miércoles, 1 de julio de 2015

Los secretos de Resnais

por Jonathan Rosenbaum

Después de ponerme al día recientemente con la magistral Vous n’avez encore rien vu, de Alain Resnais, descubrí tarde de diversas fuentes de Internet que “Alex Reval”, el coguionista acreditado tanto en este film como en Las malas hierbas, es de hecho un seudónimo de Resnais, convirtiéndolo en un reconocimiento típicamente disimulado de la naturaleza personal de su cine, que ha sido parte esencial de su obra desde los años cincuenta. ¿Recuerdan el atisbo de la tira cómica de Mandrake el mago que se encontraba en la Bibliothèque Nationale en Toute la mémoire du monde? Uno podría incluso sostener que el hecho de que momentos personales de ese tipo tiendan a quedar velados o enmascarados en Resnais solo consigue hacerlos más intensos, como ocurre a veces en los filmes de Sternberg (el título alternativo de Claude Ollier para La saga de Anatahan es “Mi corazón al desnudo”).

En efecto, sería un ejercicio interesante recorrer la obra de Resnais escogiendo esos intensos pero esquivos y medio ocultos detalles que delatan sus implicaciones personales en las películas. Un ejemplo obvio, en El año pasado en Marienbad, es la ampliación a tamaño real de una fotografía de Alfred Hitchcock, escuchando a escondidas a los huéspedes de un hotel tras un ascensor, poco antes de que X haga su primera aparición en pantalla. Menos obvio, por ser mucho más difícil de localizar, es el cameo similar de Hitchcock en Muriel: esta vez se le puede ver en la calle, ante un restaurante, llevando un sombrero de chef. Y si añadimos a esto el plano de grúa rodado alrededor del exterior de un hotel de lujo en Biarritz en Stavisky, tras las varias ventanas de la opulenta suite de Arlette (Anny Duperey), cuando el barón Raoul (Charles Boyer) la visita (la referencia quintaesencial de Resnais a Lubitsch), estamos hablando sobre todo de la naturaleza personal de la cinefilia de Resnais, que, al menos en este último ejemplo, también prueba que es un poco crítico de cine, trabajando con sonido e imagen en lugar de con prosa, igual que hace Godard en algunas partes de Alphaville y Made in USA.

Y sin embargo, de hecho, lo más personal en esta deliciosa secuencia no es la referencia a Lubitsch, sino lo que Resnais hace después con ella: un corte súbito del barón llamando a la puerta del dormitorio de Arlette a un primerísimo plano de ella volviendo rápidamente la cabeza con expresión de sorpresa; para mí, uno de los cortes más bellos y aterradores de la historia del cine, y uno que encapsula sutilmente a toda la película al convertir el sueño de glamour de Stavisky en algo parecido a una pesadilla. O piensen en la toma de grúa aparentemente gratuita sobre la casa del héroe en Las malas hierbas, hacia arriba por un lado, y luego cruzando el techo para bajar por el lado opuesto, ofreciendo una especie de explosión estilística que no es menos impresionante pero sí, al menos para mí, mucho más difícil de analizar en términos temáticos. Pero como dice uno de los personajes de Providence (hablando claramente por Resnais, aún si éste se esconde en este caso tras el diálogo de David Mercer) la acusación de que el estilo se impone a cualquier sentimiento descarta la clara posibilidad de que el estilo sea sentimiento.

Uno de los momentos más personales en Vous n’avez encore rien vu (quizá el más personal de todos, y que sucede tras una verdadera cadena de coups de théâtre combinada con diversas, contradictorias y paradójicas reflexiones sobre la muerte) es la canción de Frank Sinatra que se escucha sobre los créditos finales, It Was a Very Good Year, que comienza con la frase “When I was seventeen...” (“cuando tenía diecisiete años”). Aunque Resnais tenía, de hecho, diecinueve cuando el Eurydice de Anouilh se estrenó en París, durante el segundo año de la ocupación alemana (una obra que, al menos en la versión de Resnais, exuda la oscuridad, la lobreguez de un sótano y el gusto paranoide de las traiciones que uno asocia con aquel tiempo y lugar, incluso más de lo que el Orfeo de Cocteau recordaría pocos años después) la amarga ironía de esas letras encierra la dulce (y sí, personal) angustia de todo lo que las precede.

                                      (Publicado en Caimán-Cuadernos de Cine Nº 17, junio de 2013)

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