martes, 18 de enero de 2011

Ningún santo

Actor delirante, secundario eterno y realizador maldito, Timothy Carey fue responsable de una verdadera obra maestra dentro del sombrío sótano hollywoodense: The World’s Greatest Sinner (1962). Antes, Carey acostumbraba visitar los estudios para ver si le caía algún papel. Excéntrico e hiperventilado, llegó incluso a escalar los muros de 20th Century Fox con una armadura de caballero con el fin de conseguir un rol en El príncipe valiente. Como resultado de estas incursiones por los galpones de Hollywood debutó como cadáver en un western protagonizado por Clark Gable, formó parte de la pandilla enemiga en El salvaje (el director no lo dejó manejar una moto por miedo a que provocara una tragedia) y tuvo un rol secundario en Al este del paraíso. La experiencia fue rara: por su carácter inquieto y extraño se fue del set con un piñazo de parte del director Elia Kazan.

Pero fue Stanley Kubrick quien percibió el carisma de Carey, fichándolo para The Killing y Paths of Glory. Junto a Peter Sellers, fue el único actor que tuvo permiso para improvisar en una película del director. De ahí en adelante, se consolidó como un cotizado actor secundario, encargándose siempre de personajes bizarros o psicópatas esperpénticos. Sus ojos desorbitados, su manera grandilocuente de hablar y una verborrea imparable lo avalaron en esos territorios.

También trabajó con Bob Rafelson (Head), el primer Brian de Palma (Get to Know Your Rabbit) y John Cassavetes (Minnie y Moskowitz, El asesinato de un corredor de apuestas chino), pero, al mismo tiempo que ganaba pantalla, se perfilaba como un tipo delirante e inestable cuyo método de trabajo atentaba en contra de los estructurados sistemas de rodaje. Con el tiempo, su actitud dentro del star-system de la época resulta hoy hilarante. Rechazó trabajar en El Padrino porque no le vio potencial comercial y cuando Elvis Presley alabó The World’s Greatest Sinner, reaccionó de manera hostil y se negó a darle una copia.

The World’s Greatest Sinner fue el punto de contacto con la escena under de Los Angeles que levantó a Carey como una figura de culto. La realizó entre 1958 y 1961 con un módico presupuesto de $100.000 dólares. Para la banda sonora contrató a un entonces desconocido Frank Zappa, que en los años posteriores se dedicaría a denostar el trabajo que había hecho sólo por dinero. Poniéndose él mismo en el rol protagónico, Carey narra la historia de un hombre atrapado por la rutina que descubre que puede atraer a las masas en el escenario en calidad de cantante de rockabilly. Aprovechándose de la situación, decide formar una secta religiosa que lo tiene como gran profeta y obtener el dinero teniendo sexo con viudas millonarias. El poder y la ambición del personaje protagónico crecen progresivamente, hasta que en la escena final enfrenta al mismísimo Dios, a quien pretende destronar.

La película fue un fracaso rotundo y sólo tuvo difusión dentro del circuito marginal de California. Carey había cruzado la frontera hacia la galería de los malditos, los fracasados dentro de una industria repleta de promesas. Una desolada premiere había adelantado el destino del film: Carey pretendió ganarse al público disparando con un revólver calibre .38 sobre sus cabezas. Luego la cinta desaparecería del mapa y hace algunos años sólo se podía conseguir mediante correo. La vendía en VHS el hijo del cineasta. Según Wikipedia, Martin Scorsese es un gran admirador de la película y la ha elegido como uno de los mejores exponentes del rock en el cine.

Carey murió de un ataque cardíaco en 1994, a los 65 años de edad. Había tratado de actuar en Perros de la calle pero Harvey Keitel amenazó con abandonar la producción si el excéntrico personaje se integraba al elenco. Quentin Tarantino terminó dedicándole la película, esa rara avis que alguna vez sobrevoló el semblante plástico de Hollywood para terminar en el desagüe, brillando en el mar de desechos.

(En base a un artículo de Andrés Nazarala, Luchalibro)

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