por Charles Bukowski
conocí a Neal C[i],
el chico de Kerouac, poco antes de que bajase a tenderse junto a aquella vía de
ferrocarril mexicana para morir. los ojos se clavaban en ti como palillos de
dientes y Neal con la cabeza junto al altavoz, se movía, saltaba, miraba
insinuante, con su camiseta blanca de manga corta y cantaba como un cuco al
compás de la música, precediéndola justo un pelo, como si fuese él quien
dirigiera el espectáculo. yo, sentado con mi cerveza, le miraba. ya me había
liquidado un paquete o dos de seis botellas. Bryan estaba dando instrucciones y
material a dos chavales que iban a cubrir aquel espectáculo que siempre
prohibían. en fin, no sé exactamente qué pasaba con aquel espectáculo del poeta
de San Francisco, cuyo nombre ya no recuerdo. pues bien, nadie se fijaba en
Neal C y a Neal C no le preocupaba, o eso hacía ver. cuando la canción acabó,
se fueron los dos chavales y Bryan me presentó al fabuloso Neal C.
–¿una cerveza? –le pregunté.
Neal echó mano a una botella, la tiró al aire, la agarró, quitó el tapón
y vació el medio cuarto de dos largos tragos.
–toma otra.
–vale.
–yo me consideraba bueno con la cerveza.
–yo soy el muchacho duro de la cárcel. he leído cosas tuyas.
–yo también leí cosas tuyas. aquello de que salías por la ventana del
baño y te escondías desnudo entre los matorrales. buen material.
–oh sí.
seguía dándole a la cerveza. nunca se sentaba. no hacía más que moverse
por allí. estaba un poco aturdido por la acción, el relámpago eterno, pero no
había odio alguno en él. te agradaba aunque no quisieras, porque Kerouac le
había preparado para la admiración de los masones y Neal había picado, seguía
picando. pero en fin, Neal era pistonudo y uno podía pensar además que Jack
sólo había escrito el libro, él no era la madre de Neal. sólo su destructor,
deliberado o no.
Neal bailaba por el local en la Subida Eterna. la cara parecía vieja,
dolorida, todo eso. pero su cuerpo era el cuerpo de un muchacho de dieciocho.
–¿quieres probar con él, Bukowski? –preguntó Bryan.
–sí, ¿quieres venir, muchacho? –me preguntó él.
tampoco ahora había odio. sólo seguir el juego.
–no, gracias. en agosto cumpliré cuarenta y ocho. ya no estoy para esos
trotes.
no habría podido manejarle.
–¿cuándo viste a Kerouac por última vez? –le pregunté.
creo que dijo que 1962, 1963. en fin, hacía mucho tiempo.
después de darle un rato a la cerveza con Neal, tuve que ir a por más.
el trabajo de la oficina estaba casi hecho y Neal paraba en casa de Bryan y
Bryan le invitó a cenar. yo dije, “vale”, y, como estaba un poco animado, no me
di cuenta de lo que iba a pasar.
cuando salimos empezaba a caer una lluvia muy fina. de esa que realmente
jode la calle. yo aún no sabía. pensé que iba a conducir Bryan, pero se colocó
al volante Neal. en fin, pasé atrás. B. montó delante con Neal. y empezó el
viaje por aquellas calles resbaladizas, y cuando parecía que habíamos doblado
ya una esquina, Neal decidía girar a la derecha o a la izquierda. pasábamos
junto a los coches aparcados con la línea divisoria a sólo un pelo. sólo como
un pelo puede describirse. un leve desvío hacia el otro lado habría sido el
final para todos.
cuando salíamos del apuro yo siempre decía algo ridículo, como “¡chúpate
ésa!” y Bryan se reía y Neal seguía conduciendo, ni ceñudo ni feliz ni
sardónico, sólo allí: haciendo los movimientos. comprendí. era necesario. era
su plaza de toros, su pista de carreras. era santo y necesario.
lo mejor fue justo al salir de Sunset, rumbo al norte, hacia Carlton. la
llovizna era ya más intensa, estropeando al mismo tiempo la visión y las
calles. al salir de Sunset, Neal inició su siguiente movimiento, ajedrez a toda
pastilla, algo que había que calcular en una décima de segundo. un giro a la
izquierda en Carlton nos llevaría a la casa de Bryan. estábamos a una manzana
de distancia. había un coche delante y dos aproximándose. podría haber
disminuido sin duda la velocidad y seguir después, pero habría perdido su
movimiento. Neal no podía hacer eso. pasó al de delante, y yo pensé, ya está,
bueno, no importa, da igual en realidad piensas eso, eso pensé yo. los dos
coches casi pegados, el otro tan cerca que su faros inundaban mi asiento
trasero. creo que en el último segundo, el otro conductor tocó el freno. esto
nos concedió el pelillo. Neal debía haberlo calculado. aquel movimiento. pero
el asunto no terminó ahí. íbamos ya a mucha velocidad y el otro coche, que se
acercaba lentamente del bulevar Hollywood estaba a punto de impedir el giro a
la izquierda en Carlton. siempre recordaré el color de aquel coche. tan cerca
llegamos a estar. una especie de gris-azulado. un coche viejo, cupé, encogido y
duro como una especie de ladrillo de acero rodante. Neal se desvió por la
izquierda. me pareció que íbamos a embestir al otro coche por el centro. era
inevitable. pero, curiosamente, el movimiento del otro coche hacia adelante y
nuestro movimiento hacia la izquierda, coordinaron de modo perfecto. de nuevo
el pelillo. Neal aparcó el coche y entramos en casa. Joan sacó la cena.
Neal comió todo lo de su plato y la mayor parte de lo del mío. bebimos
un poco de vino. Joan tenía un cuidaniños muy inteligente, un joven homosexual,
que creo que se ha ido con una banda de rock o se ha matado o algo así. en fin,
el caso es que le di un pellizco en el trasero cuando pasaba junto a mí. le
encantaba.
creo que estuve demasiado tiempo bebiendo y hablando con Cassady. el
cuidador de niños no hacía más que hablar de Hemingway, me comparaba más o
menos con él, hasta que le dije que se callara y fue al piso de arriba a ver
cómo estaba Jason. y unos días después me telefoneó Bryan:
–murió Neal, murió Neal.
–hostias, no.
luego Bryan me explicó algo más del asunto. y nada más.
sí, no había duda.
tantos viajes, tantas páginas de Kerouac, tanta cárcel, para morir solo
bajo una gélida luna mexicana, solo, ¿comprendes? ¿ves los pequeños cactus
miserables? México no es un sitio malo simplemente porque esté oprimido; México
es un mal sitio simplemente, ¿ves cómo miran los animales del desierto? las
ranas, cornudas y simples, esas serpientes como hendiduras de mentes humanas
que reptan, se paran, esperan, mudas bajo una muda luna mexicana, reptiles,
rumores de cosas, contemplando a aquel tipo allí en la arena con su camiseta
blanca de manga corta.
Neal, había encontrado su movimiento, no hacía daño a nadie, el tipo
duro de la cárcel, allí tumbado junto a una vía férrea mexicana.
esa única noche que estuve con él le dije:
–Kerouac ha escrito todos tus otros capítulos, yo he escrito ya tu
último.
–adelante –dijo él–, escríbelo. punto y aparte.
(De Escritos de un viejo indecente, Anagrama, 1978
Trad.: J.M. Alvarez Flórez y Angela Pérez)
[i] Neal C: Neal Cassady,
personaje legendario de los cincuenta y sesenta, que tuvo una gran influencia
sobre Kerouac, Ginsberg y el movimiento beatnik. Es el “Dean Moriarty” de En el camino de Kerouac. Aparece
también, entre otros muchos libros, en Acid
test de Tom Wolfe. Su único libro es El
último tercio (Star, Barcelona). (N. de los Ts.)
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