Por Silvina Friera
Arthur Cravan, “el primer punk del siglo XX”, ganó por knock out la pelea más difícil. El triunfo no se debe a los dos metros de altura y más de cien kilos de peso con los que podía apabullar a sus ocasionales contrincantes dentro del ring. Aunque su apellido sea una especie de contraseña secreta para unos pocos lectores desperdigados por el mundo, en el arte de injuriar fue, es y seguirá siendo uno de los mejores. Un campeón con linaje –sobrino de Oscar Wilde– que supo abrirse paso a los golpes. A pesar de que las peripecias de su brevísima vida –apenas 31 años– estén más cerca de la estampa del “perdedor” o del “maldito”. No hubo vaca sagrada –Apollinaire o Gide, por ejemplo– que se salvara de su lengua. “Escribo para hacer enojar a mis colegas; para que hablen de mí y para intentar hacerme un nombre”, reconoció Cravan en uno de los números de Maintenant, la revista literaria que dirigió entre 1912 y 1915, una suerte de fanzine redactado sólo por él. La leyenda ofrece más tela para cortar. Dicen que solía vender los ejemplares en un carro de verdulero que arrastraba por las calles de París; gesto que anticipa la ética del do it yourself. (…)
En una conferencia, luego de haber insultado al público, fingió suicidarse; se desnudaba y gritaba como un desaforado o realizaba disparos de pistola, antes de hablar; de Berlín lo echaron por indeseable: se paseaba por las calles con cuatro putas encaramadas en los hombros. Desafió a boxear al ex campeón mundial Jack London, pero las crónicas lapidarias de la época hablan de “una parodia con olor a pesetas”. Cravan se dejó noquear; la pelea estaba arreglada. Hubo una suma considerable para el perdedor, que se entregó en el sexto round. Los tropiezos pugilísticos jamás podrán eclipsar las palizas que propinó en Maintenant, revista que salió en 1912. En el primer número, la previa al gran combate, publicó un poema de su autoría, “Silbato”; y una semblanza de su amado pariente, Oscar Wilde. La astucia de la razón olfateó el ambiente. Y sembró ironías por doquier. Proyectaba hacerse pasar por muerto, según confesó, para atraer la atención sobre sus obras. (…)
Cravan asumió su pasión por el boxeo sin mediaciones; hasta se podría aventurar que puso esa obsesión en un primerísimo plano. Aunque simulara. Sofocados por los rebotes de sus artículos incendiarios, malinterpretados en una primera lectura demasiado lineal, el arte y la literatura –a priori negados, despreciados– están a años luz de resultarle indiferente. El aguijón que clava a sus lectores incomoda; alienta una reflexión más allá de la aparente irreverencia. “Toda la literatura es: ta, ta, ta, ta, ta, ta. El Arte, ¡el Arte me importa un pito! ¡Qué mierda por Dios!”, escribió en “¡Oscar Wilde está vivo!”, uno de los artículos publicados en Maintenant. “Me cago en el arte y sin embargo si hubiera conocido a Balzac habría intentado robarle un beso”, reconoce en lo que se considera uno de sus últimos textos. ¿Puro teatro? ¿Mera liturgia vacía?
(Artículo completo en Página/12)
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