miércoles, 16 de marzo de 2011

Charlie Sheen está ganando

por Bret Easton Ellis

“Droga” es la primera palabra que Charlie Sheen pronuncia en la única escena donde aparece en Ferris Bueller’s Day Off,* reliquia cinematográfica de 1986. La escena se desarrolla en una comisaría donde Jeannie Bueller (Jennifer Grey), esperando que su madre venga a pagar la fianza y enfurecida por el comportamiento anárquico del hermano de Ferris (él rompe todas las reglas y es feliz; ella sigue todas las reglas y es infeliz) se da cuenta de que está sentada al lado de un hermoso (¡lo era!) muchacho de mirada tosca, chaqueta de cuero, quien parece que ha estado por varios días en una gran fiesta de drogas. Pero no es un loco; sólo está cansado y sensualmente calmado, y tiene su pálido rostro casi violáceo. Molesta, Jeannie le pregunta: “¿Por qué estás aquí?” Y Charlie, inexpresivo, contesta, sin remordimientos: “Droga”. Y entonces él, lentamente, desarma la actitud de mala onda que ella traía, con despreocupación escandalosa y sexy, transformando su molestia en deleite (terminan a los besos).

Ésa fue la primera vez que realmente tomamos nota de Sheen, y la escena es el momento clave de su carrera cinematográfica (y vista desde hoy resume todo lo que vendría). Desde entonces no ha sido tan entretenido. Haciendo que lo despidieran de su famosa comedia Two and a Half Men, este hijo privilegiado del Imperio del Entretenimiento se ha convertido en su más talentoso detractor. Sheen ha aceptado el Post-Imperio del entretenimiento, haciendo el intento de explicarnos qué significa ahora la celebridad. No está en discusión si les gusta o no. Aquí es donde estamos, nena. Aprendimos algo. Rock and roll. Aceptalo.

El Post-Imperio empezó a aparecer por todas partes el año pasado con toda su fuerza, mientras el “Fuck you” de Cee Lo Green se escuchaba alegremente como su banda sonora. The Kardashians lo entienden. Los participantes (y el público) de Jersey Shores lo entienden. Lady Gaga llegando a los Grammys en un huevo lo entiende, y sobre todo sabés que lo entiende cuando le dijo a Anderson Cooper que le gusta fumar porros cuando escribe sus canciones, prácticamente desafiándolo: “¿Qué vas hacer al respecto, perra?” Nicki Minaj lo entiende cuando canta “Right Thru Me” y adopta uno de sus varios alter egos en la alfombra roja. (Christina Aguilera protagonizando Burlesque no lo entiende para nada.) Ricky Gervais siendo anfitrión de los Golden Globes lo entiende. Robert Downey Jr. molestándose con Gervais no lo entiende. Hasta Robert De Niro lo entiende, ridiculizando sutilmente el premio a su carrera durante la misma entrega de premios.

James Franco, al tomarse la trasmisión de los Oscar en serio pero tratándolos con gentil irrespeto (que es exactamente lo que esos premios se merecen) lo entiende totalmente. (Anne Hathaway, desafortunadamente, no lo entendió, pero igual nos gusta por haberse desnudado y excitado con Jake G.) Post-Imperio es Mark Zuckerberg mirando con impaciencia a la Imperialista Lesley Stahl en 60 Minutes y diciéndole cómo es que quienes hicieron The Social Network y la génesis de su historia (él creó Facebook porque fue rechazado por una mujer) no han entendido absolutamente nada (y así fue; tenía razón; disculpa, Imperialista Aaron Sorkin). El Imperio es quejarse porque los personajes de Freedom (2010), la gran novela de Jonathan Franzen, no son lo suficientemente “agradables”.

Por cada vocero del me-importa-una-mierda que existió durante el Imperio, como los Muhammad Ali o Andy Warhol o Norman Mailer o Bob Dylan, había docenas de Madonnas (una de las reinas del Imperio que nunca ha sido lo suficientemente real o divertida para entenderlo; todo lo interesante acerca de ella parece, en retrospectiva, terriblemente serio) y docenas de Michael Jacksons (la más emblemática víctima del Imperio, un torturado muchacho adicto a las drogas que, amargamente, nunca lo aceptó). Para alguien de mi edad (47), Keith Richards (67) en sus memorias, Life, muestra una sana y rara transparencia Post-Imperio. Para mis amigos más jóvenes, sin embargo, ya no es la excepción sino la regla. Pero nada se compara con la transparencia que Charlie Sheen ha desatado en las últimas dos semanas: abierto desprecio por la celebridad, la profesión y el orden establecido por el viejo Imperio.

Para los guardianes del Imperio, Sheen resulta peligroso y necesita ayuda porque está destruyendo (y confirmando) las ilusiones sobre la naturaleza de la celebridad. Siempre ha sido un modelo a seguir para algunos tipos de fantasía masculina. Denigrante quizás, pero ¿no lo son acaso la mayoría de las fantasías masculinas? Sheen siempre ha sido el chico malo (lo que es parte de su encanto) que atrae tanto a hombres como a mujeres. Lo que Sheen ha ejemplificado y explicitado es un momento de la cultura en el que no te importe lo que el público piense sobre vos y tu vida personal es lo que más importa, y lo que hace que la gente te quiera aún más (no tanto CBS o el creador del show que te ha hecho tan rico).

Es un tipo de narcisismo diferente al tradicional narcisismo del Imperio. Cuando apareció, Eminem fue el más importante vocero del Post-Imperio. De repente, nos encontramos a años luz del dolor autobiográfico de, digamos, Blood on the Tracks, de Dylan (uno de los momentos más elegantes y admirables del Imperio). No es que hemos cambiado de tren; lo que sucede es que hay en juego una manera diferente de expresarse, mucho más cruda, menos diluida.

En The Marshall Mathers LP, Eminem ruge de modo más transparente que Dylan en contra de la estupidez de sus propios errores, el fracaso de su matrimonio, sus adicciones y fantasías; más que cualquier artista del Imperio (y vamos a incluir aquí al Imperialista Bruce Springsteen y su gran álbum Tunnel of Love mientras lo estamos revisando) al grabar, sin temor alguno, el ficticio asesinato de su ex esposa con sus propias manos, un desafiante acto que ni Bob ni Bruce siquiera hubiesen considerado. Blood on the Tracks y Tunnel of Love tienen esa elegancia y clase que en el Post-Imperio no tiene sentido alguno. Eso no niega su poder y valor artístico. Sencillamente hemos evolucionado. Y, la verdad, está bien. Dejalo correr.

Si creés que ésta es una simple historia de problemas de drogas, te estás perdiendo lo importante del momento Charlie Sheen. Claro, eso influye, pero no está a la altura de lo que verdaderamente está pasando o por qué este particular fenómeno Charlie Sheen es tan fascinante. Conozco a drogadictos, y no son así de raros ni así de interesantes. Este momento es sobre Sheen como solista. Se trata de la bien ganada crisis de la mediana edad trasmitida a través de CNN en lugar de en la oficina de un ejecutivo de Burbank. La crisis de la mediana edad es el momento en que un hombre se da cuenta de que ya no podrá mantener la pose de lo que se espera de él.

Tom Cruise tuvo una crisis similar, a la misma edad, en el verano de 2005, pero en su caso fue manejada más amablemente (y por supuesto, nunca se lo conoció como adicto). Cruise tuvo su desajuste mientras sonreía. Básicamente, siempre ha sido el chico bueno que no puede decir “fuck you” como lo hace Sheen (ni siquiera como alguien tan inofensivo como Cee Lo). Cruise es todavía ese chico en el altar de Siracusa que cree en la glamorosa seriedad del Imperio. Y es ahí, en última instancia, donde se encuentran sus limitaciones como estrella de cine y actor.

Pero, oh no, no Sheen. Arrestos. Sobredosis accidental. Temporadas incompletas en rehabilitación. Los ojos llorosos de Martin Sheen en rueda de prensa. El maletín lleno de cocaína. El Mercedes lanzado en un barranco. El delito menor de atacar a su tercera esposa, que también fue a rehabilitación. La supuesta amenaza de Sheen de cortar la cabeza de la misma esposa, ponerla en una caja y mandársela a la suegra. Sheen fumando uno tras otro en televisión. El diálogo sin desperdicio. (Sobre los ejecutivos de CBS: “Se acuestan al lado de sus horribles esposas, frente a sus horribles hijos, y ven sus vidas perdidas”.) Las teorías conspirativas del 11 de setiembre. Dispararle en el brazo a Kelly Preston. Cogerse a las estrellas porno Ginger Lynn, Heather Hunter y Bree Olson. Comparado con Tom Cruise, Sheen ha mostrado honestamente un impresionante y refrescante despliegue de episodios de la crisis de la mediana edad. Él es así, un adicto. Tomalo o dejalo.

Es fascinante ver que alguien denuncia la solemnidad de las entrevistas a las celebridades, y Sheen lo está denunciando en toda su falsedad. Es crudo, lúcido, intenso: el más fascinante personaje vagando por la cultura. (No, viejo, no es Colin Firth o David Fincher o Bruno Mars o el súper Imperialista Tiger Woods.) No estamos acostumbrados a este tipo de entrevistas. Es casi una performance artística y nunca hemos visto nada igual, porque él, en el fondo, no está pidiendo disculpas. Es un espectáculo irresistible. Nunca hemos visto a una celebridad tan desnudamente revelada. Incluso en las evasivas de Sheen vemos una sincera travesura que hace que la rueda de prensa de mea culpa de Tiger Woods parezca algo manufacturado por Nicholas Sparks.

Cualquiera que haya soportado los falsos rigores de la celebridad (o sufrido problemas de adicción) tiene algo que ver aquí. La novedad es la siguiente: si andás trompeando a los paparazzi sos un perdedor de la vieja escuela. Si no podés aceptar el hecho de que estamos en el esplendor de la cultura del exhibicionismo y que cuando salís tropezando de un club de Sunset Boulevard a las dos de la mañana serás sorprendido por los programas humorísticos de televisión (y humillado por Harvey Levin o Chelsea Handler, princesa del Post-Imperio), entonces deberías ser agente de viajes en lugar de estrella de cine.

Que se rían de vos públicamente es parte del juego, y sos un tarado si no jugás. ¿No te vas a presentar a recoger tu premio en los Razzies por la porquería que hiciste? ¡Típico del Imperio! Aquí es donde Charlie Sheen parece más sano y divertido que cualquier otra celebridad actual. También hace mejores chistes sobre su situación que los más preocupados editorialistas o comediantes de los shows de la noche. Hay mucha bravata de chico malo, diciendo puteadas sólo para ver cómo reacciona la gente (lo cual es muy Post-Imperio), pero también hay mucho de pura transparencia, y en ese terreno, hum, Sheen está ganando.

¿Qué quiere la gente de Sheen? No estoy negando que tiene problemas de alcohol y drogas. Incluso, podría tener alguna enfermedad mental. Pero hay muchas personalidades de Hollywood que sufren los mismos problemas y los esconden muy bien, o simplemente la prensa no les presta mayor atención. Lo que nos fascina en él es el hedonismo que disfruta y la envidia que eso produce en cada hombre, mantenida en secreto ante las mujeres cercanas. (Su supuesta propensión a la violencia contra las mujeres no ha disminuido su popularidad entre las seguidoras.)

¿Realmente queremos buenos modales? ¿Civilidad? ¿Cortesía de Imperio? Carajo, no. Queremos realidad, no importa cuán loca sea. Y esto es lo que confunde al Imperio: a Sheen ya no le importa lo que pienses de él y se burla de la idea de PR. “Oigan, corbatitas, me importa una mierda.” Ése es su único mandamiento. Sheen hace explotar el mito de que con esfuerzo los hombres desarrollarán nuevamente la búsqueda adolescente del placer y de una vida sin reglas ni responsabilidades.

Hemos hecho un largo camino en las últimas dos semanas: Sheen es la nueva realidad, perra, y sólo los resentidos pueden regresar a jugar con los demás gnomos en el cementerio del Imperio. Nadie lo sabía en 1986, pero Charlie Sheen siempre fue el hermano menor y oscuro de Ferris Bueller.

(Artículo original aquí)

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* Estrenada en Uruguay como Un experto en diversión.

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