por Werner Herzog
Leo el corazón humano.
Es una parte importante de mi profesión. A leer el corazón humano no se
aprende, sólo la experiencia lo puede enseñar. Hablo de experiencias muy
elementales. ¿Qué significa estar preso? ¿Qué es tener hambre? ¿Qué es criar
hijos? ¿Qué es la soledad en el desierto? ¿Qué significa estar enfrentando a un
verdadero peligro? Experiencias básicas, lo más elemental que existe. Pero la
mayoría de nosotros ignora esas experiencias, excepto la de tener hijos. No veo
a nadie en Francia o en España que haya tenido la experiencia del hambre. Yo
sí. No veo casi a nadie que haya sido maltratado en prisión. Yo sí. En Africa,
dos o tres veces. ¿Han hecho largas caminatas? De experiencias así provienen
mis capacidades como cineasta.
Sigo vivo como
cineasta porque cambio. No sigo creyendo que vivo en los años ’70. Muchos
cineastas se quedaron bloqueados en los años ’70, como Syberberg. Muchos
desaparecieron. No evolucionaron. También hay una coherencia en mis films. Hay
ciertos motivos, cierta insistencia en la visión. Cierta dramática en la
dirección. Estoy seguro de ello. Al mismo tiempo es una obra abierta en todas
las direcciones. Si consideran a Buñuel, su visión permanece coherente, aun
cuando sus films surrealistas del comienzo, sus films de los años 50 en México
y luego los de los años 60 en Francia sean muy diferentes. Bastan veinte
segundos de imágenes para reconocer una película de Buñuel.
Soy tan cinéfilo como
es posible serlo. Adoro el cine. Pero no necesito ver tres películas por día.
Me basta con ver tres buenos films al año. En un año que sea de una buena
cosecha para el cine, se producen cinco o seis buenos films en el mundo. No
más. Se ha convertido en el mayor problema de los festivales: su número creció
hasta alcanzar, no sé, la cifra de 2800. Puede estar bien ver cinco o seis
películas. A veces también puede estar bien contentarse con lo peor que haya.
Precisamente para aprender lo que no hay que hacer. Los malos films son siempre
más instructivos que los buenos.
En mi cine, el estilo
no prevalece sobre el tema. El estilo no se fija en un rictus. Me burlo del
estilo. La sustancia de mis films está en otra parte. Si nunca me preocupé por
el estilo es porque el estilo, inevitablemente, se impone a través de mí. No
por el tema, sé que hay muchas maneras de tratar un mismo tema.
No me considero un
artista. Ni siquiera sé lo que es un artista. Me cuesta atenerme a una
definición. El cine es un oficio, en la medida en que gano dinero. En la medida
en que trabajo profesionalmente. Sé que es un trabajo profesional. Soy un
verdadero profesional. Me gano la vida. No paso hambre, tengo bastante dinero
para pagarme un café. Bastante dinero para pagar el alquiler. En ese aspecto,
sí, puedo entender que lo que hago sea una profesión. Pero “artista” es una
palabra que me cuesta mucho entender. Y eso se torna más difícil con los años
en la medida en que cada vez desconfío más del arte. Sobre todo desde hace
veinte años. Es muy difícil de explicar. Quisiera hablar, entre comillas, del
arte moderno. Podemos comprender en qué situación está el arte observando el
mercado del arte, las subastas, el mundo de las galerías. Hay algo ahí
profundamente inquietante y extremadamente sospechoso. ¿Cómo pueden los
“artistas” dejar que el arte sea eso en lo que se ha convertido? Asistimos a
una completa distorsión de los valores. Ir a una vernissage –lo que me ha ocurrido una o dos veces en mi vida– es la
experiencia más desalentadora que se pueda imaginar. Tan desalentadora que no
la volveré a tener nunca. La manera en que se presenta el trabajo, el público
que va a esos eventos, el mercado del arte, todo eso da náuseas.
Me cuesta acatar las
categorías “documental” y “ficción”. Todos mis documentales son estilizados. En
nombre de una verdad más profunda, una verdad más extática –el éxtasis de la
verdad– contienen partes inventadas. A veces puedo decir entonces que se trata
de ficciones disfrazadas. La expresión tampoco es del todo apropiada. Pero es
la explicación que se me ocurrió. Grizzly
Man es muy diferente a El pequeño
Dieter necesita volar o a El país del
silencio y la oscuridad o Lecciones
de oscuridad. He dejado de plantearme la cuestión de su clasificación.
Detrás de las
imágenes, detrás de la visión, detrás de la historia, detrás de la gramática de
la narración y la gramática de la imagen hay algo cuya experiencia el cine
puede ofrecer en muy raras ocasiones, se toca entonces una verdad más profunda.
No pasa muy a menudo, pasa en poesía. Aun cuando me haya alejado un tanto de él
con los años –es un poeta para los que tienen quince, dieciséis o diecisiete
años–, al leer a Rimbaud se siente instantáneamente que hemos rozado algo
extático. Tocamos una verdad que está detrás de las cosas. Algo que no
necesitamos analizar. Lo sabemos de inmediato. Rimbaud obviamente se interesaba
mucho en las iluminaciones. Pero los hechos no iluminan. Los hechos crean
normas. Sólo la verdad ilumina.
(De la entrevista
realizada por Hervé Aubron y Emmanuel Burdeau en 2008 y publicada en el libro Manual de supervivencia, El Cuenco de
Plata, 2013. Reproducida por el suplemento Radar de Página/12, 30 de junio de
2013).
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