miércoles, 5 de enero de 2011

El fin de la naturaleza

Por Slavoj Žižek

Los grandes desastres ecológicos del 2010 coinciden con el antiguo modelo cosmológico, donde el universo está compuesto por cuatro elementos básicos: aire (nubes de ceniza volcánica de Islandia inmovilizando el tráfico aéreo sobre Europa), tierra (avalanchas de lodo y terremotos en China), fuego (convirtiendo a Moscú en un sitio casi inhabitable) y agua (el tsunami en Indonesia, inundaciones desplazando a millones de personas en Pakistán).

Sin embargo, este recurrir a la sabiduría tradicional no permite ninguna comprensión real de los misterios de los caprichos de nuestra salvaje Madre Naturaleza. Es una forma de consuelo, realmente, que nos permite evitar la cuestión que todos queremos preguntar: ¿la agenda de la naturaleza para el 2011 incluirá más sucesos de esta magnitud?

En nuestra desencantada era posreligiosa y ultratecnológica, las catástrofes ya no se pueden considerar significativas de un ciclo natural o la expresión de la furia divina. Las catástrofes ecológicas –que podemos ver continuamente y de cerca gracias a nuestro mundo conectado las 24 horas, los siete días de la semana– se convierten en las insensatas intrusiones de una ira ciega y destructiva. Es como si estuviéramos atestiguando el fin de la naturaleza.

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Entren al perverso placer del martirio prematuro: “¡Ofendimos a la Madre Naturaleza, así que recibimos lo que merecemos!”. Estar dispuesto a asumir la culpa de las amenazas a nuestro medio ambiente es algo engañosamente tranquilizador. Si somos culpables, entonces todo depende de nosotros; podemos salvarnos simplemente cambiando nuestro estilo de vida. Desesperada y obsesivamente reciclamos papel viejo, compramos comida orgánica, lo que sea para asegurarnos de que hacemos algo, que contribuimos. Pero igual que el universo antropomórfico, mágicamente diseñado para la comodidad del hombre, el así llamado equilibrio de la naturaleza –que la humanidad destruye brutalmente con su arrogancia– es un mito. Las catástrofes son parte de la historia natural.

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Entonces, ¿qué nos depara el destino? Una cosa es clara: deberíamos acostumbrarnos a un estilo de vida mucho más nómada. El cambio gradual o repentino en nuestro medio ambiente, sobre el que la ciencia puede hacer poco más que emitir advertencias, podría forzar transformaciones sociales y culturales desconocidas. Suponga que una nueva erupción volcánica hiciera inhabitable un lugar: ¿dónde encontrará cabida la gente? En el pasado, los movimientos poblacionales grandes eran procesos espontáneos, llenos de sufrimiento y pérdida de civilizaciones. Actualmente, cuando las armas de destrucción masiva no sólo están en manos de estados sino incluso de grupos locales, la humanidad simplemente no puede darse el lujo de un intercambio poblacional espontáneo.

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Tal vez sea tiempo de revertir nuestro concepto de lo posible y lo imposible; tal vez debiéramos aceptar la imposibilidad de la inmortalidad omnipotente y considerar la posibilidad del cambio social radical. Si la naturaleza ya no es un orden estable confiable, entonces nuestra sociedad también debería cambiar si queremos sobrevivir en una naturaleza que ya no es una madre buena y protectora, sino una madre pálida e indiferente.

(Artículo completo en Ñ)

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