo
es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo
con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.
No hace mucho me sorprendí a mí mismo con una sensación increíble:
estaba hojeando un libro sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me
emocioné: me habían recordado el tiempo de mi infancia; la viví durante la
guerra; algunos de mis parientes murieron en los campos de concentración de
Hitler; ¿pero qué era su muerte en comparación con el hecho de que las
fotografías de Hitler me habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un
tiempo que no volverá?
Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral
que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno,
porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo
cínicamente permitido.
2
Si cada uno de los
instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a
la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del
eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable
responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del
eterno retorno la carga más pesada (das
schwerste Gewicht).
Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras
vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa
levedad.
¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta
contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea
cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto,
a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea
la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.
Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se
vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra,
de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres
como insignificantes.
Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?
Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto
antes de Cristo. A su juicio todo el mundo estaba dividido en principios
contradictorios: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los
polos de la contradicción era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino,
el ser), el otro negativo. Semejante división entre polos positivos y negativos
puede parecemos puerilmente simple. Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el
peso o la levedad?
Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo.
¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la
contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las
contradicciones.
(Comienzo de La insoportable levedad del ser,
Tusquets, 1984.
Trad.: Fernando Valenzuela)
viernes, 24 de julio de 2015
Mis vidas como ex
por Gustavo Escanlar
1. Ex hijo
Después de que la
doctora me dio la noticia me fui llorando por la calle Rivera. Fue hace dos
años, y fue la verdadera despedida de mi padre. Aunque al final demoró en
morirse, ese fue el real momento de la pérdida. “Vamos a abandonar el
tratamiento”, me dijo la tipa. “El cáncer ya avanzó por todo el cuerpo.
Cualquier cosa que hagamos va a ser inútil”. Le pregunté cómo seguíamos. “Dolores
óseos. Fracturas. Incapacidad para moverse. Muerte”. Se notaba que yo no le
caía simpático a la doctora. Me lo decía todo así, sin anestesia, con una
fingidísima amabilidad demasiado sobreactuada. Hasta parecía que se sonreía. No
estaba tratando de consolarme. Estaba disfrutando. Siempre me pasan este tipo
de cosas. Es como que genero este tipo de reacciones. Unos minutos antes que
naciera mi hija Violeta, la neonatóloga me miró con cara de vampira y me dijo: “ahora
me voy a vengar de todas las veces que me hiciste enojar”. A la hija de puta le
molestaban las cosas que decía por televisión. “Es igualita al padre, pobre”,
dijo al ver a la bebé. El mundo está lleno de hijas de puta.
Mi padre no sufrió
dolores óseos ni fracturas, como decía la doctora al borde del orgasmo.
Simplemente, se fue apagando. Dejó de reírse, dejó de cantar, dejó de oír, dejó
de caminar. De a poco se fue olvidando de las cosas. Terminó en una cama, sin
poder hacer nada. Pasamos tres semanas en terapia intensiva, recibiendo
informes diarios de los médicos que no sabían por qué carajo seguían
prolongándole la vida. “Tiene edema de pulmón”. “No, no tiene edema, tiene una
infección”. “Una infección muy resistente a los antibióticos”. “No hay modo de
combatirle la diarrea”. “Está sedado”. “Tiene necrosis intestinal”. “Vayan
preparándose para lo peor”. Te lo dicen todo como si ellos supieran, de verdad,
qué es lo peor.
La muerte en la
terapia intensiva tiene una ventaja respecto a las demás muertes: uno se
acuerda, exactamente, cómo fue la última vez que vio con vida al otro. La
última vez que vi a mi padre vivo lo que más me impresionó fueron las llagas
que tenía en las comisuras de los labios. “Son hongos provocados por el
respirador”, me dijo la enfermera. Me impresionaron las ganas que tenía de
comunicarse conmigo, de decirme algo. Intentó que le leyera los labios y no
pude. Me pidió una lapicera y un papel, pero no logró escribir nada coherente.
Cuando me iba, le di la mano y él no me la soltaba. Al otro día, cuando lo fui
a ver, ya estaba inconsciente, sedado, “grave”. Pero me consuelo, pensando que
puedo acordarme de esa última vez. Ahora mismo tengo un amigo, Alejandro, que
estaba bailando en un boliche gay, borracho y rezarpado, y le dio un derrame
cerebral que lo tiene internado en una terapia intensiva de Buenos Aires, en
uno de esos hospitales que tienen nombre de personalidad famosa, Fernández o Garrahan
o González o Perón. Mi amigo se está muriendo –por lo menos se está muriendo
una mitad de su cuerpo- y yo no logro recordar cuándo fue la última vez que lo
vi. ¿Fue en el estreno de Aniceto, la
película de Leonardo Favio? ¿O en el concierto de Jean-Luc Ponty? ¿O en bolas,
en el sauna? No me acuerdo. Tendría que haberlo visto en terapia intensiva.
Seguro que me acordaría.
Mi padre se murió el 9
de octubre. Lo enterraron en la tumba 1113. Cuando salí del cementerio, entré
en un quiosco y le jugué a la quiniela. No gané nada.
Buscando coincidencias
estúpidas, me acordé que desde el 9 de abril yo no pruebo una línea.
2. Ex amigo
Adrián me mandó un
mail. Que lamenta la muerte de mi padre. Que sabe cuánto lo quería. Pero con
Adrián ya no vamos a volver a ser amigos. Lo decidió él. Yo suelo traicionar a
mis amigos, pero ellos, como son amigos, generalmente entienden que eso es
parte de mi carácter. Que es mi condición. Que soy un amable traidor. Adrián,
que es un monje, jamás toleró ser traicionado. Qué quería, que le fuera fiel
toda la vida. Todos saben que soy, esencialmente, un tipo infiel. Mis amigos,
mis novias, mis amantes, mis jefes, mis editores, saben que, tarde o temprano,
los voy a terminar cagando. Y me aceptan así. No pretenden cambiarme. Adrián,
como es un monje, solo hace amistad con otros monjes. Y, ya se sabe, un tipo
que aparece en la televisión nunca va a ser un monje. Siempre estará sujeto a
tentaciones. Lo que Adrián se olvidó es que las tentaciones son lo más sabroso
de la vida. Los Cadillacs cantando para vos.
3. Ex adicto
9 de abril. Seis de la
tarde. Estaba en casa de mis viejos. Le había preparado los remedios a mi
padre. Como todas las tardes, esperé a Martín, mi motor psico por aquella
época. Apenas me dejó la bolsa y se fue, me serví un gramo entero, de una, sin
repetir y sin soplar. Quedé como Juan Castro, pero me faltaba el balcón.
Rabioso, sacando espuma por la boca, a medio vestir, salí corriendo por la
calle, sintiendo que me perseguían. No tenía dónde ir, por todos lados me estaban
persiguiendo. El mundo, todo el mundo, se movía contra mí. No me podía escapar.
Me perseguían. Me estaban alcanzando.
Nunca me di cuenta en
qué momento la merca me dejó de provocar placer. Seguramente fue una cosa
progresiva. Pero la euforia del principio dio paso, poco a poco, a una paranoia
bastante jodida. Vivía mirando para atrás. Vivía comprobando si las puertas
estaban bien cerradas. Vivía mirando por la ventana, esperando el momento en
que de una puta vez esos tipos se decidieran a entrar y me mataran.
Aquella tarde, la de
la terapia intensiva, el 9 de abril, me metí en un supermercado. Los tipos que
me perseguían se movían entre las góndolas. Me querían agarrar. Estaba
desesperado. No sabía por qué no me agarraban de una vez y me mataban y se
dejaban de joder. Me tenían rodeado. Estaban ahí. Ahí. En la góndola de
duraznos en almíbar que tiré a la mierda. En los envases de cerveza que rompí
mientras gritaba. Entre las pilchas que intenté descuartizar porque ocultaban
los bultos de los cuerpos de los que me perseguían. Ahí. Ahí estaban. Ahí
venían a agarrarme. A preguntarme qué había tomado. A meterme en un patrullero.
A llevarme al hospital.
Ahí están, mientras me
llevan en el patrullero, en cada esquina deteniéndose, poniéndome una trampa,
intentando matarme. Los hijos de puta no se dan cuenta que tengo una hija. No
tienen piedad. Me van a matar. En esta esquina. En la próxima. Ya entramos en
el hospital. Están todos disfrazados de enfermeras. Me agarran entre cuatro. Me
dan una inyección. Me mataron. Al final, tenía razón de haberme puesto así de
paranoico.
4. Ex hombre
Me despierto. Me doy
cuenta que no puedo moverme ni hablar. Tengo la boca ocupada. Me pusieron un
aparato que me ayuda a respirar. Estoy en el Maciel. Resulta que cuando me llevaron
a emergencia, me pusieron una bola, una inyección para dormirme y casi me pasan
para el otro lado, me provocaron una reacción alérgica que no me dejó respirar.
Me tuvieron que entubar y llevar a la UTI. Cuando me desperté ya estaba en
cuidados intermedios. Una fila de camas de un lado, una fila de camas del otro.
Me desperté con los gritos de un travesti que estaba frente a mí. Lo habían
cagado a palos en un pub de la Ciudad Vieja. Era la peor clase de travestis, un
travesti pobre, sin guita para afeitarse ni para teñirse el pelo. Ni siquiera
para comprarse una prestobarba y depilarse las piernas. Travesti quilombero,
gritaba todo el tiempo. Lo que menos se bancaba era que le pusieran la sonda
para mear. Le molestaba para pajearse, y si no se pajeaba el tipo no podía
vivir. Estaba todo el tiempo tocándose la pija. Si no estaba gritando, haciendo
bardo, el tipo estaba gimiendo de las pajas que se hacía. Por suerte me sacaron
rápido de ahí, por una cuestión de seguridad. Resulta que una noche, mientras estaba
durmiendo y rodeado de cables, tres cirujanos entraron a escondidas a la sala y
me sacaron fotos con los celulares. Fotos al de la tele, pensaron que se las
iban a vender a algún diario. Una enfermera los vio y avisó en la dirección del
hospital y los tipos decidieron darme de alta, no fuera cosa que les metiera
una demanda por violar mi intimidad como paciente.
5. Ex famoso
Apenas me dieron de
alta me echaron del canal. No querían tener en su pantalla un tipo con fama de
falopero. No hubo despido ni despedida. En mi lugar pusieron a una vedettita
del montón. El programa se fue a la mierda. Pero la imagen del canal siguió
siendo inmaculada.
6. Ex rehabilitado
El falso psicólogo,
que no era otra cosa que un ex falopero rehabilitado, siempre me preguntaba las
mismas estupideces. “¿Estás limpio?”. “¿Tomaste algo?”. “¿Estás chupando mucho?”.
¿Y qué quería que le contestara? “No, no estoy limpio, estoy dándole a la
falopa como un animal”. “Sí, me tomé cinco gramos antes de venir a la sesión”. “Sí,
me emborracho todos los días desde las cinco de la tarde”. Los tipos que están
en el curro de la rehabilitación están tan fisurados como uno. La única
diferencia es que la fisura de ellos es con la abstinencia. “Hace seis años,
tres meses, dos semanas, cinco días y una hora que no tomo”. Son tan
dependientes como cuando tomaban, con la diferencia de que ahora disfrutan –y
sufren– un poco menos.
7. Ex
“Una línea en honor al
muerto”. La sirvió Alfonso después del abrazo, al otro día del entierro de mi
padre. No tomaba nada desde el 9 de abril. Qué nostalgia que me dio verlo abrir
la bolsita, poner la falopa arriba del compacto de The Cure, armar el canuto.
No fue un pegue de estos ni de aquellos. No me volvió a dar para el lado de la
paranoia, pero tampoco para el lado de la alegría. Fue como uno de esos polvos
que uno se manda con una ex, uno de esos polvos de compromiso que no hacen
historia, uno de esos polvos que se encajan por piedad más que por calentura.
Por espanto más que por amor. En el fondo, con las ex, la pasión nunca es la
misma.
(Publicado en Lamujerdemivida no. 53)
jueves, 23 de julio de 2015
Cine mudo
por Michel Houellebecq
El ser humano habla; a
veces, no habla. Cuando lo amenazan se retrae, otea rápidamente el espacio con
la mirada; desesperado, se repliega en sí mismo, se enrosca en torno a un
centro de angustia. Feliz, su respiración se vuelve más lenta; existe en un ritmo
más amplio. En la historia del mundo ha habido dos artes (la pintura, la
escultura) que han intentado sintetizar la experiencia humana por medio de
representaciones petrificadas; movimientos suspendidos. A veces han decidido
suspender el movimiento en su punto de equilibrio, de mayor suavidad (en su
punto de eternidad): todas las Vírgenes con Niño. A veces han congelado la
acción en su punto de mayor tensión, de más intensa expresividad: el barroco,
desde luego; pero también muchos cuadros de Friedrich evocan una explosión
helada. Ambas artes se han desarrollado durante varios milenios; han tenido
ocasión de producir obras acabadas según su ambición más secreta: suspender el
tiempo.
En la historia del
mundo ha habido un arte cuyo objeto era el estudio del movimiento. Consiguió
desarrollarse durante unos treinta años. Entre 1925 y 1930 produjo algunos
planos en algunas películas (pienso sobre todo en Murnau, en Eisenstein, en
Dreyer) que justificaban su existencia como arte; luego desapareció, se diría que
para siempre jamás.
Las chovas emiten
señales de alerta y de reconocimiento mutuo; se han podido identificar más de
sesenta signos. Las chovas siguen siendo una excepción: en conjunto, el mundo
funciona en un silencio terrible; expresa su esencia a través de la forma y del
movimiento. El viento sopla entre la hierba (Eisenstein); una lágrima resbala
por un rostro (Dreyer). El cine mudo veía abrirse ante él un inmenso espacio:
no era sólo una investigación de los sentimientos humanos; no sólo una investigación
de los movimientos del mundo; su mayor ambición era constituir una
investigación de las condiciones de la percepción. La distinción entre el fondo
y la figura es la base de nuestras representaciones; pero también, de modo más
misterioso, nuestro espíritu busca su camino en el mundo entre la figura y el
movimiento, entre la forma y el proceso que la engendra; de ahí esa sensación
casi hipnótica que nos invade delante de una forma inmóvil engendrada por un
movimiento perpetuo, como las ondas estacionarias en la superficie de un
charco.
¿Qué ha quedado de
todo esto después de 1930? Algunas huellas, sobre todo en las obras de los
cineastas que empezaron a trabajar en la época del cine mudo (la muerte de
Kurosawa es más que la muerte de un hombre); algunos instantes en películas
experimentales, en documentales científicos, incluso en series (Australia, estrenada hace unos pocos
años, es un ejemplo). Es fácil reconocer esos instantes: en ellos, cualquier
palabra es imposible; la música misma se vuelve un poco kitsch, pesada, vulgar. Nos convertimos en pura percepción; el
mundo aparece en su inmanencia. Nos sentimos muy felices, con una felicidad
extraña. Enamorarse también puede provocar esa clase de efectos.
[Publicado en el no. 32
de Letres françaises (mayo, 1993)
Reproducido en El mundo como supermercado,
Anagrama, 2005.
Trad.: Encarna Castejón]
miércoles, 22 de julio de 2015
Lista sin título nº 10
- Douglas Adams
- Brian Aldiss
- J. G. Ballard
- Iain M. Banks
- Alfred Bester
- Ray Bradbury
- Philip K. Dick
- Thomas M. Disch
- William Gibson
- Ursula K. Le Guin
- Stanisław Lem
- Richard Matheson
- China Miéville
- Michael Moorcock
- Christopher Priest
- Cordwainer Smith
- Olaf Stapledon
- Neal Stephenson
- Bruce Sterling
- Theodore Sturgeon
- Kurt Vonnegut
martes, 21 de julio de 2015
Una empresa peligrosa
por George Steiner
Como sostenía san Agustín, la teoría de la pedagogía
guarda relación con el enigma del libre albedrío. Tiene que luchar con la
proposición de que el dictado e incluso la presciencia de Dios no excluyen la
elección humana. El discípulo está en libertad de desechar, de revalorizar, de
considerar como meramente hipotéticos los preceptos de su Maestro. Innumerables
platónicos han preferido leer la República
y su eugenesia militante como una utopía en ocasiones irónica consigo misma.
Con el debido respeto al Fausto de
Marlowe, no todos los “maquiavélicos” se comportan como César Borgia. Al final,
sí que corresponde una parte de responsabilidad al espíritu individual, por
influido que esté, por moldeado que haya sido. Los hombres y mujeres pensantes
no son perros de Pavlov.
¿Y qué sucede, además, con las confusiones? ¿Con los
numerosos casos en los cuales los discípulos han malinterpretado, han
distorsionado a sus Maestros, a sabiendas o no? ¿Es una aplicación racista,
chovinista, de los textos nietzscheanos, con demasiada frecuencia incluidos en
antologías fuera de contexto, casi como en una parodia? ¿No es una verdad vital
en el repudio de Marx, de Freud, de Wittgenstein por parte de quienes
profesaban ser sus adeptos? Los Grandes Inquisidores, como los imaginaba
Dostoievski, ¿son legítimos discípulos de Jesús? La historia ininterrumpida de
lo esotérico, de la escasa disposición del Maestro a revelar sus enseñanzas a
nadie fuera de unos pocos elegidos, apunta a este dilema. Desde Heráclito hasta
Wittgenstein, también en la Cábala, en el confucianismo o en el zen, los
Maestros se han esforzado por prever e impedir la interpretación errónea, el
abuso de sus doctrinas. ¿Se les puede tener por cómplices cuando un discípulo
enloquecido prende fuego al templo?
A lo cual mi respuesta es un titubeante “sí y no”. La
invocación de Nietzsche, posiblemente sardónica, a la “bestia rubia” no ofrece
un modelo para las Waffen-SS. Pero le confiere un aura de expectación
filosófica. La enseñanza de Negri de que la verdadera fuente de la violencia
pública es el capitalismo burgués, de que el terrorismo es inevitable durante
la lucha por una nueva justicia social, no tiene necesariamente que exhortar a
matar policías a tiros. Pero confiere a esa eventualidad una sanción como si de
algo inevitable y teóricamente autorizado se tratase. Hasta Jesús nos dice que
vino con una espada.
La enseñanza auténtica puede ser una empresa
terriblemente peligrosa. El Maestro vivo toma en sus manos lo más íntimo de sus
alumnos, la materia frágil e incendiaria de sus posibilidades. Accede a lo que
concebimos como el alma y las raíces del ser, un acceso del cual la seducción
erótica es la versión menor, si bien metafórica. Enseñar sin un grave temor,
sin una atribulada reverencia por los riesgos que comporta, es una frivolidad.
Hacerlo sin considerar cuáles puedan ser las consecuencias individuales y
sociales es ceguera. Enseñar es despertar dudas en los alumnos, formar para la
disconformidad. Es educar al discípulo para la marcha (“Ahora, dejadme”, ordena
Zaratustra). Un Maestro válido debe, al final, estar solo.
(En Lecciones de los maestros, FCE/Siruela, 2003)
Museo del Tiempo
Documental que explica el proyecto del Museo del Tiempo, su proceso de creación y la medida en que el museo participa de la larga tradición científica uruguaya.
Dirección y guión: Pablo Casacuberta y Juan Ignacio Fernández
Producción: Laura Gutman
Asistencia de producción: Florencia Balbi
Cámaras: Marcelo Casacuberta, Jeremías Segovia, Gabo Bendahan
Edición: Juan Ignacio Fernández
Música: Ignacio Vecino
Sonido: Maximiliano Martínez
Sonido adicional y mezcla: Bruno Tortorella
domingo, 19 de julio de 2015
Contra la propiedad intelectual
por Josefina Ludmer
No comparto la idea o
el mito del autor como creador y la ficción legal de un propietario de ideas
y/o palabras. Creo, por el contrario, que son las corporaciones y los medios
los que se benefician con estas ideas y principios. El mito del plagio (“el
mal” o “el delito” en el mundo literario) puede ser invertido: los sospechosos
son precisamente los que apoyan la privatización del lenguaje. Las prácticas
artísticas son sociales y las ideas no son originales sino virales: se unen con
otras, cambian de forma y migran a otros territorios. La propiedad intelectual
nos sustrae la memoria y somete la imaginación a la ley.
Antes del Iluminismo,
la práctica del plagio era la práctica aceptable como difusión de ideas y
escritos. Lo practicaron Shakespeare, Marlowe, Chaucer, De Quincey y muchos
otros que forman parte de la tradición literaria.
El derecho de autor se
desarrolló originariamente en Inglaterra en el siglo XVII, no para proteger
autores sino para reducir la competencia entre editores. El objetivo era
reservar para los editores, perpetuamente, el derecho exclusivo de imprimir
ciertos libros. La justificación, por supuesto, era que el lenguaje en
literatura llevaba la marca que el autor le había impuesto y que por lo tanto
era propiedad privada. Con esta mitología florecieron los derechos de autor
durante el capitalismo, y establecieron el derecho legal de privatizar
cualquier producto cultural, ya sean palabras, imágenes o sonidos.
Como se ha dicho tantas
veces, fue en los año ‘60 que Foucault, en primer lugar, y después Barthes y
otros, mostraron que “la función autor” impedía la libre circulación y
composición de ideas y conocimientos. Pero desde 1870 Lautréamont (como después
Maiacovski durante la Revolución Rusa) defendió una poesía impersonal, escrita
por todos, y sostuvo que el plagio era necesario. (Borges también lo hizo, y
pensaba, a partir de Valéry, en lo que llamaba el espíritu creador de
literatura.)
A partir de
Lautréamont las vanguardias del siglo XX, Dadá y los surrealistas, rechazaron
la originalidad y postularon una práctica de reciclado y rearmado: los ready-mades de Duchamp y los montages con recortes de diarios de
Tristan Tzara. También rechazaron la idea del “arte” como esfera separada. Pero
fueron los situacionistas los que llevaron estas ideas al campo teórico,
defendiendo el uso de fragmentos ya escritos (o imágenes, o películas) como
medio para producir otras (nuevas) obras. Estas prácticas también incluían
obras colectivas, muchas veces sin firma. Recuerdo la revista Literal en los años ‘70, donde no
existía firma de autor.
Desde entonces, y en
esa tradición, creo que “el plagio” es simplemente un procedimiento para pensar
y escribir.
Hoy se postula el uso
de nombres diferentes (como es común en Internet), como táctica de
enfrentamiento al mito del creador y propietario. En Italia el fenómeno de
Luther Blissett tuvo este sentido: muchos escritores empezaron a usar este
nombre como “firma” para enfrentar la máquina editorial y mediática. Después de
su “suicidio” surgió el colectivo Wu Ming (anónimo, en chino), que escribe
novelas rehusando todo tipo de escrituras y enfrentando la idea de
“propietarios legales” de textos.
Hoy, a partir de “la
revolución digital”, el argumento ya no es que el autor es una ficción y que la
propiedad es un robo, sino que las leyes de propiedad intelectual deben ser
reformuladas. La tendencia es explorar las posibilidades del significado en lo
que ya existe, más que agregar información redundante. Estamos en la era de lo
recombinante: en cuerpos, géneros sexuales, textos, y culturas.
Como el plagio
conlleva una serie de connotaciones negativas los que exploran su uso lo han
camuflado con otras palabras: ready-mades,
collages, intertextos, apropiaciones.
Todas estas prácticas son exploraciones en el plagio y se oponen a las
doctrinas esencialistas del texto. Precisamente uno de los objetivos del plagio
es restaurar la dinámica y fluidez del significado, apropiando y recombinando
fragmentos de cultura. El significado de un texto deriva de sus relaciones con
otros textos.
Creo que toda condena
de plagio (toda condena de un escritor como “delincuente” literario) es un acto
reaccionario. Y si pienso en una política propia de los que escribimos, la
consigna central sería que todo libro editado, como los periódicos, sea
digitalizado y puesto en Internet cuando aparece, para que pueda ser leído y
usado por cualquiera que pueda acceder libremente.
(Publicado en la
revista Ñ, Viernes 10 de julio de 2015)
Ilustración: collage de Joseba Elorza
sábado, 18 de julio de 2015
Soneto 29
por William
Shakespeare
Sonnet XXIX
When, in
disgrace with fortune and men's eyes,
I all alone
beweep my outcast state
And trouble
deaf heaven with my bootless cries
And look
upon myself and curse my fate,
Wishing me
like to one more rich in hope,
Featured
like him, like him with friends possess'd,
Desiring
this man's art and that man's scope,
With what I
most enjoy contented least;
Yet in these
thoughts myself almost despising,
Haply I
think on thee, and then my state,
Like to the
lark at break of day arising
From sullen
earth, sings hymns at heaven's gate;
For thy
sweet love remember'd such wealth brings
That then I
scorn to change my state with kings.
“Shakespeares
Sonette”, por Robert Wilson y Rufus Wainwright, Berliner Ensemble, 2009
~
Soneto 29
(Traducción 1: Manuel Mujica Láinez)
Cuando hombres y Fortuna me abandonan,
lloro en la soledad de mi destierro,
y al cielo sordo con mis quejas canso
y maldigo al mirar mi desventura,
soñando ser más rico de esperanza,
bello como éste, como aquél rodeado,
deseando el arte de uno, el poder de otro,
insatisfecho con lo que me queda;
a pesar de que casi me desprecio,
pienso en ti y soy feliz y mi alma entonces,
como al amanecer la alondra, se alza
de la tierra sombría y canta al cielo:
pues recordar tu amor es cal fortuna
que no cambio mi estado con los reyes.
~
(Traducción 2: William Ospina)
Cuando, infeliz, postrado por el hombre y la suerte,
En mi triste destierro lloro a solas conmigo;
Y agita al sordo cielo mi grito vano y fuerte,
Y, volviendo a mirarme, mi destino maldigo,
Y sueño ser como otro más rico en esperanza,
Tener su mismo aspecto, gozar sus compañías,
Y envidio el arte de éste, del otro la pujanza,
Hastiado aun de aquello qie me daba alegrías–
Si en estos pensamientos mi desprecio me espanta,
Pienso en ti felizmente, y entonces mi consuelo,
Como una alondra a orillas del día se levanta
Del mundo oscuro, y canta a las puertas del cielo.
Tal riqueza me ofreces, dulce amor recordado,
Que desdeño cambiar con los reyes mi estado.
~
(Traducción 3: Miguel Ángel Montezanti)
Cuando en desgracia de hombres y fortuna
lamento mi abandono sin testigo
y al cielo mi clamor inoportuna
y a mi estrella la enfrento y la maldigo;
queriendo ser más rico en esperanza
como el que es más apuesto y talentoso,
como el que amigos o poder alcanza
menos contento con lo que más gozo;
no obstante que el desprecio me desdora
si pienso por azar en ti, mi estado,
cual despega la alondra por la aurora
himnos proclama al celestial estrado.
Tu recuerdo es valor de tal cuantía
que con los reyes no lo trocaría.
~
(Traducción 4: Ramón García González)
A veces en desgracia, ante el oro y los hombres,
lloro mi soledad y mi triste abandono
y turbo el sordo cielo, con mi estéril lamento
y viéndome a mí mismo, maldigo mi destino.
Envidio al semejante más rico de esperanzas
y sus bellas facciones y sus buenos amigos.
Envidio a este el talento y al otro su poder
y con lo que más gozo, no me siento contento.
Ante estos pensamientos yo mismo me desprecio.
Felizmente te evoco y entonces mi Natura,
como la alondra al alba, cantando toma altura,
para entonar sus himnos a las puertas del Cielo.
Me da sólo evocarte, dulce amor, tal riqueza,
que entonces, ya no cambio, mi estado por un reino.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)