por Michel Houellebecq
El ser humano habla; a
veces, no habla. Cuando lo amenazan se retrae, otea rápidamente el espacio con
la mirada; desesperado, se repliega en sí mismo, se enrosca en torno a un
centro de angustia. Feliz, su respiración se vuelve más lenta; existe en un ritmo
más amplio. En la historia del mundo ha habido dos artes (la pintura, la
escultura) que han intentado sintetizar la experiencia humana por medio de
representaciones petrificadas; movimientos suspendidos. A veces han decidido
suspender el movimiento en su punto de equilibrio, de mayor suavidad (en su
punto de eternidad): todas las Vírgenes con Niño. A veces han congelado la
acción en su punto de mayor tensión, de más intensa expresividad: el barroco,
desde luego; pero también muchos cuadros de Friedrich evocan una explosión
helada. Ambas artes se han desarrollado durante varios milenios; han tenido
ocasión de producir obras acabadas según su ambición más secreta: suspender el
tiempo.
En la historia del
mundo ha habido un arte cuyo objeto era el estudio del movimiento. Consiguió
desarrollarse durante unos treinta años. Entre 1925 y 1930 produjo algunos
planos en algunas películas (pienso sobre todo en Murnau, en Eisenstein, en
Dreyer) que justificaban su existencia como arte; luego desapareció, se diría que
para siempre jamás.
Las chovas emiten
señales de alerta y de reconocimiento mutuo; se han podido identificar más de
sesenta signos. Las chovas siguen siendo una excepción: en conjunto, el mundo
funciona en un silencio terrible; expresa su esencia a través de la forma y del
movimiento. El viento sopla entre la hierba (Eisenstein); una lágrima resbala
por un rostro (Dreyer). El cine mudo veía abrirse ante él un inmenso espacio:
no era sólo una investigación de los sentimientos humanos; no sólo una investigación
de los movimientos del mundo; su mayor ambición era constituir una
investigación de las condiciones de la percepción. La distinción entre el fondo
y la figura es la base de nuestras representaciones; pero también, de modo más
misterioso, nuestro espíritu busca su camino en el mundo entre la figura y el
movimiento, entre la forma y el proceso que la engendra; de ahí esa sensación
casi hipnótica que nos invade delante de una forma inmóvil engendrada por un
movimiento perpetuo, como las ondas estacionarias en la superficie de un
charco.
¿Qué ha quedado de
todo esto después de 1930? Algunas huellas, sobre todo en las obras de los
cineastas que empezaron a trabajar en la época del cine mudo (la muerte de
Kurosawa es más que la muerte de un hombre); algunos instantes en películas
experimentales, en documentales científicos, incluso en series (Australia, estrenada hace unos pocos
años, es un ejemplo). Es fácil reconocer esos instantes: en ellos, cualquier
palabra es imposible; la música misma se vuelve un poco kitsch, pesada, vulgar. Nos convertimos en pura percepción; el
mundo aparece en su inmanencia. Nos sentimos muy felices, con una felicidad
extraña. Enamorarse también puede provocar esa clase de efectos.
[Publicado en el no. 32
de Letres françaises (mayo, 1993)
Reproducido en El mundo como supermercado,
Anagrama, 2005.
Trad.: Encarna Castejón]
Brillante !!. ¿Como se puede escribir algo tan complejo, de una forma tan sencilla ?. Capo!
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