martes, 2 de junio de 2015

Preguntas difíciles

por Harun Farocki



La gente va menos al cine, aunque cada vez se mira más televisión con la intención de ver cine. Querer cine sin querer ir al cine. Una típica confluencia de querer-tener y no-tener-ganas-de-hacer, un criterio que serviría para dividir el pueblo de los espectadores en un proletariado cinematográfico y una burguesía de la pantalla. Sería un sueño pensar que esta división podría al menos revolucionar la historia del cine: en su lugar, la película de cine[i] se ha convertido en una ilusión.

En la casa hay un televisor, la casa es fundamental en la vida, una pequeña familia comparte casa y vida. Ver televisión significa casa, por lo tanto ir al cine puede significar no tener vivienda. Los vagabundos cumplen esta regla cuando van al cine, incluso de la forma más evidente si pasan ahí la noche. Los viajeros están separados de sus casas y de sus familias, y quizás van al cine para matar ese tiempo que podrían gastar de manera productiva en sus viviendas. Los jóvenes van al cine para alejarse de sus familias o porque todavía no tienen una casa propia con su pequeña familia. Más adelante, cuando tengan ambas cosas, también tendrán un televisor en donde querrán ver cine.

El apócope “cine”, que representa aquí lo errante, el viaje y la juventud, sirve para transformar la imagen del televisor en una imagen que se contrapone a la propia vida. La mirada atenta del espectador de una película de cine emitida por televisión se interesa mucho menos por la vida ajena representada en la película que por la sensación propia de ser otro imaginada ante la pantalla. Además, en el cine (imaginado) uno es un desconocido, mientras que en las casas hay nombres y los que ven televisión juntos se conocen.

Cuando el cine todavía creía que podía luchar contra la televisión, su enemigo invisible era todo lo que la conforma: en primer lugar la casa, que a su vez abre un espacio para el almacenamiento provisorio de casi todos los bienes de consumo. Es decir que el cine tenía en su contra a los productores de alimentos, a la industria electrodoméstica y a los fabricantes de muebles y de ropa, aunque no habría podido siquiera enfrentarse a los productores de detergentes. La televisión, victoriosa, compró primero las películas y luego la producción de cine. La televisión no adquirió el cine para clausurarlo, se adueñó de él para dejar que siga existiendo. Estados Unidos financia a Israel y la Unión Soviética financia a Cuba justamente porque Israel y Cuba no quieren cumplir la política de las grandes potencias. Al solventar a los pequeños países para que sigan adelante con su autonomía, su intención es apoderárselos: el comprado obedece oponiendo resistencia.

El cine comprado está dispuesto a brillar con las características que se le han impuesto: “emotivo”, “franco”, “simbólico”, “especulativo”, “comercial”, entre tantas otras. Pero exige mejores pagos. La televisión ya financia muchas películas en un cien por ciento. Ahora, los productores han comenzado a exigir de la televisión (y de su heraldo, el Estado) un ciento veinte por ciento. Exigen un veinte por ciento más para continuar con sus existencias aparentes, para que un film recorra toda la maquinaria de la industria cinematográfica y se transforme así en una película de cine. Después del dinero invertido en el guión, la producción y la distribución, y en la comida y la bebida para las reuniones de los profesionales del cine en las que se conversan todos estos temas, se comienza a hablar de subvencionar también a los espectadores. No es algo ridículo: de algún modo hay que conseguir un extra de espectadores para suplantar a los que permanecen en sus casas. Los suplementos y revistas de espectáculos tratan de conservar al espectador haciéndole creer, con éxito, que es una pieza clave del mundo del cine.

Antes, cuando uno se cruzaba en el centro de una ciudad con alguien pidiendo limosna, con una pareja de enamorados, con una pelea (una representación típica de la vida), la pregunta que se hacía era: ¿se estará filmando una película? Hoy, uno se pregunta: ¿se estará representando una vida para que uno pueda imaginarse una ciudad, y en ella un cine imaginable, y en él una sala con espectadores imaginables que miran una película imaginada? ¿Se estará representando la vida para que al final de la larga lista de todas estas imaginaciones se pueda seguir imaginando un film?

Son preguntas difíciles.

(“Schwierige Fragen”, aparecido originalmente en el periódico
die Tageszeitung,  2 de marzo, 1989. 
Reproducido en el libro Desconfiar de las imágenes.
Caja Negra, Buenos Aires, 2013)




[i] Farocki usa el término Kinofilm ("película de cine") en oposición al Fernsehfilm ("película de televisión"). En Alemania el sistema de producción y subvención cinematográfica depende fuertemente de los canales de televisión. Existe una gran producción de películas para televisión que, por lo general, tienen menos
pretensiones artísticas.

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