miércoles, 30 de marzo de 2011

Epopeya

Gracias a mi cansancio, el mundo se liberaba de sus nombres y se hacía grande. Para esto tengo una imagen un tanto burda de los cuatro modos de relacionarse mi Yo-Lenguaje con el mundo: en el primero, yo estoy mudo, dolorosamente excluido de los acontecimientos; en el segundo, la maraña de voces, la cháchara de fuera, pasa a mi interior, pero yo sigo estando mudo, todo lo más soy capaz de gritar; en el tercero, llega al fin a mí la vida: de un modo involuntario, frase por frase, empieza la narración, una narración dirigida a alguien determinado las más de las veces, un niño, los amigos; y luego, en el cuarto, tal como yo hasta ahora lo he experimentado del modo más persistente en la clarividencia del cansancio de entonces, el mundo, bajo el silencio, sin decir una sola palabra, se cuenta a sí mismo, a mí al igual que el vecino espectador de pelo canoso que hay aquí, a la señora estupenda de allí que pasa contoneándose; todos los acontecimientos pacíficos eran ya narración, y ésta, a diferencia de lo que ocurría en las acciones bélicas y las guerras, que primero necesitaban un cantor o un cronista, en mis ojos cansados se articulaba por sí misma en forma de epopeya; más aún, tal como a mí se me hacía evidente, en forma de epopeya ideal. Las imágenes del mundo fugaz encajaban una con otra y tomaban forma.
Peter Handke, Ensayo sobre el cansancio

Todo está en orden

N., la directora de un instituto parisino, controla mucho las ausencias. Pasa lista personalmente en sus clases de último curso. No aparta los ojos, especialmente de un reincidente al que ha amenazado con la expulsión a la próxima ausencia injustificada. Esa mañana el muchacho no está; es la gota que hace rebosar el vaso. N. llama de inmediato por teléfono, desde la secretaría, a la familia. La madre, desolada, afirma que su hijo está efectivamente enfermo, en cama, ardiendo de fiebre, y le asegura que estaba a punto de avisar al instituto. N. cuelga, satisfecha; todo está en orden. Salvo que, de regreso a su despacho, se topa con el muchacho. Sencillamente, estaba en los lavabos cuando pasó lista.

Daniel Pennac, El mal de la escuela


(Encontrado en La Máquina de Von Neumann)

martes, 29 de marzo de 2011

El día de los rostros

Mañana es el día de los rostros. Se alzarán

como polvo

y se echarán a reír.

Mañana es el día de los rostros que cayeron

en el patatal. No puedo

negar que soy culpable

de la muerte de esos brotes.

¡Soy culpable!

Mañana es el día de los rostros que llevan

mi tormento sobre la frente,

que poseen mi trabajo diario.

Mañana es el día de los rostros que bailan

como carne en el muro del cementerio

mostrándome el infierno.

¿Por qué he de ver el infierno? ¿No hay otro camino

hacia Dios?


Una voz: ¡No hay otro camino! Y ese camino

conduce a través del día de los rostros,

conduce a través del infierno.

-Thomas Bernhard

(Artículo aquí)

lunes, 28 de marzo de 2011

Cadáveres excelentes

“Una cabeza humana tiene el volumen y el peso aproximado de un pollo asado.”

Artículo aquí.

Cine huérfano

ELEONORA VALLAZZA | La Nación

En una época en la que es posible hacer películas con un teléfono móvil o a partir de imágenes tomadas de YouTube, una de las tendencias de mayor crecimiento en el mundo del cine es el found footage, también conocido como “cine de collage”, “films de montaje” o, lisa y llanamente, “cine encontrado”. Con un origen que se remonta a los años 50, la experimentación propia del found footage ha convertido los logros tecnológicos de los tiempos actuales en su panacea técnica, circunstancia que por un lado democratiza el arte de hacer películas y, por el otro, desarrolla hasta horizontes impensados el diálogo entre las obras del pasado y las osadías del presente.

La clave del found footage es el reciclaje, ya que las películas realizadas con esta técnica utilizan un material preexistente (de archivos cinematográficos o de orígenes menos nobles, como pueden ser los mercados de pulgas o los cestos de basura de las distribuidoras) para construir un discurso nuevo. Como se puede prever, en la mayoría de los casos el resultado de esa nueva obra es un hecho artístico que avanza hacia una dirección completamente distinta de la que sugerían los materiales originarios. Además, así como el origen de los materiales es diverso, también los géneros que sirven de fuente son muy distintos e incluyen noticieros, films educativos, institucionales, propagandísticos, pornográficos, amateurs, familiares y etnográficos. Por último, la variedad también llega a los soportes, que pueden ser 8mm, Súper 8, 16mm y video.

Dos argentinos –ambos realizadores, periodistas y programadores del BAFICI– son los compiladores de Cine encontrado. ¿Qué es y adónde va el found footage?, uno de los pocos libros especializados en esta cuestión. Para Leandro Listorti y Diego Trerotola, el found footage no puede ser pensado como género o subgénero dentro del cine artístico o experimental porque “su definición no depende de un adjetivo o un sustantivo, sino de un verbo, found, que evoca una acción. Esa acción es un tipo muy particular de práctica, que por sus resultados funciona como una práctica crítica”, según afirma Trerotola. Tal vez por ese espíritu, a mitad de camino entre la acción, la experimentación y la crítica, el “cine encontrado” se vincula de manera directa con las creaciones de los vanguardistas de entreguerras del siglo XX, como los collages dadaístas o los ready made.

La intención de los compiladores no fue la de realizar una lectura histórica del found footage sino la de ofrecer un panorama amplio que incluyera distintas miradas sobre el fenómeno. Para eso, convocaron a realizadores y teóricos, muchos de los cuales participaron de un ciclo especial que la última edición del BAFICI le dedicó a esta tendencia. Curiosamente, a pesar de la variedad de registros y opiniones que aparecen en el libro, la mayoría de los artistas involucrados parecen coincidir en que hacer y pensar el cine found footage son actividades conjuntas que se retroalimentan, y una no se da sin la otra.

En un plano temporal y filosófico, resulta imposible comprender este cine fuera del marco de la posmodernidad; por eso puede afirmarse que esta práctica se pone de manifiesto por primera vez en 1958 con el realizador estadounidense Bruce Conner y su A Movie by Bruce Conner, con la que de un plumazo reflexiona sobre el lenguaje cinematográfico y construye una nueva teoría sobre la creación artística. En ese film, Conner abre con una mujer desvistiéndose, en una imagen que proviene de una película softcore, para luego mostrar fragmentos de un documental bélico. Poco después, el periscopio de un submarino se mueve de tal manera que sugiere, gracias al corte con el que termina la toma, que el operador del periscopio está mirando una película con desnudos de Marilyn Monroe. Así, Conner reunió indiscriminadamente el sexo y la violencia como los ejes del mundo audiovisual contemporáneo. Al mismo tiempo, provoca que el concepto de autoría entre en crisis, ya que el director realiza una película sin filmar y, en la secuencia de créditos, presenta una y otra vez su propio nombre y las palabras “El Fin”, junto con la ya citada mujer y su inusual striptease.

El camino iniciado por Bruce Conner se enriqueció y complejizó desde finales de los años 60 con el trabajo de Gustav Deutsch, Jonas Mekas, David Rimmer, Yervant Gianikian y Angela Ricci Lucchi, Craig Baldwin y Ken Jacobs, entre otros. Cada uno de ellos representa diferentes tendencias dentro de este cine, según el soporte material de las películas encontradas. Una de esas tendencias es la “maderista”, cuyo objetivo es la manipulación del material fílmico, que en ocasiones llega a la destrucción del propio celuloide. En esa línea, el realizador Eugeni Bonet denomina “cine métrico” a la tendencia del cine experimental que interviene la textura original para que ostente su calidad de superficie y exponga la trama fílmica.

Por otro lado, otra tendencia con gran desarrollo es la que Bonet denomina compilation film o película collage. Aquí, las técnicas de montaje o desmontaje se unen para alterar, corregir o analizar la película encontrada. El compilation film aprovecha las posibilidades de las nuevas tecnologías y se desarrolla tanto en películas en soporte fílmico como en video analógico y digital. Estas películas collage se corresponden con una intencionalidad artística más conceptual, que muchas veces se transforma en un vehículo para expresar la mirada política de los realizadores sobre alguna temática en particular.

De todas maneras, como afirman Trerotola y Listorti, estas tendencias no son puristas o irreconciliables. Y tampoco son las únicas. Un ejemplo son las “películas huérfanas”, tema en el que se explaya Paula Félix-Didier, directora del Museo del Cine de la Ciudad de Buenos Aires, en el volumen compilado por Trerotola y Listorti . El “cine huérfano” es un “metraje encontrado” que proviene de espacios ajenos al archivo institucional. En los años 90 se comenzó a utilizar el término “huérfanos” para aquellos films que por diversos motivos quedan afuera de los programas de rescate y restauración, pero que por esa misma razón tienen mucho que decir acerca de la preservación de la memoria audiovisual no oficial. En Estados Unidos, estas películas son las protagonistas del festival Orphans, en el que diferentes personas e instituciones acuden con metrajes encontrados que son exhibidos para luego reflexionar sobre su origen posible.

Esta práctica cinematográfica ya ha ganado importancia en la programación de los encuentros y ciclos de cine, y en Estados Unidos ya tiene su propio festival (Found Footage Festival, www.foundfootagefest.com), que exhibe trabajos realizados exclusivamente en video. En nuestro país, los principales referentes son Gustavo Galuppo (más vinculado al mundo del video arte, autor de Yo, Duras y Fedra o la desesperación) y Pablo Marín (experto en metraje fílmico, creador de Blocking). En opinión de Trerotola y Listorti, la principal razón del auge de esta práctica es la actual circulación de las imágenes, cuya manipulación está al alcance de la mano de cualquier usuario de teléfono celular.

Signo de los tiempos o cine del futuro, el found footage es otro ejemplo de la democratización del arte. En su porvenir habitan las claves de una evolución empeñada en cruzar límites.

sábado, 26 de marzo de 2011

Belleza del dios herido

Por Pedro Almodóvar

¡Hay tantos motivos para amar y admirar a Elizabeth Taylor! Desde pequeño me obsesionó su interpretación de Maggie en La gata sobre el tejado de zinc de Richard Brooks. La mezquindad dentro del seno familiar, el patriarcado aplastante (mi abuelo y mi padre eran gordos y autoritarios como Burl Ives, como corresponde con un buen manchego), el matriarcado conciliador (ese eterno comulgar con ruedas de molino de Judith Anderson, la madre de la familia), la belleza del dios herido, que llora tanto como bebe por la muerte del amigo del alma (que yo ya en mi infancia intuía que también era amigo del cuerpo) y, por encima de todos ellos, Maggie, Elizabeth Taylor, vulgar, generosa, apasionada (en alguna versión de esta obra que nunca hice, la veía siempre seguida por una cama como si la cama fuera un perro que no quiere separase de su ama), valiente, terráquea y bellísima. La actriz a la que mejor le ha sentado la combinación, que me perdone Kim Basinger.

La obra de T. Williams, aunque inspirada por una cultura que está a miles de kilómetros de Calzada de Calatrava, me parecía que hablaba de mis paisanos y de mí. De las familias que vivían en mi misma calle de niño. Un niño que soñaba encarnarse en ese breve espacio que habría entre los cuerpos de Maggie y Nick, después de la reconciliación final.

Muchas de las cualidades de este personaje emblemático las poseía la actriz a un nivel exponencial. En un momento en que las estrellas viven blindadas, Elizabeth Taylor vivió la historia de amor más llamativa y ruidosa, y la que más cantidad de paparazzi congregara a su alrededor, con Richard Burton, el actor con el que se casó dos veces, pero se peleó muchas más, sin cortarse en mostrar su pasión y sus excesos. La espontaneidad de la pareja más famosa del mundo me ha parecido siempre ejemplar.

Elizabeth Taylor fue una de las mejores actrices de su época, pero sin duda fue la más solidaria con los galanes homosexuales con los que protagonizó películas históricas. Tal vez sea un tópico melodramático, por mi parte, pero me conmueven su amistad y fidelidad con Montgomery Clift, Rock Hudson y James Dean. Pero seguro que hubo muchos gays en su vida, hasta que fundara AMFAR y empleara todos sus esfuerzos y el poder de su inmensa fama en favor de las víctimas de la última plaga del siglo pasado, el sida.

La adoré en muchas de sus películas, pienso ahora en la muy vulgar mujer de Brando en Reflejos de tus ojos dorados, dirigida por John Huston. La injustamente ingresada en un psiquiátrico en De repente en el verano, también basada en la obra de Tennessee Williams, una obra superada por el tiempo, pero que en la película de Mankiewicz mantiene su poderío con las interpretaciones de un trío insuperable, el formado por Kate Hepburn, Lyz Taylor y Montgomery Clift. Por supuesto, la gritona Martha de ¿Quién le teme a Virginia Woolf?. Me gusta incluso en películas no tan buenas, su oscarizada Una Venus en visón, de Daniel Mann, o Boom!, de Joseph Losey […], basada esta vez en la obra de Williams The Milk Train Doesn’t Stop Here Anymore, en plenos años 70, donde Taylor se convierte, a través de una mirada contemporánea, en un auténtico ícono de la moda. Los modelos que luce con un desparpajo marca de la casa son inenarrables.

Hubo Liz Taylor para todos los gustos, desde los más exquisitos, hasta los más kitsch.

Yo los disfruté todos.

-El Mundo

viernes, 25 de marzo de 2011

País productivo

Una anécdota de ayer. Me encuentro con “El Rubio” –un tipo joven y emprendedor, talentoso en lo suyo y, sobre todo, honesto laburante– que me cuenta, algo apesadumbrado, un incidente que padeció recientemente.

Hace unos años “El Rubio” abrió con unos amigos una empresa que brinda servicios de posproducción audiovisual. Nada ostentoso. Una oficina, unas computadoras y mucha imaginación. Como trabaja bien, ha logrado hacerse un nombre en el minúsculo ambiente de las productoras asociadas a los canales de televisión.

Una de ellas, a la que llamaremos Kagadora, le pidió a principios de año un boceto para una serie de micros. La serie sería emitida por uno de los tres canales privados, con el cual Kagadora está íntimamente relacionada, no sólo por vínculos contractuales sino también familiares. “El Rubio” les mandó unas ideas y el presupuesto correspondiente.

Pasó un par de meses sin novedades. Unas semanas atrás, “El Rubio” se encuentra en la pantalla de su televisor con algunos de los micros, literalmente tomados de aquellas ideas que había enviado meses atrás. Llama a Kagadora, habla con la persona que le había pedido el presupuesto y se da aproximadamente el siguiente diálogo:

EL RUBIO: Oíme, ¿qué pasó? Acabo de ver que hicieron los micros...

KAGADORA: Ah, sí, ¿viste?

EL RUBIO: ¿Me estás jodiendo? ¡Son iguales a los que yo te pasé!

KAGADORA: No. Iguales iguales, no.

EL RUBIO: ¿Cómo que no? Ahí está el texto, el croma, los locutores, la música… ¡Hasta la duración es la misma!

KAGADORA: …

EL RUBIO: ¡Holá!... ¿Tás ahí?

KAGADORA: Sí.

EL RUBIO: ¿Y no me vas a explicar nada?

KAGADORA: Mirá, la posta es… Bueno, que nos gustó la idea que nos mandaste pero no teníamos el presupuesto que pedías. Así que tratamos de hacerla con la gente del Canal lo más diferente posible…

EL RUBIO: Pero… ¡les salió para el ojete hacerla diferente! ¡La hicieron igualita!

KAGADORA: … y creo que nos hemos portado bien con vos. Así que estamos a mano, ¿no te parece?

EL RUBIO: …

KAGADORA: ¿Holá?

EL RUBIO: No puedo creer que me digas eso. ¿A mano de qué? ¿Qué favor me hicieron ustedes?

KAGADORA: ¡Que te hemos dado trabajo! ¡Y que has ingresado al Canal gracias a nosotros!

EL RUBIO: Pará un poquito. Eso no es dar una mano. Ustedes me han pedido cosas, yo se las hice bien, y como se las hice bien me han pedido más. Y no los mato con los costos.

KAGADORA: Vos lo dijiste: te hemos pedido más.

EL RUBIO: Sí, claro, pero es un trato comercial, profesional, que nos sirve a las dos partes. ¡No es dar una mano!

KAGADORA: Bueno, esta vez no pudo ser, la próxima tal vez sí. Y ahora disculpame que se me enfría el café con leche. Chau, chau.

“El Rubio” está pensando qué hacer. Consultó el caso con un abogado. Tal vez entable un juicio, pero sabe que si hace eso no podrá volver a entrar al Canal ni camuflado de maceta. Y, por transitiva, o por la omertá común a esos monopolios ancestrales, sea el gobierno que sea, tampoco encontrará trabajo en los demás Canales.

Lo más probable es que se trague la calentura y, en próximas ocasiones, sea más sinuoso, más precavido, más desconfiado, más cínico, más ventajero. Entonces el Uruguay habrá ganado a otro de sus especímenes típicos.

jueves, 24 de marzo de 2011

El voto que el chanta pronuncia

LEONARDO HABERKORN | El Informante

El presidente del BPS, Ernesto Murro, está muy enojado. Casi podría decirse que está furioso con quienes impulsan la candidatura de Homero Simpson al directorio del banco en representación de los trabajadores.

Parece chiste, pero es en serio.

La elección es el domingo. El PIT-CNT decidió presentar un candidato único: Ariel Ferrari, un ex dirigente sindical.

Ferrari tiene el triunfo asegurado porque no tiene rival. Lo pudo haber tenido, si lo hubiera presentado cualquier sindicato con personería jurídica. Pero ningún gremio se interesó en competir contra la central de trabajadores. También lo pudo haber presentado cualquier grupo de ciudadanos, siempre y cuando consiguieran 7.160 firmas, una cantidad desmesurada si el interés real fuera facilitar la multiplicidad de opciones y no otorgarle en bandeja el cargo al PIT-CNT. Pero, que se sepa, nadie se mostró interesado en juntar las firmas.

De un modo u otro, ya no hay alternativa. Es Ferrari o nada. Ferrari o votar en blanco. Ferrari o anular el voto. Ferrari o poner, a modo de protesta, la papeleta con la cara de Homero Simpson.

Murro no debería estar nervioso: su candidato, Ferrari, ya ganó.

Sin embargo, está muy enojado. Acusó a los “partidarios” de Homero de responder a intereses misteriosos, posiblemente antidemocráticos y desestabilizadores. Dijo que están boicoteando la democracia en pro de oscuros intereses económicos.

¿Será que en el fondo todo esto es una cuestión de plata?

En febrero se cerraron las posibilidades de inscribir candidatos. Allí quedó claro que Ferrari no tendría competencia. Sin embargo, el 2 de marzo, cuando ya se sabía que entre trabajadores y empresarios no habría lucha electoral, el directorio del BPS decidió destinar 500.000 pesos uruguayos de estímulo a las listas que se presentan en las elecciones. La decisión se fundamentó resaltando que “se estima pertinente brindar el apoyo al acto eleccionario a través de una contribución económica a las diferentes opciones electorales”.

¿Cuál es el sentido de apoyar económicamente a candidatos que, como Ferrari, no tienen ningún rival al cual enfrentarse?

Al ridículo de obligar a la ciudadanía a votar en una elección de candidato único, se le suma ahora el bochorno de gastar el dinero siempre escaso del Estado en financiar una campaña de alguien versus la nada.

Por cada voto que reciba el señor Ferrari, el PIT-CNT embolsará 0,70 pesos. Si 300.000 personas votan al candidato único del PIT-CNT, el Estado transferirá 210.000 pesos a la central obrera a cambio de su esfuerzo en una campaña electoral inexistente.

Mientras en los diarios se publican todos los días noticias de escuelas que son desalojadas por problemas edilicios, mientras el INAU "construye" una nueva cárcel para alojar a los menores infractores dentro de contenedores, mientras se informa que tan solo dos juzgados no dan abasto para luchar contra el crimen organizado, hay dinero para alimentar una farsa electoral de candidato único.

Un voto a Homero significa un ahorro para el Estado.

Un voto a Homero es dinero que deja de ir al PIT-CNT.

¿Será por eso que Murro se enoja tanto?

***

N. de R. 1: El título es nuestro, no de Haberkorn.

N. de R. 2: En la web hemos encontrado una opción aún mejor que nos obliga a cantar nuestro voto. Será éste:

9 vidas


La asociación francesa AIDES, que trabaja en la prevención del sida y en la promoción del uso del preservativo, ha lanzado esta campaña protagonizada por el gato Smutley, un fiestero empedernido que recuerda al otro promiscuo de Fritz the Cat. Llama la atención, en la leyenda final, que los gatos franceses cuentan con dos vidas más de los que conocemos por aquí. Bien por ellos.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Martillo de hielo

LAURA FERNÁNDEZ | El Mundo

Hubo una época en la que la literatura rusa fue brutalmente sutil. Hoy es descaradamente brutal. Tan brutal como los martillos de hielo que aplastan corazones de vegetarianos rubios en El hielo (Alfaguara), la nueva novela del rabiosamente posmoderno (y en perpetua guerra contra el realismo social) Vladimir Sorokin, el tipo que cree que Rusia está volviendo a la Edad Media y que se está armando (a base de literatura) contra ello. Prohibido y apartado de las librerías en su país (hasta el punto de que tuvo que publicar sus primeros libros en Alemania y Francia), Sorokin sigue viviendo a las afueras de Moscú y demostrando, a cada nueva fábula macabra, que otra literatura rusa es posible.

Pero, ¿qué es lo que está pasando en El hielo? Para empezar, El hielo es un thriller de los que corta el aliento. A cada nueva frase, un fogonazo. Arranca con una escalofriante escena en la que un montón de tipos están intentando que un corazón les diga algo. Previamente han abierto en canal a su propietario y luego han empezado a preguntarle (no a él, sino a su corazón) cómo se llama. Obviamente, el corazón no responde y el chico, un chico rubio de ojos azules, pasa a engrosar la lista de los supuestos 23.000 hermanos perdidos que el montón de tipos (integrantes de un misterioso grupo obsesionado con un meteorito) están tratando de encontrar y, sí, destripar.

¿Y cómo piensan hacerlo? Con martillos helados. Mejor dicho, con martillos fabricados con los restos del extraño meteorito que cayó en Tugunska en 1908. Tienen la macabra teoría de que sus hermanos (esos 23.000 desaparecidos) podrán renacer (tras el intento de destripe) si sus corazones arrancados consiguen pronunciar las palabras del hielo. Su intención es despertarlos, aseguran que han estado dormidos todo ese tiempo y que ellos van a liberarlos de su sueño (o pesadilla). Pero, ¿quiénes son ellos? He aquí el misterio que compone en su nueva novela Sorokin, el único autor ruso vivo al que se le puede considerar un clásico.

Un clásico polémico. Nacido en 1955, en un pequeño pueblo cercano a Moscú, Sorokin nunca prestó demasiada atención a las clases, pero encontró desde el principio en el arte (y, en especial, en los libros), una vía de escape que aún hoy le ayuda a sobrellevar su mala relación con el mundo real. Con menos de 20 años ya formaba parte de los grupos que abogaban por una literatura posmoderna, liberada de todos los clichés y las ataduras. Se estrenó a mediados de los 80 con una versión soviética de Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Un relato sobre un par de compradores que esperaban en la calle la oportunidad de hacerse con un par de tejanos en una larguísima cola. Fue publicado en París. Porque en Rusia su literatura no entraría hasta 1989, en plena perestroika.

Pintor antes que escritor, Sorokin escribe como quien dispara. Utiliza frases cortas y afiladas, y deconstruye la narración de manera que casi se diría que forma un puzzle por montar, que el lector se verá impelido a completar. A medio camino entre la épica vikinga (el asunto de los martillos, la vieja historia del meteorito y sobre todo, la obsesión por los rubios y la brutalidad del arranque de corazones) y la novela negra (y siniestra) posmoderna, el ganador del Booker Popular, que fue tachado de pornógrafo y perseguido por el Gobierno ruso tras la publicación de Manteca de cerdo azul (en 1999), sigue en pie de guerra. Por más que los jóvenes (que algunos jóvenes, los que integran el movimiento juvenil Nashi) destruyeran sus libros frente al teatro Bolshói echándolos a un improvisado retrete.

lunes, 21 de marzo de 2011

Por una contra-historia del rock

La página chilena Luchalibro publica una interesantísima entrevista al argentino Pablo Schanton, veterano de la crítica de rock forjado en una época en que ese sub-género periodístico tenía una temperatura y una creatividad que hoy añoramos.

Algunas consideraciones citables:

- Creo que la aparición, a fines de los ´90, del periodismo de rock de franchising (Inrockuptibles, Rolling Stone) cerró una etapa del periodismo alternativo de rock en Argentina y abrió otra, la de los blogs.

- Noto algo: así como existe una obsesión con eso de “hacer buenas canciones”, ahora en el paisaje post-franchising, todos quieren escribir “bien”. Esa corrección periodística es anti-rockera: lean a Lester Bangs.

- Una anécdota: hace poco llamé a un gran periodista argentino de rock para que hiciera la crítica del nuevo disco de La Renga. Y se negó, porque había decidido desde hace 10 años no hacer más reviews, es decir, no juzgar más. Por otra parte, la mayoría de los periodistas sólo quieren hacer críticas positivas, consagrar, ver su firma junto al nombre de su banda favorita.

- Existe una “experiencia argentina del rock”, de la que “Peter Capusotto y sus videos” es una parodia (la parte de los sketches) y una celebración (la parte “Y sus videos”). Debemos estimular un contexto de re-interpretación, si no el periodismo local refleja automáticamente lo que ya elige Pitchfork.

- (A)lguna vez hablé de “Yahoornalism”, ese periodismo que cree decir algo cuando cuenta la historia de una banda y su discografía, cosa que ya está en Internet: hay que hacer periodismo a contrapelo de Google, decir lo que ahí no está, en eso radica la diferencia entre reflejar data ajena y reflexionar sobre cómo debemos ver el rock desde acá.

- (En Argentina) la mayoría de los periodistas se perdieron las dos culturas que superaron al rock en todos los aspectos en los ’90, el Hip Hop y el House, y sólo se digirió el grunge y el brit pop porque todavía las formaciones y las sonoridades eran reconocibles. El llamado “Techno Rock” (Chemical Bros, Prodigy, NIN) y el Rap blanco (Beastie, Eminem, cierto Beck) fueron los únicos puntos de fusión que se soportaron y hasta ahí. El periodismo de rock se volvió patadura: le falta cuerpo, el que se pone en el baile, el que se siente el groove.

Pero tal vez lo más destacable de la entrevista esté en las consideraciones sobre el crítico Simon Reynolds, cuyo libro Después del rock acaba de ser editado en Buenos Aires por la editorial Caja Negra. La selección de textos ha estado a cargo del propio Schanton, quien subraya:

El objetivo era que la antología se basara en los textos más teóricos y menos periodísticos y coyunturales (al contrario del compilado brasileño, más orientado a los reportajes, las reseñas y los perfiles de bandas o solistas). Al mismo tiempo, recuperé viejos manifiestos que recordaba haber leído en Melody Maker, como “La revuelta en el estilo”. En lo personal, fue como cerrar una etapa, hacer justicia con un discurso que leí en tiempo real, desde mis suscripciones a Melody Maker y The Wire a Blissblog. La de Reynolds fue como una voz constante que me acompañó durante mi entrada a la escritura sobre rock y al periodismo.

Los textos sueltos que hemos leído de Reynolds (por ejemplo, acá y acá) nos hacen desear tener ese libro en nuestras manos lo antes posible. Y un acicate extra está, en particular, en esta observación:

Esas listas tituladas “Los mejores discos del rock de la Historia” sirven como iniciación para cada nueva generación que se suma al rock, y fueron consagrando a los obvios (Beatles, Rolling) y a otros por ahí no reconocidos del todo en su momento como Velvet [Underground], Van Morrison, Neil Young y Stooges.

Reynolds armó otro canon del rock y, a partir de ahí, hizo revisionismo histórico, especialmente en el libro que escribió con su esposa, Joy Press, The Sex Revolts (94). ¿Qué (Otra) historia se cuenta si uno pone a Tim Buckley por encima de Bob Dylan; a Stooges sobre Velvet; a The Sweet sobre T Rex; a Sex Pistols sobre The Clash; a My Bloody Valentine sobre U2; a Ian Dury sobre Elvis Costello; a The Young Gods sobre R.E.M.; a Scritti Politti sobre The Jam; a Brian Eno sobre Bruce Springsteen; a Kate Bush sobre Madonna; a Prince sobre Michael Jackson; a Kraftwerk sobre Los Beatles; a John Martyn sobre David Bowie; a Gang of Four sobre The Police; a Vampire Weekend sobre Arcade Fire? Reynolds intentó contar esa “otra” Historia a su manera, con sus herramientas.

domingo, 20 de marzo de 2011

Radiografía

El periodista Marcelo Figueredo acaba de publicar el libro Uruguay: 200 años, 200 preguntas (ed. Aguilar). Uno de los entrevistados es el investigador Aldo Mazzucchelli, autor de La mejor de las fieras humanas, biografía de Julio Herrera y Reissig.

Ante la pregunta: ¿Cómo se lleva el Uruguay de hoy con la obsesión por la excelencia que caracterizó a Julio Herrera y Reissig (...)?, Mazzucchelli responde:

Esquivar, olvidar los errores propios, solidarizarse con el que hace algo mal, sacarle el culo a la jeringa, no evaluar, no dejarse evaluar, mentir en las categorías que se exhiben como trabajo hecho, maquillar cifras, inflar los curriculum de hazañas irrisorias, engañosas, o directamente falsas; hacer como que se trabaja, poner la seguridad por encima de todo, cuestionar en privado y ser sumiso en público; malentender la laicidad como la práctica de no discutir lo importante, lo que conduce a una hipocresía existencial y estructural; hacer lo mínimo, contentarse con planes y proyectos, no cumplir los compromisos asumidos de buena fe siempre que sean lo suficientemente abstractos como para ser inevaluables; dejarse estar, compararse con los peores; buscar el aplauso de lo mediocre; hacerse amigo de lo mediocre para que lo aplaudan a uno; elogiar a cambio de elogios; negociar el alma; confundir los valores; soñar por un segundo que Arévalo está a la altura de Forlán, o incluso que es mejor; premiar la humildad como si fuese suficiente; negarse a estándares mundiales; tenerse lástima; buscar siempre culpables para tranquilizarse; cultivar el victimismo; recurrir a creencias viejas y conocidas para rechazar cualquier crítica incómoda; acolchonarse en un igualitarismo estéril; jugar al empate; no comprometerse; no jugarse; inventar justificaciones para no jugarse; creer que todo es relativo cuando se trata de mi, y ser el más ultra de los ultras al juzgar al otro; hacer como que se concursa; hacer como que se compite; hacer como que se gana; hacer como que se pierde; simular conocimientos que no se tienen; payar; actuar como un genio a los 25 años; no tener interés por los hechos; rechazar lo que no se conoce; ser recalcitrante, municipal, barrial; emitir juicios solo válidos para el fondo de mi casa; proponer para otros lo que no se desea para uno.

viernes, 18 de marzo de 2011

Las maravillas de Paradjanov

Fotograma de Sayat Nova

Paradjanov sólo acabó cuatro largometrajes. Bastaron para mostrar la mirada única de un cineasta singular en la historia del cine. Singular, así lo definió Tarkovski en una carta muy especial. En 1968, Paradjanov acabó su segundo largometraje, Sayat Nova, una película sobre el gran poeta armenio Harutyun Sayatyan, conocido como Sayat Nova, el Rey de las Canciones. Los jerarcas de la burocracia soviética encargados de velar por la ortodoxia cinematográfica no podían creer lo que veían ni entender cómo pudieron rodar eso, quién había autorizado semejante producción, quién había aprobado el guión dos años antes. Eran malos tiempos para la lírica: 1968, los tanques soviéticos aplastando la Primavera de Praga, ¿recordáis?

Praga, agosto de 1968. Fotografía de Josef Koudelka

Los jerarcas soviéticos vieron mal el erotismo, la sensualidad, que desprendía Sayat Nova; veían demasiado misticismo, y lo que era peor, nada, pero nada nada, de ideología. Y también detectaron el mayor crimen en un artista soviético: el formalismo, o sea, la excesiva preocupación por las formas, cinematográficas en el caso de Sayat Nova. Conminaron al cineasta a remontar la película, su película -la había escrito, se había ocupado de la dirección artística, la había dirigido y la había montado-. Paradjanov se negó a mutilar su obra.

Sergei Paradjanov

Entonces le ordenaron a otro cineasta, Sergei Yutkevich, que la remontara. Obedeció. Cortó todas aquellas escenas que molestaban más, la película quedó reducida a setenta minutos de metraje y la retitularon como El color de la granada. Pero no se olvidaron de Paradjanov y en 1973 lo acusaron de... veamos: homosexualidad, pornografía, tráfico de arte, especulación monetaria, incitación al suicidio -tal cual-, tendencia al surrealismo -como suena- y... ¿os lo imagináis? Efectivamente, formalismo.

Andrei Tarkovski y Sergei Paradjanov

Tres días antes de que fuera sentenciado, Andrei Tarkovski, uno de sus mejores amigos y compañero de estudios en la VGIK, la Escuela de Cine de Moscú, le escribió una carta al Comité Central del PC de Ucrania en la que señalaba la grandeza artística de Paradjanov: Es culpable, culpable de su singularidad. Nosotros somos culpables de no pensar en él a diario y de no entender de forma cabal el significado de la palabra maestro. Paradjanov fue condenado a cinco años de prisión en un penal de máxima seguridad en Siberia. Cineastas como Godard, Truffaut, Fellini, Buñuel, Antonioni... firmaron peticiones de libertad y se hicieron oír. Sin éxito. Paradjanov sólo fue excarcelado en 1977. Pero le tenían ganas y se ensañaron con él: volvieron a detenerlo en 1982 y se pasó otro año en la cárcel.


Paradjanov, un cineasta singular, sin duda, y quizá el menos conocido de los cineastas de la era soviética. Desde luego fue el último que uno descubrió cuando el artista llevaba ya catorce años muerto. Se lo debo a Serge Daney; la recopilación de sus escritos, El cine, arte del presente, se cierra con transcripción de sus palabras un martes, 5 de mayo de 1992, casi dos años después de la muerte de Paradjanov, cuando presentaba el nº 2 de la revista Trafic. Daney tenía sida y era consciente de que tenía los días contados, murió el 12 de julio, apenas cinco semanas después. Aquellas palabras suyas pueden considerarse su testamento, el testamento de un cinéfilo:

Nunca pude comprender cómo la gente puede ver películas sin hablar de ellas. (...) La cinefilia no consiste en ver películas solo, en la penumbra (...) -eso no es más que un aspecto de la cuestión- sino que consiste en no hablar durante hora y media, estar obligado a escuchar, a mirar, y durante la hora y media siguiente recuperar el tiempo perdido. Y si no hay nadie para hablar, uno se pone a escribir, lo que sigue siendo una forma de hablar (...) si nadie habla, nadie ve, pues sólo podemos ver bien las cosas cuando somos capaces de decirlas, de hacerlas volver por las palabras (...) Me digo que no tendría el placer de volver a ver un filme tal como es y tal como lo había olvidado si -durante todos estos años en que no lo había visto- no hubiera al menos hablado de él. Entre lo que se alucina, lo que se quiere ver, lo que se ve realmente y lo que no se ve, el 'juego' es infinito: es ahí donde tocamos la parte más íntima del cine.

Serge Daney

Creo que nunca nadie explicó mejor la cinefilia y, de paso, las razones -íntimas- de esta escuela. Pero a lo que vamos, aquel día Serge Daney habló de Paradjanov, hizo volver con sus palabras Sayat Nova y recordó la experiencia que representa verla, algo así como si alguien hubiera viajado en el tiempo y hubiera colocado la cámara en un mercado de Ereván en la Edad Media...

Paradjanov reconstruye la hipótesis de una imagen de la que se pudiera decir: ésta data de mucho antes del cine. Constituye una suerte de intrusión imaginaria milagrosa en un mundo que existió y al que jamás tendremos acceso. (...) Si hubiera habido cine en la Edad Media, esto [Sayat Nova] hubiese sido "La llegada del tren a la Ciotat" para ellos y para nosotros. He aquí la verdadera inocencia. (...) Llegamos así como a tocar una suerte de equivalencia de un mundo sin el cine, de un mundo de la Edad Media.

Fotograma de Sayat Nova

Dicho de otra forma -aunque no haga falta-, Sayat Nova representa las antípodas del 'cine histórico'; no es como si fuera el primer filme sobre la Edad Media, sino que es el primer filme en la Edad Media. Ahí radica lo sublime de la película de Paradjanov. Pero aún tuve que aguardar más de cinco años a comprobarlo cuando se editaron en dvd sus cuatro largometrajes.


Si escribo Paradjanov es porque así lo vi escrito en el texto -oral- de Serge Daney. En otros lugares aparece también como Parajanov. Era hijo de padres armenios y nació en 1924 en Tiblisi, la actual capital de Georgia, en la ruta de la seda; murió en Ereván, la actual capital de Armenia, en 1990. Su nombre, transcrito en nuestro alfabeto, en armenio se escribe Sargis Hovsepi Parajanyan; en ruso, Sergei Paradzhánov. En 1945 ingresa en la Escuela de Cine de Moscú y Dovjenko fue uno de sus profesores. Pero siempre estuvo convencido de que el cineasta nace, no se estudia para ser cineasta. Hay que nacer con eso y tenerlo desde el vientre de tu madre. Tres años después fue sentenciado a cinco años de cárcel por relaciones homosexuales aunque lo soltaron después de tres meses. Se casó con Nigyar Kerimova que fue asesinada por sus familiares musulmanes por haberse convertido a la religión ortodoxa para casarse con Paradjanov. El cineasta se trasladó a Kiev, en Ucrania, hizo ocho películas documentales y de ficción, de las que acabará renegando, se casó con Svetlana Ivanivna Shcherbatiuk con la que tuvo un hijo, Suran, en 1958. Pero, por así decir, la voz del cineasta no despierta y no cuaja su mirada única hasta que contempla La infancia de Iván (1962), la opera prima de Tarkovski; la película de su amigo supone una revelación y el detonante del genio de Paradjanov.

Fotograma de Sombras de nuestros ancestros olvidados
(la mujer amada -como los ancestros olvidados-
regresa de la muerte para vernos)

Su primer largometraje, Tini zabutij predkiv (Sombras de nuestros ancestros olvidados, 1964), titulado en la edición en dvd Los corceles de fuego, es una película deslumbrante que cuenta una historia de amor trágico en las montañas de los Cárpatos, hablada en dialecto hutsul, conjugando la etnografía y el cuento popular en un universo fronterizo con lo mágico, enhebrando tomas largas en movimiento mediante una cámara en mano desencadenada, que destilan imágenes cargadas de subjetividad que por momentos cobran visos surreales, interrumpidas a veces por planos fijos de formas rituales primorosamente compuestas con texturas del mundo mineral y vegetal -rocas, líquenes, tocones...-, a modo de pillow shots.

Fotograma de Sombras de nuestros ancestros olvidados
(la escena de la boda)

Paradjanov deviene un juglar que despliega una cámara insomne con desplazamientos febriles, como en las escena de la feria, y angulaciones expresivas y sorprendentes, como en el seguimiento de las deambulaciones de los personajes, y trasciende los engarces narrativos a través de planos de gran riqueza plástica y de una urdimbre de voces y cantos populares, que desprenden un aire de ensueño y una cautivadora sensualidad a la hora de plasmar los desgarros emocionales y los arrebatos fulgurantes, como en la escena de la siega de un prado florido que merecería un lugar de honor en la entrada de la guadaña y que -no tengo perdón- olvidé, o la escena del almiar.

Fotograma de Sombras de nuestros ancestros olvidados
(la fiesta ritual)

En Sombras de nuestros ancestros olvidados, encontramos ya algunas claves de la poética del cineasta: la fervorosa aprehensión de la belleza del mundo, tal como entendía el cine Paradjanov, y el aroma de los relatos maravillosos. Una poética en la encrucijada de la vanguardia y del retorno a los orígenes del cine, que cuajará sus formas más acabadas en la siguiente película Sayat Nova (1968).

Fotograma de Sayat Nova

Sayat Nova, que acabó titulándose El color de la granada, aun mutilada, es una obra única, inclasificable, una experiencia inédita. La cámara se queda quieta, no hay diálogos, sólo escuchamos fragmentos de los poemas de Sayat Nova, música y cantos armenios, y un tejido sonoro que dota de espesor a los planos casi siempre estáticos y frontales, salvo algunos cenitales, concebidos como retablos vivientes en los que se privilegia la falta de profundidad;




como lienzos o páginas de un libro iluminado, o mejor, como tapices o esas alfombras que Paradjanov prodiga en sus películas,


donde se tejen colores y texturas, objetos y materias, de cuerpos y gestos con una disposición precisa que difumina la frontera entre lo simbólico y lo etnográfico, en una combinación embriagadora que convoca para su disfrute los cinco sentidos.




En estos fotogramas de Sayat Nova condenso la secuencia
del rescate de los libros, tras una inundación
resuelta de forma elíptica mediante el sonido,
y, puestos a secar en el tejado del templo,
el niño descubre la belleza de las palabras
y las imágenes de los libros miniados

Un mundo sensorial que aflora a partir de la cultura material -e inmaterial- armenia y que Paradjanov describió como una serie de miniaturas persas. Un delirio visual con resonancias poéticas que conjuga lo sublime y lo popular, eros y tánatos, la carne y la mística, el rojo y el negro... Sayat Nova representa una celebración lujuriosa de la belleza del mundo.




La voluptuosidad de las miniaturas que componen el tejido visual de Sayat Nova conjugan lo sensual y lo ascético en una rara alquimia que alcanza hondas resonancias en la relación del joven poeta con su amada, a los que encarna la misma actriz, Sofiko Chiaureli, la musa de Paradjanov,





una decisión que le permite al cineasta llegar al corazón del tema a través de la propia materia fílmica: la identidad de los cuerpos y la unidad de las almas a través de la vía amorosa, los amantes se buscan y cada uno se encuentra a sí mismo, descubriendo su rostro en el otro. En el cine de Paradjanov, los personajes no se libran jamás de una experiencia así: hasta el fin de los tiempos, deben llevar a cuestas el amor que vivieron en el pasado, que siempre vuelve como un sueño o una visión recurrente.


Es muy probable que la forma -la tapicería- del filme tenga mucho que ver con los escasos medios de que dispuso el cineasta para rodarlo. Cuando Paradjanov volvió a la tierra de sus ancestros, experimentó una honda impresión. Se inspiró en la Edad Media armenia y concibió la idea de hacer una película sobre Sayat Nova, un poeta del siglo XVIII que era, y aún es, un poeta popular, sus poemas son conocidos y sus canciones se cantan en bodas y cuchipandas.

En el fotograma de arriba se cifra cómo el niño se convierte
en el joven poeta mediante una elegante elipsis:
el niño se coloca detrás del joven, lo abraza
y en el fotograma siguiente habrá desaparecido.

En estos fotogramas, el poeta adulto en un monasterio.


Fotograma de la escena de la muerte del poeta

Pero Sayat Nova no es un biopic del poeta aunque desgrane episodios de su vida, sino un filme que cobija la experiencia de su poesía y pespunta libros, vasijas, tocados, velos, vestidos, animales, flores, frutos o frescos como un alfabeto espiritual, signos del esplendor del mundo, que nos recuerda a Pasolini cuando se refería a la poesía de los objetos, de la materia, que en el cine cobra una cualidad onírica, y no es casualidad: Pasolini es como un dios para mí, un maestro del estilo, dijo una vez Paradjanov.


Paradjanov escribió el guión de Sayat Nova en 1966, en una época de una cierta apertura pero acabó la película en 1968 y, como hemos contado, lo tuvo crudo. Tardará quince años en volverse a poner detrás de una cámara. Mientras estuvo en prisión y después, cuando no podía hacer cine, pintó, dibujó, realizó collages y esculpió pequeñas figuras.


En 1984 rodó en Georgia La leyenda de la fortaleza de Suram, y en 1988, en Azerbaiyán, Ashik Kerib, basada en un relato de Mijail Lermontov. Hay un cierto paralelismo con Sayat Nova, un poeta que escribió en armenio, georgiano y azerbaiyano. En el último plano de la última película acabada de Paradjanov, Ashik Kerib, vemos el vuelo de una paloma que se posa sobre una cámara y leemos la dedicatoria a su amigo Andrei Tarkovski, que había muerto en 1986, y a todos los niños del mundo.

Fotograma del final de Ashik Kerib

Apenas dos años antes de su muerte, Paradjanov pudo viajar al Festival de Rotterdam y fue aclamado como un héroe del cine. No merecía menos. Godard escribió: En el templo del cine hay imágenes, luz y realidad. Paradjanov era el maestro de ese templo. Más que un cineasta, un hacedor de maravillas.

Pillow shot de Sayat Nova

-Daniel Domínguez, La escuela de los domingos

"Ahora nada me da miedo"

Sabíamos que existían traducciones al inglés y al francés de Martirologio, una recopilación de los diarios que Andréi Tarkovski llevó casi en secreto a lo largo de casi veinte años. Hace más de una década el periódico mexicano La Jornada había traducido algunos fragmentos. Ahora nos enteramos de que finalmente la pequeña editorial española Sígueme ha publicado la versión completa del libro en castellano, y ofrece asomarse al prólogo de Rafael Llano y a las primeras entradas del Diario. A por él.

jueves, 17 de marzo de 2011

En tierra desconocida

Semanas atrás posteamos aquí la traducción de un artículo de Neal Gabler, titulado “Ahora, todos somos críticos”, que había sido originalmente publicado en The Guardian (enero 30). La tesis básica de Gabler, que por otra parte es historiador de Hollywood y autor de una biografía sobre Walt Disney, sufría del reflejo condicionado de mucho periodista resentido con los colegas especializados. Su argumento utilizaba tres producciones del año pasado (la novela Freedom, el film La red social y la serie Boardwalk Empire) para plantear un acentuado divorcio entre las preferencias de los críticos estadounidenses, quienes las alabaron casi por unanimidad, y la relativa indiferencia del público ante las tres.

Decía Gabler:

La conclusión no es que los críticos tradicionales siempre están equivocados y los populistas tienen razón; tampoco que las criticas en las redes sociales terminan encontrando su expresión final en la critica formal. En general, esto no sucede. La conclusión es que la autoridad crítica ha migrado desde los críticos profesionales hacia la gente común. Y no hay nada que los críticos tradicionales pueden hacer para frenar esta tendencia. Su monopolio ha sido usurpado por lo que es, en efecto, el boca a boca tecnológico de millones y millones de personas.

Con muy pocas diferencias, el artículo ya había sido publicado en The Boston Globe algunas semanas antes (enero 6), bajo el título “The End of Cultural Elitism”. En esa ocasión le salió al cruce el siempre atendible A. O. Scott con una respuesta aparecida en The New York Times (enero 13).

Para empezar, Scott puntualizaba que no era cierto que ese triunvirato de obras aclamadas haya quedado tan solo como a Gabler le gustaría:

A La red social, que hasta el momento ha recaudado poco menos de 100 millones de dólares, le ha ido bastante bien para ser un drama profusamente dialogado sin grandes estrellas, sin ataduras con alguna franquicia y sin explosiones finales. Un promedio de 10 millones de personas vio el último episodio de Boardwalk Empire. Y Freedom parece tener un lugar en la mitad de la lista de los más vendidos. Lo cual por cierto no está mal para una novela de 600 páginas escritas por alguien que no se llama ni Stieg Larsson ni Stephen King.

Y agregaba:

Parece dudoso, en cambio, todo ese discurso [de Gabler] sobre una conspiración de parte de innominados comisarios culturales queriendo afirmar su propio poder. Tampoco el éxito o fracaso comercial de esas obras proveen una medida provechosa de ese poder. Desde tiempos inmemoriales […] el público ha rechazado lo que los críticos alaban, y viceversa. Buscar cualquier tipo de patrón, mucho menos una causa, es una empresa inútil. En 2010, por ejemplo, la película que más recaudó, Toy Story 3, fue también una de las más elogiadas por la crítica […].

La virtud del ensayo del Sr. Gabler está en que da una voz enérgica y elocuente a una extendida fantasía ideológica. No es nombrado ninguno de los “comisarios” e “imperialistas” de su pintura sobre la dictadura cultural, y eso es por la simple razón de que son criaturas imaginarias. No me refiero a espantapájaros levantados para el propósito de un debate, sino a ogros y dragones inventados para espantar niños. La creencia en esos monstruos está asombrosamente extendida, en parte porque responden a la necesidad de un chivo expiatorio, y nadie es más fácil de culpar en estos días que los “elitistas” de cualquier tipo.

Entonces apareció el aún más atendible Richard Brody, de The New Yorker, que en su blog (enero 18) no sólo se opuso a la posición de Gabler sino también a la de Scott, preguntándose por qué éste no esgrimió una argumentación más contundente. Más de “crítico”, valga la tautología.

Gabler había dicho una sandez monumental:

Hay libros, no necesariamente buenos, que se vuelven populares porque tocan una cuerda nacional: El gran Gatsby, El lamento de Portnoy, El código DaVinci (sic), por nombrar sólo algunos.

Ante eso, Brody anota:

Con el criterio de Gabler, no importaría si cualquiera de esos libros es bueno, o si él está en posición de decírnoslo. Y si debería importar si lo hiciera. Es cierto que una primera respuesta a Gabler debería ser elitista en la línea de “Amo la música clásica con una pasión auténtica y no impuesta”, “Me encanta cierto arte conceptual”, “No creo que El gran Gatsby y El lamento de Portnoy deban ser mencionados en la misma frase que El código Da Vinci”, “Usted tiene sus estadísticas y yo tengo las mías”, y “Yo escribo para los lectores que comparten mis placeres y perspectivas”.

Puedo entender por qué Scott no dice nada de eso, aún si esa fuera la manera en que los avisadores perciben a sus lectores y los lectores se perciben a sí mismos. Si existe alguna dignidad en la práctica de la crítica, no es la de ser una guía para el consumidor o un sistema de advertencia, ya fuera para consumidores “altos” o “bajos”, muchos o pocos, sino una profecía estética. El tiempo propio de la crítica es el futuro perfecto; mientras la reseña que tiene su fuente en la masa, en lo colectivo y en la guía de consumo es el equivalente del signo “Usted está aquí” dentro de un shopping, la crítica personal es la mirada a un territorio desconocido, más allá de los límites de la pantalla y más allá del presente; un acto de psicología artística y simpatía imaginativa tanto como una visión de hacia dónde va el arte, hacia lo que será el futuro del arte.

Más cerca, el argentino Diego Lerer se sumó al debate internacional y escribió en su blog algunas consideraciones optimistas sobre “La crítica de cine y las redes sociales”:

Esta “democratización” de la crítica de cine es más que bienvenida: genera una mayor cantidad de opiniones, permite un ida y vuelta inédito entre las partes y, si bien uno se topa con algunos que a veces buscan más la confrontación que otra cosa o que poseen discutible capacidad analítica, eso también sucedía en la era pre-internet. Que nadie imagine un mundo de críticos de cine excesivamente serio, profesional y preparado antes de las redes sociales. Al contrario, uno tiene la sensación a partir de esas redes, que afuera de los ámbitos “profesionales” de la crítica hay gente que quiere, sabe y puede tomarse el cine mucho más en serio que algunos que trabajan de eso.

Otro de los aspectos positivos, al menos para mí, de las redes sociales, es lo que yo llamaría la “humanización” de la figura del crítico. En películas como Ratatouille, por ejemplo, daba la impresión de que el crítico era una personalidad misteriosa y alejada del mundo de la que poco y nada se sabía y que parecía aplicar sus tajantes conceptos como salidos de una suerte de “más allá”, del saber crítico puro. Una especie de portador de las tablas de la ley de la crítica. De hecho, la propia película terminaba dando una vuelta de tuerca a este preconcepto.

La polémica está abierta y sigue su curso. Al menos, en lugares donde se está pensando, y no sólo sobre la crítica cinematográfica. Donde se está pensando. A secas.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Jamie Caliri

La página Forget the Films, Watch the Titles está dedicada exactamente a eso: a los créditos de las películas. O, mejor dicho, a los grandes créditos de películas: aquéllos que hacen gala de diseños sofisticados, ideas ingeniosas, poesía visual, libertad conceptual. Los hay etéreos (Gattaca), materialistas (Mon oncle), caóticos (Une femme est une femme), minimalistas (Lost Highway).

Pero hoy nos quedamos con los créditos finales de Lemony Snicket (film de 2004 que no vimos, a pesar de contar al frente con nuestro admirado Jim Carrey), que constituye un cortometraje animado en sí mismo, desbordante de recursos y perfectamente ejecutado y musicalizado.

Según leemos en Open Culture, el autor es Jamie Caliri, un director que se define como un "apasionado por contar historias en imágenes" y que también ha dirigido videoclips musicales y cortos publicitarios. Además, hace algunos años había realizado un trailer –igualmente notable– para la difusión de la novela Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, de Michael Chabon.

Charlie Sheen está ganando

por Bret Easton Ellis

“Droga” es la primera palabra que Charlie Sheen pronuncia en la única escena donde aparece en Ferris Bueller’s Day Off,* reliquia cinematográfica de 1986. La escena se desarrolla en una comisaría donde Jeannie Bueller (Jennifer Grey), esperando que su madre venga a pagar la fianza y enfurecida por el comportamiento anárquico del hermano de Ferris (él rompe todas las reglas y es feliz; ella sigue todas las reglas y es infeliz) se da cuenta de que está sentada al lado de un hermoso (¡lo era!) muchacho de mirada tosca, chaqueta de cuero, quien parece que ha estado por varios días en una gran fiesta de drogas. Pero no es un loco; sólo está cansado y sensualmente calmado, y tiene su pálido rostro casi violáceo. Molesta, Jeannie le pregunta: “¿Por qué estás aquí?” Y Charlie, inexpresivo, contesta, sin remordimientos: “Droga”. Y entonces él, lentamente, desarma la actitud de mala onda que ella traía, con despreocupación escandalosa y sexy, transformando su molestia en deleite (terminan a los besos).

Ésa fue la primera vez que realmente tomamos nota de Sheen, y la escena es el momento clave de su carrera cinematográfica (y vista desde hoy resume todo lo que vendría). Desde entonces no ha sido tan entretenido. Haciendo que lo despidieran de su famosa comedia Two and a Half Men, este hijo privilegiado del Imperio del Entretenimiento se ha convertido en su más talentoso detractor. Sheen ha aceptado el Post-Imperio del entretenimiento, haciendo el intento de explicarnos qué significa ahora la celebridad. No está en discusión si les gusta o no. Aquí es donde estamos, nena. Aprendimos algo. Rock and roll. Aceptalo.

El Post-Imperio empezó a aparecer por todas partes el año pasado con toda su fuerza, mientras el “Fuck you” de Cee Lo Green se escuchaba alegremente como su banda sonora. The Kardashians lo entienden. Los participantes (y el público) de Jersey Shores lo entienden. Lady Gaga llegando a los Grammys en un huevo lo entiende, y sobre todo sabés que lo entiende cuando le dijo a Anderson Cooper que le gusta fumar porros cuando escribe sus canciones, prácticamente desafiándolo: “¿Qué vas hacer al respecto, perra?” Nicki Minaj lo entiende cuando canta “Right Thru Me” y adopta uno de sus varios alter egos en la alfombra roja. (Christina Aguilera protagonizando Burlesque no lo entiende para nada.) Ricky Gervais siendo anfitrión de los Golden Globes lo entiende. Robert Downey Jr. molestándose con Gervais no lo entiende. Hasta Robert De Niro lo entiende, ridiculizando sutilmente el premio a su carrera durante la misma entrega de premios.

James Franco, al tomarse la trasmisión de los Oscar en serio pero tratándolos con gentil irrespeto (que es exactamente lo que esos premios se merecen) lo entiende totalmente. (Anne Hathaway, desafortunadamente, no lo entendió, pero igual nos gusta por haberse desnudado y excitado con Jake G.) Post-Imperio es Mark Zuckerberg mirando con impaciencia a la Imperialista Lesley Stahl en 60 Minutes y diciéndole cómo es que quienes hicieron The Social Network y la génesis de su historia (él creó Facebook porque fue rechazado por una mujer) no han entendido absolutamente nada (y así fue; tenía razón; disculpa, Imperialista Aaron Sorkin). El Imperio es quejarse porque los personajes de Freedom (2010), la gran novela de Jonathan Franzen, no son lo suficientemente “agradables”.

Por cada vocero del me-importa-una-mierda que existió durante el Imperio, como los Muhammad Ali o Andy Warhol o Norman Mailer o Bob Dylan, había docenas de Madonnas (una de las reinas del Imperio que nunca ha sido lo suficientemente real o divertida para entenderlo; todo lo interesante acerca de ella parece, en retrospectiva, terriblemente serio) y docenas de Michael Jacksons (la más emblemática víctima del Imperio, un torturado muchacho adicto a las drogas que, amargamente, nunca lo aceptó). Para alguien de mi edad (47), Keith Richards (67) en sus memorias, Life, muestra una sana y rara transparencia Post-Imperio. Para mis amigos más jóvenes, sin embargo, ya no es la excepción sino la regla. Pero nada se compara con la transparencia que Charlie Sheen ha desatado en las últimas dos semanas: abierto desprecio por la celebridad, la profesión y el orden establecido por el viejo Imperio.

Para los guardianes del Imperio, Sheen resulta peligroso y necesita ayuda porque está destruyendo (y confirmando) las ilusiones sobre la naturaleza de la celebridad. Siempre ha sido un modelo a seguir para algunos tipos de fantasía masculina. Denigrante quizás, pero ¿no lo son acaso la mayoría de las fantasías masculinas? Sheen siempre ha sido el chico malo (lo que es parte de su encanto) que atrae tanto a hombres como a mujeres. Lo que Sheen ha ejemplificado y explicitado es un momento de la cultura en el que no te importe lo que el público piense sobre vos y tu vida personal es lo que más importa, y lo que hace que la gente te quiera aún más (no tanto CBS o el creador del show que te ha hecho tan rico).

Es un tipo de narcisismo diferente al tradicional narcisismo del Imperio. Cuando apareció, Eminem fue el más importante vocero del Post-Imperio. De repente, nos encontramos a años luz del dolor autobiográfico de, digamos, Blood on the Tracks, de Dylan (uno de los momentos más elegantes y admirables del Imperio). No es que hemos cambiado de tren; lo que sucede es que hay en juego una manera diferente de expresarse, mucho más cruda, menos diluida.

En The Marshall Mathers LP, Eminem ruge de modo más transparente que Dylan en contra de la estupidez de sus propios errores, el fracaso de su matrimonio, sus adicciones y fantasías; más que cualquier artista del Imperio (y vamos a incluir aquí al Imperialista Bruce Springsteen y su gran álbum Tunnel of Love mientras lo estamos revisando) al grabar, sin temor alguno, el ficticio asesinato de su ex esposa con sus propias manos, un desafiante acto que ni Bob ni Bruce siquiera hubiesen considerado. Blood on the Tracks y Tunnel of Love tienen esa elegancia y clase que en el Post-Imperio no tiene sentido alguno. Eso no niega su poder y valor artístico. Sencillamente hemos evolucionado. Y, la verdad, está bien. Dejalo correr.

Si creés que ésta es una simple historia de problemas de drogas, te estás perdiendo lo importante del momento Charlie Sheen. Claro, eso influye, pero no está a la altura de lo que verdaderamente está pasando o por qué este particular fenómeno Charlie Sheen es tan fascinante. Conozco a drogadictos, y no son así de raros ni así de interesantes. Este momento es sobre Sheen como solista. Se trata de la bien ganada crisis de la mediana edad trasmitida a través de CNN en lugar de en la oficina de un ejecutivo de Burbank. La crisis de la mediana edad es el momento en que un hombre se da cuenta de que ya no podrá mantener la pose de lo que se espera de él.

Tom Cruise tuvo una crisis similar, a la misma edad, en el verano de 2005, pero en su caso fue manejada más amablemente (y por supuesto, nunca se lo conoció como adicto). Cruise tuvo su desajuste mientras sonreía. Básicamente, siempre ha sido el chico bueno que no puede decir “fuck you” como lo hace Sheen (ni siquiera como alguien tan inofensivo como Cee Lo). Cruise es todavía ese chico en el altar de Siracusa que cree en la glamorosa seriedad del Imperio. Y es ahí, en última instancia, donde se encuentran sus limitaciones como estrella de cine y actor.

Pero, oh no, no Sheen. Arrestos. Sobredosis accidental. Temporadas incompletas en rehabilitación. Los ojos llorosos de Martin Sheen en rueda de prensa. El maletín lleno de cocaína. El Mercedes lanzado en un barranco. El delito menor de atacar a su tercera esposa, que también fue a rehabilitación. La supuesta amenaza de Sheen de cortar la cabeza de la misma esposa, ponerla en una caja y mandársela a la suegra. Sheen fumando uno tras otro en televisión. El diálogo sin desperdicio. (Sobre los ejecutivos de CBS: “Se acuestan al lado de sus horribles esposas, frente a sus horribles hijos, y ven sus vidas perdidas”.) Las teorías conspirativas del 11 de setiembre. Dispararle en el brazo a Kelly Preston. Cogerse a las estrellas porno Ginger Lynn, Heather Hunter y Bree Olson. Comparado con Tom Cruise, Sheen ha mostrado honestamente un impresionante y refrescante despliegue de episodios de la crisis de la mediana edad. Él es así, un adicto. Tomalo o dejalo.

Es fascinante ver que alguien denuncia la solemnidad de las entrevistas a las celebridades, y Sheen lo está denunciando en toda su falsedad. Es crudo, lúcido, intenso: el más fascinante personaje vagando por la cultura. (No, viejo, no es Colin Firth o David Fincher o Bruno Mars o el súper Imperialista Tiger Woods.) No estamos acostumbrados a este tipo de entrevistas. Es casi una performance artística y nunca hemos visto nada igual, porque él, en el fondo, no está pidiendo disculpas. Es un espectáculo irresistible. Nunca hemos visto a una celebridad tan desnudamente revelada. Incluso en las evasivas de Sheen vemos una sincera travesura que hace que la rueda de prensa de mea culpa de Tiger Woods parezca algo manufacturado por Nicholas Sparks.

Cualquiera que haya soportado los falsos rigores de la celebridad (o sufrido problemas de adicción) tiene algo que ver aquí. La novedad es la siguiente: si andás trompeando a los paparazzi sos un perdedor de la vieja escuela. Si no podés aceptar el hecho de que estamos en el esplendor de la cultura del exhibicionismo y que cuando salís tropezando de un club de Sunset Boulevard a las dos de la mañana serás sorprendido por los programas humorísticos de televisión (y humillado por Harvey Levin o Chelsea Handler, princesa del Post-Imperio), entonces deberías ser agente de viajes en lugar de estrella de cine.

Que se rían de vos públicamente es parte del juego, y sos un tarado si no jugás. ¿No te vas a presentar a recoger tu premio en los Razzies por la porquería que hiciste? ¡Típico del Imperio! Aquí es donde Charlie Sheen parece más sano y divertido que cualquier otra celebridad actual. También hace mejores chistes sobre su situación que los más preocupados editorialistas o comediantes de los shows de la noche. Hay mucha bravata de chico malo, diciendo puteadas sólo para ver cómo reacciona la gente (lo cual es muy Post-Imperio), pero también hay mucho de pura transparencia, y en ese terreno, hum, Sheen está ganando.

¿Qué quiere la gente de Sheen? No estoy negando que tiene problemas de alcohol y drogas. Incluso, podría tener alguna enfermedad mental. Pero hay muchas personalidades de Hollywood que sufren los mismos problemas y los esconden muy bien, o simplemente la prensa no les presta mayor atención. Lo que nos fascina en él es el hedonismo que disfruta y la envidia que eso produce en cada hombre, mantenida en secreto ante las mujeres cercanas. (Su supuesta propensión a la violencia contra las mujeres no ha disminuido su popularidad entre las seguidoras.)

¿Realmente queremos buenos modales? ¿Civilidad? ¿Cortesía de Imperio? Carajo, no. Queremos realidad, no importa cuán loca sea. Y esto es lo que confunde al Imperio: a Sheen ya no le importa lo que pienses de él y se burla de la idea de PR. “Oigan, corbatitas, me importa una mierda.” Ése es su único mandamiento. Sheen hace explotar el mito de que con esfuerzo los hombres desarrollarán nuevamente la búsqueda adolescente del placer y de una vida sin reglas ni responsabilidades.

Hemos hecho un largo camino en las últimas dos semanas: Sheen es la nueva realidad, perra, y sólo los resentidos pueden regresar a jugar con los demás gnomos en el cementerio del Imperio. Nadie lo sabía en 1986, pero Charlie Sheen siempre fue el hermano menor y oscuro de Ferris Bueller.

(Artículo original aquí)

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* Estrenada en Uruguay como Un experto en diversión.