por Emma Rodríguez
Cuando el valor de los libros se mide (cada vez más) según el número de ejemplares vendidos, cuando ese dato empieza a convertirse en el principal argumento promocional de editoriales escasas de creatividad y sin un horizonte de excelencia claro, hay que agradecer que llegue a las librerías un texto como Diccionario de literatura para esnobs.
Se agradece no precisamente porque reivindique una literatura para minorías sino porque pone al alcance de todos nombres hasta ahora abocados a un territorio de culto, que no son los que el mercado suele promocionar; y porque permite descubrir obras sin duda interesantes, muchas veces fruto de trayectorias y de experiencias a contracorriente.
Este diccionario, elaborado por el escritor y periodista francés Fabrice Gaignault, y publicado en España por Impedimenta, en una cuidada y bellísima edición en la que destacan las ilustraciones de Sara Morante, es una entrega juguetona que anima al lector a entrar en los que se podrían denominar los salones más exclusivos de las letras.
Salones que recorrerá curioso en una especie de ceremonia de iniciación que le conducirá a geografías literarias; luego tendrá que seguir explorando por sí mismo, acudiendo a lo que de verdad importa, a los libros, siempre, claro, que pueda tener acceso a ellos (he aquí también una buena guía a seguir por editores avezados).
La primera sorpresa no tarda en aparecer. Una lista con los 10 libros más odiados por los esnobs literarios, obras consideradas maestras pero demasiado “manoseadas”. Ahí están Bella del señor, de Albert Cohen; El extranjero, de Albert Camus; El amante, de Marguerite Duras; El principito, de Antoine de Saint-Exupéry; La condición humana, de André Malraux; Las uvas de la ira, de John Steinbeck; El viejo y el mar, de Ernest Hemingway; La naúsea, de Jean-Paul Sartre; La espuma de los días, de Boris Vian y En el camino, de Jack Kerouac.
Así que se trata de avanzar por caminos menos trillados. ¿Sabe usted quién es el abate Mugnier, figura de principios del siglo XX a quien en los cenáculos parisinos se consideraba el confesor de las duquesas y quien dio cuenta de sus garbeos por los salones de la capital?
De historias como la suya está lleno este libro que es un auténtico río lleno de afluentes y conexiones, ya que se da cuenta de los gustos y preferencias de no pocos escritores, y que descubre a figuras como Christian Bourgois, el editor que reivindicó su derecho a publicar solo para “los dos mil auténticos lectores” y quien además de apostar por Burroughs se permitió editar obras como Modelo matemático de la morfogénesis, de René Thom, de la que él mismo confesó no entender ni su título.
Si algo no resulta este paseo es aburrido. Siguiendo el orden alfabético, Fabrice Gaignault nos conduce a través de nombres y también de movimientos, por otro lado ya asimilados por el gran público, pero que siguen siendo un claro símbolo de irreverencia. Así, el de los míticos beats o el del círculo de Bloomsbury, en su día apodado “pandilla de esnobs” por sus detractores, menos interesados por la creatividad de sus miembros, a la cabeza de los cuales se encontraba Virginia Woolf, que por las veladas extravagantes que se rumoreaba organizaban y por su gran libertad de costumbres.
Figuras perfectamente reconocibles como el lúgubre Lovecraft, la pareja formada por Jane y Paul Bowles o escritoras como Dorothy Parker y Sylvia Plath, conviven con el complejo y escurridizo B. Traven, la intrépida Annemarie Schwarzenbach, amante de Erika, la hija de Thomas Mann y a quien Carson McCullers dedicó su novela Reflejos en un ojo dorado, o el enigmático Patrick Branwell Bronte, el hermano desconocido de las célebres hermanas, genio precoz que sirvió como modelo para el Heathcliff de Cumbres borrascosas.
La entrada de Marcel Proust no deja de ser corta y curiosa (“el maestro de ceremonia anuncia a los invitados que han llegado y a los que están por llegar, pero tiene la suma cortesía de no extenderse sobre sí mismo”) y en la de Marguerite Duras, quien se incluye por el poco aprecio que despierta en los esnobs, asoma el juego irónico (se dice que era famosa por haber alquilado durante años una mansarda al escritor Enrique Vila- Matas). Hasta Andy Warhol tiene hueco por su Diario y su colección de aforismos.
Podrían ser otros, podría quizás haber menos franceses, pero el autor sostiene que la obra es fruto de sus propias exclusividades, del “jardín secreto” del que todo esnob literario es dueño. En este jardín se han colado sólo cuatro escritores en lengua española: la argentina Silvina Ocampo, el colombiano Nicolás Gómez Dávila y los españoles Max Aub, gran figura del exilio, y (nueva sorpresa) el exquisito escritor mallorquín José Carlos Llop, conocido por el público galo gracias a la publicación de dos de sus novelas allí.
A Llop los responsables de Impedimenta han encargado el prólogo de la edición española. “Sin la exclusividad de la reserva, no hay esnobismo posible”, dice el autor, quien insiste en un pequeño-gran detalle, la ampliación del título, Diccionario de literatura para esnobs y (sobre todo) para quienes no lo son, en clara referencia a esos salones, que ahora se abren al público curioso.
-El Mundo
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