Una voz de hombre, mate y sosegada, recitativa, anuncia:
EL. — Tú no has visto nada de Hiroshima. Nada.
ELLA. — Lo he visto todo. Todo.
La mano de la mujer vuelve a apretarse sobre el hombro, lo suelta,
lo acaricia, y mientras dura sobre el hombro amarillo la señal de las uñas de
la mano blanca. Como si el rasguño pudiese dar la ilusión de una sanción del
"No, tú no has visto nada de Hiroshima". Después vuelve a oírse la
voz de la mujer, tranquila, igualmente recitativa y mate:
ELLA. — Por ejemplo, el hospital lo he visto. De eso estoy segura.
Hay un hospital en Hiroshima. ¿Cómo iba a poder dejar de verlo?
El hospital, pasillos, escaleras, enfermos, con un desdén supremo
por parte de la cámara. (No se la ve nunca viendo.) Volvemos a la mano, ahora
crispada sin descanso sobre el hombro de color amarillo.
EL. — No has visto ningún hospital en Hiroshima. No has visto nada
de Hiroshima.
La voz de la mujer se va haciendo más y más impersonal. Dando una
condición (abstracta) a cada palabra. Vemos ahora el museo que desfila. Lo
mismo que sobre el hospital, luz cegadora, fea. Cuadros documentales. Vestigios
de bombardeo. Maquetas. Hierros retorcidos. Pieles, cabelleras quemadas, de
cera. Etc.
ELLA. — Cuatro veces en el museo...
EL. — ¿Qué museo de Hiroshima?
ELLA. — Cuatro veces en el museo de Hiroshima. He visto a la gente
paseando. Todo el mundo pasea, pensativo, por en medio de las fotografías, las
reconstituciones, a falta de otra cosa, a través de las fotografías, las
fotografías, las reconstituciones, a falta de otra cosa, las explicaciones, a
falta de otra cosa. Cuatro veces en el museo de Hiroshima. He contemplado a la
gente. He mirado a mi vez, pensativamente, el hierro. El hierro quemado. El
hierro roto, el hierro que se ha hecho vulnerable como la carne. He visto
ramilletes de cápsulas, ¿quién iba a pensarlo? Pieles humanas flotantes,
supervivientes, con sus sufrimientos aún recientes. Piedras. Piedras quemadas.
Piedras hechas añicos. Cabelleras anónimas que las mujeres de Hiroshima
encontraban enteras, caídas, por la mañana al despertarse. He tenido calor en
la plaza de la Paz. Diez mil grados, en la plaza de la Paz. Ya lo sé. La
temperatura del sol, en la plaza de la Paz. ¿Cómo no lo iba a saber...? La
hierba, es muy sencillo...
EL. — Tú no has visto nada en Hiroshima, nada.
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