por Jonathan Rosenbaum
Después de ponerme al
día recientemente con la magistral Vous
n’avez encore rien vu, de Alain Resnais, descubrí tarde de diversas fuentes
de Internet que “Alex Reval”, el coguionista acreditado tanto en este film como
en Las malas hierbas, es de hecho un
seudónimo de Resnais, convirtiéndolo en un reconocimiento típicamente
disimulado de la naturaleza personal de su cine, que ha sido parte esencial de
su obra desde los años cincuenta. ¿Recuerdan el atisbo de la tira cómica de
Mandrake el mago que se encontraba en la Bibliothèque Nationale en Toute la mémoire du monde? Uno podría incluso
sostener que el hecho de que momentos personales de ese tipo tiendan a quedar
velados o enmascarados en Resnais solo consigue hacerlos más intensos, como
ocurre a veces en los filmes de Sternberg (el título alternativo de Claude
Ollier para La saga de Anatahan es “Mi corazón al desnudo”).
En efecto, sería un
ejercicio interesante recorrer la obra de Resnais escogiendo esos intensos pero
esquivos y medio ocultos detalles que delatan sus implicaciones personales en
las películas. Un ejemplo obvio, en El
año pasado en Marienbad, es la ampliación a tamaño real de una fotografía
de Alfred Hitchcock, escuchando a escondidas a los huéspedes de un hotel tras
un ascensor, poco antes de que X haga su primera aparición en pantalla. Menos
obvio, por ser mucho más difícil de localizar, es el cameo similar de Hitchcock en Muriel:
esta vez se le puede ver en la calle, ante un restaurante, llevando un sombrero
de chef. Y si añadimos a esto el plano de grúa rodado alrededor del exterior de
un hotel de lujo en Biarritz en Stavisky,
tras las varias ventanas de la opulenta suite de Arlette (Anny Duperey), cuando
el barón Raoul (Charles Boyer) la visita (la referencia quintaesencial de
Resnais a Lubitsch), estamos hablando sobre todo de la naturaleza personal de
la cinefilia de Resnais, que, al menos en este último ejemplo, también prueba
que es un poco crítico de cine, trabajando con sonido e imagen en lugar de con
prosa, igual que hace Godard en algunas partes de Alphaville y Made in USA.
Y sin embargo, de
hecho, lo más personal en esta deliciosa secuencia no es la referencia a
Lubitsch, sino lo que Resnais hace después con ella: un corte súbito del barón
llamando a la puerta del dormitorio de Arlette a un primerísimo plano de ella
volviendo rápidamente la cabeza con expresión de sorpresa; para mí, uno de los
cortes más bellos y aterradores de la historia del cine, y uno que encapsula
sutilmente a toda la película al convertir el sueño de glamour de Stavisky en algo parecido a una pesadilla. O piensen en
la toma de grúa aparentemente gratuita sobre la casa del héroe en Las malas hierbas, hacia arriba por un
lado, y luego cruzando el techo para bajar por el lado opuesto, ofreciendo una
especie de explosión estilística que no es menos impresionante pero sí, al
menos para mí, mucho más difícil de analizar en términos temáticos. Pero como
dice uno de los personajes de Providence
(hablando claramente por Resnais, aún si éste se esconde en este caso tras el
diálogo de David Mercer) la acusación de que el estilo se impone a cualquier
sentimiento descarta la clara posibilidad de que el estilo sea sentimiento.
Uno de los momentos
más personales en Vous n’avez encore rien
vu (quizá el más personal de todos, y que sucede tras una verdadera cadena
de coups de théâtre combinada con
diversas, contradictorias y paradójicas reflexiones sobre la muerte) es la
canción de Frank Sinatra que se escucha sobre los créditos finales, It Was a Very Good Year, que comienza
con la frase “When I was seventeen...” (“cuando tenía diecisiete años”). Aunque
Resnais tenía, de hecho, diecinueve cuando el Eurydice de Anouilh se estrenó en París, durante el segundo año de
la ocupación alemana (una obra que, al menos en la versión de Resnais, exuda la
oscuridad, la lobreguez de un sótano y el gusto paranoide de las traiciones que
uno asocia con aquel tiempo y lugar, incluso más de lo que el Orfeo de Cocteau recordaría pocos años
después) la amarga ironía de esas letras encierra la dulce (y sí, personal)
angustia de todo lo que las precede.
(Publicado en
Caimán-Cuadernos de Cine Nº 17, junio de 2013)
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