martes, 11 de enero de 2011

Piedad


La familia, muy religiosa, estaba comiendo el pollo de los domingos cuando, por glotonería, la más pequeña de las hijas se atragantó con un hueso y, en pocos instantes, murió.

–Dios nos la ha dado –dijo el padre, sin soltar su tenedor–, Dios nos la quita. Alabado sea el Señor.

Entonces Dios, que no es ingrato, se apiadó, produjo un pequeño milagro y en un abrir y cerrar de ojos hizo resucitar el pollo.


– Jacques Sternberg, Cuentos glaciales


(en Bertigo)

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